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miércoles, 27 de agosto de 2014

Crítica: BARE: EXPUESTOS

Sólido musical contra la discriminación. 

Bare: Expuestos es un pertinente musical rock, estrenado en una época decisiva, llena de necesarios cambios en nuestra sociedad. Siguiendo la estela de algunas sólidas propuestas teatrales, como la creación escénica Desde afuera o el musical La Jaula de las Locas, montajes que denunciaban, cada uno en su particular estilo, la absurda discriminación que todavía sobrevive hoy en día, el musical Bare: Expuestos aborda las vivencias de un atribulado grupo de adolescentes en un internado católico mixto en Norteamérica. El espectáculo, que llega por primera vez a Latinoamérica gracias a la novel Asociación Cultural Teatristas, fue escrito en el 2000 por Jon Hartmere Jr. y Damon Intrabartolo y traducido al español por Valerie Urrunaga (también directora y actriz del montaje) y Rodrigo P. Campos. Los resultados, pese a algunos aspectos puntuales por mejorar, son bastante auspiciosos, teniendo en cuenta las dificultades que implica estrenar un “verdadero” musical, con todas las de la ley, en nuestro medio.

Todo gira en torno a la relación amorosa entre los jóvenes estudiantes Peter (Carlos Casella) y Jason (Gabriel Gil): el primero, abiertamente homosexual y soñador; y el segundo, popular y reacio a descubrir su identidad sexual. Ellos se encuentran ensayando una versión de Romeo y Julieta, dirigidos por una sensata monja (Trilce Cavero), y al lado de un grupo de adolescentes, todos ellos inmersos en sus típicos problemas: búsqueda de identidad, consumo de drogas, rechazo y bullying. Los problemas aparecen con la elección de Jason como Romeo y una nueva chica llamada Ivy (Urrunaga), que interpretaría a Julieta, y que aparentemente tiene una reputación de “chica mala”. Los muchachos cuentan además con un rígido sacerdote (Mijail Garvich), pero que poco puede hacer para servirles de guía. La ejecución musical del conjunto, dejando de lado las ocasionales y molestas respiraciones sobre los micrófonos personales, resulta bastante sólida. La escenografía, en un escenario con dos niveles y un andamio multiusos, resulta funcional, dejando libre el espacio para los bailes grupales.

A destacar las sentidas actuaciones de Casella y Gil, que sostienen de manera notable el drama, armados únicamente con sus melodiosas voces y una gama de emociones a flor de piel. Interesantes también las relaciones que cada uno de ellos desarrolla con sus familiares, como la hermana de Jason (Lorena Rodríguez) y la madre de Peter (Úrsula Carranza). Mención especial para la participación de Cavero en doble papel; su portentosa voz, que tan bien se aprovechó en Los Locos Addams, le permite realizar aquí también un destacable y divertido trabajo. Se resiente, eso sí, el poco desarrollo dramático del resto de los estudiantes, quienes sí se lucen en las coreografías grupales. Acaso la doble función de Urrunaga la haya pasado factura a la caracterización de su personaje, no así a su evidente calidad vocal. Bare: Expuestos, que todavía puede verse en el Teatro Federico García Lorca del Centro Cultural Español,  es un logro indiscutible de nuestro teatro independiente, que se convierte en mucho más que un entretenido musical y que demuestra que realizar este tipo de espectáculos con calidad, ya no es una tarea imposible.

Sergio Velarde
27 de agosto de 2014     

martes, 26 de agosto de 2014

Crítica: LA LECCIÓN

Una lección del absurdo. 

Eugène Ionesco (Rumania, 1909 – Francia, 1994) fue uno de los representantes más importantes del teatro del absurdo. En sus obras, como La cantante calva o Las sillas (ambas ya estrenadas en Lima), sus personajes obran sin ningún tipo de lógica, sumergidos en tramas salpicadas por un cruel sentido del humor, y convertidos en seres atormentados y desamparados. Ese mismo “sinsentido” es el principal atractivo de este tipo de montajes: a veces aciertan con creces, como lo fueron Pervertimento y otros gestos para nada (2012) de José Sanchis Sinisterra o El triciclo (2011) de Fernando Arrabal; otros, no tanto, como en Te odio y te quiero (2012) basado en El cepillo de dientes de Jorge Díaz o en Día de campo o cómo sobrevivir al mundo (2013) de Cristian Palacios, por citar los más recientes. Una pieza clave dentro de la producción dramatúrgica de Ionesco es La lección, estrenada en la AAA con la producción del grupo Carpe Diem, que debe incluirse dentro del primer grupo.

