Ingenuas vicisitudes del intérprete
“Siempre me gusta escribir y llevar a escena historias o
temas que la gente no se atreve a hablar, temas que no se escuchen así nomás a
la vuelta de la esquina”, comentó el joven actor, dramaturgo, director y
productor de sus propios proyectos Gianfranco Mejía, a raíz del estreno de una
de sus múltiples obras presentadas en el Teatro Auditorio Miraflores, que
llevaba nada menos que el poco sutil título de Eutanasia (2017).
Con ese precepto dramatúrgico, Mejía actuó, escribió,
dirigió y produjo, siempre presentadas por Mever Producciones, las siguientes obras: Anorexia
(2016), en la que narra la terrible enfermedad que una joven universitaria
padece, luego de caer en una dolorosa depresión; Ambiciones (2017), que
describe las impensables maneras de un grupo de hombres por salir de la miseria
económica; y Después de casados (2017), una historia que asocia la difícil convivencia en pareja con
la violación sexual. Pero Mejía también se atreve a actuar, escribir, dirigir y
producir puestas con temáticas algo más “inofensivas”: así, llegaron a escena Fiesta de promoción (2016), comedia en la que explora el universo adolescente
acercándose el final de la etapa escolar; La Comedia del Año (2017), sátira en
la que un grupo de jóvenes trata de sobrevivir en el mundo del arte; y Hogar dulce hogar (2018), historia familiar en la que la matriarca pasa la Navidad
con su nuevo compromiso.
La mayoría de las puestas antes mencionadas contaron con
algunos actores de oficio y con dilatada experiencia sobre las tablas dentro de
sus elencos y que lograron, en los espectáculos que Oficio Crítico alcanzó a
apreciar, sortear los lugares comunes y no caer en personajes y situaciones
estereotipadas, que la misma concepción de la obras proporcionaban y que el
mismo sesgo del creador permite. Y es que mientras que Mejía no deje que la
sutileza, lo subliminal, los silencios, las pausas y la estilización de la
realidad alcancen a sus propuestas (actuadas, escritas, dirigidas y producidas,
eso sí, con mucho empeño, pero acaso con mucha rapidez), sus estrenos caerán en
el mediano estilo televisivo. El teatro no puede ser un set de televisión, es
un arte que puede rendir mucho más a nivel estético. El numeroso público que lo
viene acompañando se verá también beneficiado, pues es además una responsabilidad
del artista la de educar a sus espectadores.
Su última apuesta, Quiero ser actor, por lo menos resulta
algo más simpática que las demás. Y es que Mejía actúa, escribe, dirige y produce
una obra sobre un tema que conoce muy bien: la difícil carrera de ser actor en el
país. Nicolás (cómo no, el propio Mejía), un joven que no sabe qué hacer con su
vida, asume múltiples oficios hasta que aparece como extra en un corto
universitario. Ese es el punto de partida para el descubrimiento de sus incipientes
cualidades histriónicas, que incluye su paso posterior por una temporada
teatral, por un taller de teatro y por su propia casa, en donde su estricto padre
le recrimina por su decisión. Dentro del elenco, la experiencia y recorrido de Nicolás
Fantinato, Fernando Pasco y Jeffrie Fuster les permiten agregar matices a sus
personajes y hacer llevaderas sus escenas, en demérito de las otras. Quiero ser
actor se mantiene dentro de la medianía de las obras de Mever Producciones, que
bien pudo haber profundizado mucho más para revelar todo el tejemaneje del oficio del (aspirante
a) actor y así conseguir un espectáculo que escape de la ingenuidad.
“Si a mí me preguntaran si estoy o no a favor de eutanasia,
posiblemente diría que sí, pero ya no tendría que haber solución; es decir, que
la persona no solo esté extremadamente enferma, sino que ya haya cumplido su
ciclo de vida”, agregó Mejía en aquella oportunidad. ¿Qué nueva propuesta asomará
en el panorama? Estaremos preparados.
Sergio Velarde
30 de agosto de 2018