Sátira músical sobre la corrupción
El estreno de La coima no pudo ocurrir en “mejor” momento y lugar,
paradójicamente escribiendo. No solo asistimos, durante Fiestas Patrias, a un
escándalo de proporciones mayúsculas referido a la corrupción en las más altas
esferas de poder, servido por la descarada conveniencia de la mayoría de
nuestros actores políticos y su absoluta arbitrariedad e injusticia contra los
más necesitados; sino que el mismo espacio en el que se presentó, la Asociación
de Artistas Aficionados, se encuentra actualmente en un real peligro de un
arbitrario desalojo. Basada en la pieza El inspector del subestimado dramaturgo
ruso Nikolai Gogol, La coima buscó cuestionar la corrupción e impunidad que
hace metástasis desde hace muchos años en nuestros últimos gobiernos, pero en una
agradecida clave de humor negro, que la debería convertir en un espectáculo
urgente y necesario cada 28 de julio.
Resultó evidente que el mayor acierto del montaje fue la muy
inspirada adaptación a nuestra realidad, realizada por el director Martín
Velásquez, sobre el original de Gogol que situaba su acción en una pequeña
aldea de una Rusia gobernada por el Zar Nicolás I en siglo XIX. Triste
comprobar cómo sociedades tan distintas y distantes, espacial y temporalmente,
puedan tener tantos puntos en común, cuando de deshonestidad e injusticia se
trata. La inminente visita de un fiscal, enviado por la mismísima Corte
Internacional Anticorrupción, hace tambalear a la clase política de un país
sudamericano, cuyo presidente luce una banda blanquirroja. Como si fuera un
baile de máscaras, todos los personajes mienten, traicionan, roban o esconden
su verdadera personalidad por conveniencia: desde la familia presidencial, pasando
por congresistas y ministros, hasta el mismo fiscal. Las típicas referencias
coyunturales, en justa cantidad y adecuada aparición, suman a la sátira
presentada en escena, al lado de un correcto acompañamiento musical en vivo con
canciones originales.
Excelentes actuaciones de todo el elenco, encabezado por la
disparatada pareja presidencial, conformada por David Huamán y Paola
Chacaltana. Además, brilló con luz propia Luis Cárdenas-Natteri, como el
supuesto fiscal, elaborando un antológico personaje rico en detalles y matices.
Acompañaron con precisión Francesca Vargas, Daniel Suárez Lezama, Abel Enríquez,
Aníbal Lozano Herrera, Paula Zuzunaga y especialmente, los carismáticos Nadyr
Castillo y Miguel Agurto; además de Omar Velásquez y Manuel Antonio Aivar en el
apartado musical. Es cierto, acaso la dilatada duración de la puesta pudo
perfectamente recortarse, acaso faltó afinar la inclusión de los números
musicales a la acción dramática, acaso se percibió cierto acartonamiento de
algunos actores al cantar; pero esos fueron detalles menores y además, perfectibles:
La coima, con la acertada dirección de Velásquez y el apoyo de Verony Centeno,
fue una valiosa apuesta por retratar la podredumbre de la política peruana, y paradójicamente
escribiendo, a través de una sólida e hilarante comedia, que mostró sin tapujos,
acompañada de las risas de los espectadores, la despreciable corrupción de
nuestra clase política.
Sergio Velarde
30 de agosto de 2018
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