La anécdota es bastante sencilla y a la vez, ridícula: una alumna que desea conseguir un doctorado (la directora Sofía Palomino) se presenta en casa de un profesor bastante mayor (Narayana Campos), para recibir clases particulares. Las preguntas van y las respuestas vienen, pero ninguno de ellos parece escucharse ni oírse en realidad. El grado de dificultad en las preguntas va en aumento, mientras que cada uno de los personajes evoluciona ante nuestros ojos: la confianza inicial de ella se ve pronto resquebrajada ante el persistente interrogatorio, mientras que él va dejando de lado su nerviosismo inicial para convertirse en un ser depravado. Lo absurdo de la trama se mantiene patente: ella puede escapar fácilmente, pero no lo hace, y es por ello que encuentra un triste final; mientras que las preguntas lanzadas por él, no solo no llevan a nada, sino que se convierten en el simple pretexto para alcanzar el clímax.

Con una sencilla y funcional puesta en escena, Palomino sale airosa de su doble función como actriz y directora. Narayana Campos, acostumbrado a personajes extremos, como en Arlequín, servidor de dos patrones o Comedia del Arte, caracteriza muy bien al Profesor. Sobria también la presencia del Mayordomo, interpretado por Oracio Rodríguez. Algunas imágenes como la Alumna yaciendo sobre la mesa o el nuevo Alumno apareciendo en el umbral para recibir la siguiente lección, resultan inquietantes y poderosas. La lección es un espectáculo recomendable que reverencia con respeto a su autor, que pone en evidencia la incomunicación del ser humano, y que bien vale la pena su visionado.

Sergio Velarde
26 de agosto de 2014

domingo, 24 de agosto de 2014

Crítica: JOSÉ, ¡HAZTE CARGO!

Nueva comedia peruana, motivo de celebración. 

Tal como lo menciona Sara Joffré, en su reseña de Amando a Sally de María Elena Mayurí, siempre será motivo de celebración el estreno de nuevas comedias escritas por jóvenes dramaturgas peruanas. Es por ello que la temporada de José, ¡hazte cargo!, escrita por Diana Gómez Muñoz, es un acontecimiento que debe aplaudirse. La autora, quien afirma no haber visto la película Tres hombres y un bebé (3 men and a baby, 1987), nos presenta la historia no de tres, sino de cuatro jóvenes, que deben enfrentar la posibilidad de ser padres, cuando un bebé es dejado en el departamento que ellos comparten. La puesta en escena, dirigida por José Miguel y estrenada en el Centro Cultural CAFAE, es bastante digna y consigue algunos muy buenos momentos. La obra es presentada por el colectivo Cuando la Luna se Caiga, que estrenó anteriormente Historias para ser contadas (2011) de Oswaldo Dragún y Zapatos de calle (2012) de Celeste Viale, ambas puestas en escena de interés.

Director y algunos actores de los montajes mencionados interpretan a estos cuatro hombres en aprietos, que además de contar todos con José como primer nombre, deben procesar la posibilidad de una paternidad no deseada. El poeta José Ignacio (Jorge Medina Moretti), dispuesto a estudiar una maestría en el extranjero; el músico José Miguel (Fernando Castañeda), controlado por su novia; el petulante José Antonio (Sergio García – Blásquez), un fracasado administrador; y el conciliador José Carlos (Julio Navarro), que esconde un secreto referido a su viaje a Uruguay, encuentran una nota en la que se lee: “José, ¡hazte cargo!”, al lado de un bebé de escasos meses de nacido. Gómez explora el mundo de los jóvenes adultos, a través de personajes muy bien bosquejados en aquellos escasos minutos que dura el trance, reflexionando sobre temas muy vigentes como el machismo y la irresponsabilidad masculina para enfrentar ciertos problemas.

La química y la fluidez entre los cuatro actores protagónicos afloran en muchos momentos, consiguiendo algunas escenas muy logradas como la revelación del secreto de José Carlos o las constantes excusas de José Antonio para no colaborar económicamente. Pero acaso el mayor acierto del elenco recaiga justamente en la única dama: Cheli Gonzales (grato descubrimiento en Japón) encarna con absoluta convicción a los tres personajes femeninos que le toca interpretar, sacándole provecho a las escasas líneas que dispone. Justamente, la mejor escena de la puesta sea acaso cuando el personaje de Ana, novia de José Ignacio, pone en su sitio (literalmente) a los cuatro jóvenes. José, ¡hazte cargo! es una digna comedia en cartelera que todos deberíamos celebrar, y que además le augura un promisorio futuro a su joven autora Diana Gómez Muñoz.

Sergio Velarde
24 de agosto de 2014

sábado, 23 de agosto de 2014

Crítica: UN HOMBRE CON DOS JEFES

Una comedia del arte felizmente actualizada. 

En el 2012, la ENSAD nos presentó una divertidísima puesta en escena titulada Arlequín, servidor de dos patrones, deliciosa Commedia dell'Arte escrita por el clásico dramaturgo italiano Carlo Goldoni y dirigida por Sofía Palomino. Los enredos amorosos y las falsas identidades fueron los grandes protagonistas de la obra, en la que la improvisación, los ágiles diálogos y las caracterizaciones exageradas terminaban por armar el carnaval. Este año, Los Productores decidió presentar en el Teatro Pirandello, una adaptación de otra adaptación del popular texto: la directora Vanessa Vizcarra traslada la acción de Inglaterra a la Italia de los años 60, basándose en la obra Un hombre con dos jefes del autor inglés Richard Bean. Esta nueva aproximación a la comedia de arte italiana, provista ahora de una gran producción, consigue momentos brillantes gracias a un inspirado elenco que se divierte a sus anchas en las casi tres horas de duración.

Partiendo del original de Goldoni, Un hombre con dos jefes sigue las aventuras de Francesco Canetto (Manuel Gold), un hambriento joven que supuestamente encontrará la solución a sus problemas aceptando dos trabajos: ser empleado, al mismo tiempo, del delicado gángster Gino Ladilli (Fiorella de Ferrari) y del supuesto criminal Luigi Locateli (César Ritter). Pero Francesco no solo deberá ocultar a sus patrones su doble oficio, también deberá conquistar el amor de una sensual secretaria (Magdyel Ugaz). Gino y Luigi también esconden sus secretos, que irán saliendo inesperadamente a la luz a lo largo del montaje. Éste fluye sin tropiezos a lo largo de sus dos actos, destacando la cuidada escenografía y el vistoso vestuario.

Luego de una primera escena, acaso demasiado veloz para los más despistados, el verdadero arlequín del montaje aparece: nadie como Manuel Gold para derrochar energía y carisma, sacando partido de su apariencia física, su particular registro vocal y sus dotes innatas para la comedia. La participación “espontánea” de algunos espectadores en el escenario consigue sonoras carcajadas. La banda con música en vivo, con la que se luce Pablo Saldarriaga, suma al jolgorio general. A destacar todas las actuaciones en general, especialmente las de la carismática Jely Reátegui y del divertidísimo Franklin Chávez. Como dato curioso, dos destacados actores jóvenes, que brillaron en puestas independientes en este año, tienen aquí papeles secundarios: Michella Challe de El camino a la Meca y Gabriel Gonzalez de Metamorfosis. Un acierto de Los Productores recuperar el estilo popular de la comedia de arte: Un hombre con dos jefes es una pieza hilarante que no tiene pierde.

Sergio Velarde
23 de agosto de 2014

martes, 19 de agosto de 2014

Crítica: LOS VERANOS SON CORTOS

Un modelo “moderno” de educación universitaria

Las últimas obras estrenadas de Eduardo Adrianzén coquetearon con nuestro pasado como nación. Tanto La eternidad en sus ojos (2013) como Cómo crecen los árboles (2014) abordaron, cada una a su manera, la problemática de aquella década nefasta, en la que el terrorismo, la inflación y la desesperanza por poco consumen a nuestra sociedad. Acaso las heridas abiertas que dejaron aquellas épocas todavía se dejan sentir en el último texto de Adrianzén, estrenado por el grupo de teatro Ultramar y Vodevil Producciones en el ICPNA de Miraflores, titulado Los veranos son cortos. Aquí el autor retrata sin tapujos otro tipo de problemática: el modelo educativo universitario en el país. Y así como lo hizo de manera sobresaliente la pieza Escuela vieja con nuestra etapa escolar, Los veranos son cortos también acierta al confrontarnos con algunas verdades soterradas sobre las libertades en las universidades, en este caso, las privadas.

Dirigida con mano firme por Ximena Arroyo (excelente directora y mejor actriz), la acción se centra en un taller de teatro de verano que Leonor (Miquette Romero), una directora independiente, acepta realizar en una universidad especializada en marketing. Pese a tener la promesa por parte de las autoridades, representadas por el profesor Mc Bride (Héctor Rodríguez), de contar con total libertad para desarrollar su muestra final, la carga política y social que contiene la puesta en escena, incomoda y pone en aprietos a los directivos y también, al estreno mismo. La polémica está servida y como en toda obra de Adrianzén, no existen los malos malos y los buenos buenos: cada personaje se encarga de mostrar en escena sus motivaciones, incluidos los alumnos del taller, cada uno con una problemática particular, que enriquecen así la puesta en escena.

El espacio que ofrece el auditorio del ICPNA es aprovechado al máximo por la directora, aunque algunas escenas con la proyección multimedia podrían afinarse un poco más. A destacar el eficiente y joven elenco que saca adelante personajes muy reales y nada afectados, destacando Nicolás Valdés, como el alumno becado. Mención especial para dos interpretaciones claves: la de la Rectora (Silvia La Torre) y la de la encargada de limpieza Zarela (Susana Tello). Ambas representan los polos opuestos de la institución. La primera, taimada y manipuladora para lograr su propósito; y la segunda, sumisa pero consciente de esa gran verdad que nos sacude al final del montaje: todavía nos falta mucho camino por recorrer para conseguir la tan ansiada igualdad social. Este personaje de Zarela (en la misma línea que la Paulina de Cómo crecen los árboles, otra discreta heroína de Adrianzén) sea acaso el gran protagonista de este efectivo montaje teatral, que cumple su propósito de invitarnos a la reflexión sobre nuestros “modernos” sistemas educativos.

Sergio Velarde
19 de agosto de 2014

miércoles, 13 de agosto de 2014

Crítica: CONFUSIONES

Hilarante antología del caos. 

El prestigioso dramaturgo británico Alan Ayckbourn no le es desconocido ni al público limeño ni a David Carrillo, director de El niño que cayó dentro de un libro (2008), Amigos invisibles (2009) y Casa y jardín (2012). Escrita por Ayckbourn en 1994, por ejemplo, Puertas comunicantes fue estrenada por Plan 9 en el Teatro Larco hace dos años con singular éxito: un thriller de ciencia-ficción en clave de comedia, que exploraba de manera hilarante los viajes en el tiempo. Carrillo ahora se lanza a dirigir otra obra del mismo autor, pero escrita 20 años antes que la anteriormente mencionada, titulada Confusiones, pero esta vez en el confortable e íntimo Teatro de Lucía. Las dos décadas que separan una obra de la otra no han mellado los picos de brillantez que alcanza Ayckbourn como dramaturgo y, como todo montaje de Carrillo, los resultados son auspiciosos a nivel escénico, con un excelente manejo del humor que ofrece el texto, en sus cinco hilarantes cuadros.

La pieza Confusiones trata dos temas básicos que generan el hilarante caos en escena: la terrible incomunicación que existía (también) en aquellas épocas sin celulares ni internet; y el juego de apariencias hipócritas que impide alcanzar la felicidad a sus disparatados personajes en eterna confusión. Como la impertinente madre (Gabriela Billoti), que se inmiscuye en la vida de un joven matrimonio; como el solitario bebedor y vendedor (Pold Gastello), separado de su esposa y sin éxito con las mujeres; como el estirado y entrometido mozo (Sergio Gjurinovic), que se involucra en un lío de parejas; como el desternillante animador de una kermese (Nicolás Fantinato), que embaraza a la mujer equivocada (Patricia Barreto); o como los cinco atribulados personajes que se encuentran en un parque, tan necesitados de afecto y a la vez, tan desconfiados el uno del otro.

Es precisamente esta última escena, titulada Una conversación en el parque, la que cierra con un toque de reflexión, la escalada de carcajadas que producen los cuadros anteriores: en Figura materna, la ausencia del esposo puede trastornar seriamente la realidad de una mujer; en Compañero de bebida, dos mujeres son acorraladas por un borracho ávido de compañía; en Entre bocados, un caso de infidelidad es auscultado por un mozo, que pasea discretamente entre dos mesas del mismo restaurante; y en La fiesta al aire libre de Gosforth, acaso el cuadro más logrado, la organización de un evento fracasa estrepitosamente por una serie de acontecimientos imprevistos, desde la aparición de una torrencial lluvia hasta la revelación de un affaire prohibido.

Las cualidades histriónicas de los cinco actores, quienes debían caracterizar a 21 personajes diferentes, son aprovechadas al máximo por Carrillo. Fantinato, Gastello y Gjurinovic demuestran lo eficientes que pueden ser en estas lides, pero son las damas quienes consiguen los mejores momentos de Confusiones. Barreto construye de manera impecable sus variados personajes, y la experimentada Billoti se luce con gran versatilidad en cada escena que aparece. Confusiones logra mantener desde el inicio las risas constantes, gracias a una excelente dirección de actores, una funcional escenografía y los precisos elementos que acompañan las acciones. El que cada escena mantenga un personaje de la anterior, excepto la última, parece no tener mayor importancia. Sin alcanzar los brillos de Demasiado poco tiempo (acaso su trabajo más redondo como director), Carrillo ha logrado en el Teatro de Lucía, una de las mejores comedias de antología en lo que va del año. Y esperamos por supuesto, ver en escena más comedias del talentoso Ayckbourn.

Sergio Velarde
Crítica publicada en La Lupe #4

miércoles, 6 de agosto de 2014

Crítica: AL OTRO LADO DE LA CERCA

Sólido drama familiar. 

Acaso la publicidad de la obra no esté del todo clara. Tal como se lee en el impecable programa de mano, el principal propósito de Alicia Olivares, productora y gestora de la temporada de la premiada pieza Al otro lado de la cerca (Fences, 1983), escrita por August Wilson y estrenada en el MALI, es el de “romper con la desigualdad de oportunidades que existe en las artes escénicas para los actores afroperuanos.” Que la obra en cuestión toque el tema del racismo y la discriminación de manera tangencial, puede crear confusión en el espectador: el protagonista Troy Maxson es un complejo y contradictorio personaje, que vive frustrado por haber sido (supuestamente) discriminado como jugador de béisbol por ser negro, a pesar de que su esposa Rose le recalca en escena, que fue su edad en ese entonces (40 años), el factor que no le permitió cumplir sus sueños. Es la frustración de Troy la que lo convierte en un padre autoritario e inflexible, frente a su hijo Cory, quien desea ser un jugador de fútbol americano profesional.

Dejando de lado esa equivocada impresión de estar frente a una obra cuyo contenido denuncia el racismo más salvaje contra los negros (como por ejemplo, y salvando las distancias y propuestas, ocurrió en Hairspray), nos encontramos frente a un sólido drama familiar. Al otro lado de la cerca,  ganadora del premio Pulitzer y de múltiples premios Tony, forma parte del Ciclo Centenario, integrado por diez obras de Wilson que relatan la vida de los afroamericanos en el siglo XX. Elegida por Olivares para materializar su propósito, la obra cuenta con el apoyo de importantes auspiciadores como el Teatro La Plaza y el Centro Cultural de la Universidad del Pacífico. Dirigida por encargo y con mano firme por Jorge Villanueva, la historia está ambientada en la década de los cincuenta y narra la historia de Troy, este desilusionado hombre negro, que se encuentra enfrascado en construir una cerca alrededor de su casa. Por cierto, la cerca en cuestión tiene múltiples significados: desde su deseo de mantener alejada a la muerte, que alguna vez casi lo alcanza; hasta el de resistirse a perder ese inútil resentimiento que tanto daño le hace, a pesar de informarle su mujer que los tiempos han cambiado.

Con casi 3 horas de duración, la obra avanza de manera fluida, contando con una bella y tradicional escenografía diseñada por Marcello Rivera. Troy, un trabajador ejemplar, ex – criminal, esposo enamorado pero infiel, es un gran personaje, interpretado originalmente en las tablas de Broadway por actores como James Earl Jones o Denzel Washington. El encargo no le queda grande a Martin Abrisqueta, consiguiendo una excelente interpretación, bien secundado por Tatiana Espinoza como la abnegada y digna Rose. Acompaña el experimentado Américo Zúñiga, un sólido Gabriel Ledesma y la simpática niña Osiris Vega. Menciones especiales para los destacados trabajos de Luis Sandoval como Gabriel, el hermano enfermo de Troy; y de Gilberto Nué como Cory.  Al otro lado de la cerca no tendrá como trasfondo principal la lucha contra el racismo, pero sí es un valiente espectáculo teatral, promovido e interpretado por artistas de color (y de verdad, no como en el musical antes mencionado), que lo convierte en una de las mejores puestas teatrales independientes del año.

Sergio Velarde
6 de agosto de 2014 

domingo, 3 de agosto de 2014

Crítica: BÉSAME MUCHO

Nada nuevo en el horizonte. 

Lucia (Anneliese Fiedler) entra al departamento de Fernando (Daniel Neuman), con el evidente propósito de seducirlo, a pesar de encontrarse ambos casados: ella, con el chef del momento Pablo (Diego Lombardi); y él, con su tradicional esposa Patricia (Alexandra Graña). La excusa esgrimida por Lucía para entrar en el departamento puede que sea acaso la más cliché: un poco de azúcar para endulzar su café. Así como lo menciona en escena la misma Lucía, el tema de la infidelidad resulta tan manido y cliché - y no solo en teatro, sino en cualquier producto televisivo - que el reto de la obra Bésame mucho, escrita y dirigida por Ernesto Barraza Eléspuru y estrenada en el Centro Cultural El Olivar, tenía la responsabilidad de ofrecer algo novedoso o en todo caso, darle un giro radical al tema para no caer en el estereotipo. Lamentablemente, nada de esto sucede: la puesta en escena de Bésame mucho no ofrece absolutamente nada que no se haya visto mil veces; y todo esto agravado, por el hecho de ser este montaje auspiciado por el concurso de dramaturgia Sala de Parto 2013. 

No hay nada nuevo en el horizonte: el hecho de ser Pablo un reconocido chef resulta ser un dato meramente circunstancial, ya que no existe una sola línea interesante que hable sobre el supuesto boom gastronómico que atraviesa nuestra ciudad. Si bien es cierto la escenografía es funcional, resulta desconcertante el par de escenas seguidas con cada pareja “formal” en su respectiva cama, mientras es auscultada por la otra: esta injustificada imagen rompe con el supuesto secreto que sostiene el drama de la obra. Por otro lado, una vez consumada la infidelidad de Lucía con Fernando, solo queda esperar la inminente revelación y asistir a los reiterados coqueteos entre Pablo y Patricia. El suspenso se diluye de a pocos, el clímax carece de la contundencia necesaria, y el final abierto y previsible, que acaso desliza la posibilidad de considerar como “disculpable” una simple “canita al aire”, resulta por lo menos, discutible.

El elenco hace lo que puede por darle veracidad a sus personajes y acciones, encabezado por un irregular Neuman, que resulta incluso inaudible por momentos. Fiedler y Lombardi, a pesar de sus comprobados registros histriónicos (ella, enérgica y versátil en La pera de oro y Puertas comunicantes; él, contenido y preciso en Bolognesi en Arica), consiguen que sus personajes luzcan afectados y poco naturales. Acaso la única que mantiene la dignidad sea Alexandra Graña (grata revelación teatral en Frankie y Johnny en el Claro de Luna), muy correcta y natural en su accionar. Bésame mucho resulta una comedia fallida, con una dramaturgia endeble y carente de sorpresas, que no aporta nada nuevo sobre un tema tan trillado como lo es la infidelidad; y, discrepando con el comentario de Gabriela Javier Caballero, el joven dramaturgo y director Ernesto Barraza Eléspuru todavía nos debe una pieza con un mayor vuelo que Rockstars.

Sergio Velarde
3 de agosto de 2014