Una familia donde todo es posible
Una familia donde todo es posible: la madre es hijo/a, las hijas son madre,
los hijos son hermanos de la madre y la abuela, la abuela es hermano/a y
compañera de juego de los que debieran ser su hija y sus nietos/as, etc.; sin
embargo, nadie quiere ser ni la abuela ni el padre. Eso,
y más, es La omisión de la familia
Coleman, escrita por Claudio Tolcachir y dirigida por Lucero Medina Hú.
En el
hecho escénico, no hay una gran historia que esté constituida de acuerdo a la
concatenación de acciones que inevitablemente se dirijan a la resolución de su
conflicto. La representación contiene varias historias que están constituidas
de acuerdo a los deseos de cada personaje. Memé —madre de Verónica, Gabi, Damián y Marito, hijos de diferentes padres—
desea encontrar un novio, ser joven, a alguien que la proteja —objetivo que intenta
conseguir al coaccionar a la hija que no creció junto a ella, Verónica—; Gabi
desea superarse económicamente y salir de la casa, razón por la que tiene un
taller de sastrería en la casa; Damián desea salir de la casa, pero las
pertenencias que sustrae de la gente no le es suficiente; Verónica, quien se ha
criado fuera del entorno de la familia Coleman, la más “cuerda”, lucha entre
ayudar o no ayudar, entre presentar o no presentar a sus hijos a su familia; la
abuela, la matriarca de la familia, desea vivir tranquila, razón por la que
sobrelleva los conflictos familiares, y de alguna u otra forma, sostener a la
familia, a través de los pagos que realiza de los gastos de la casa; y Marito
—así en diminutivo—, ¿qué desea?, las palabras y las acciones de este personaje
son sintomáticos: habla, de a medias o de entero, de los secretos de la familia,
lo cual pasa desapercibido dejando un eco silencioso; por otro lado, lucha
contra los hijos de Verónica, su hermana, a quienes los llama enanos de manera
peyorativa.
Todas
esas historias colisionan una tras otra en el hecho escénico. Como parte de esa
colisión, la puesta en escena muestra el taller de sastrería, la sala, la
cocina, el excusado, la ducha, el tocador de maquillaje, entre otros, en el
mismo espacio de la casa —visible al espectador. Asimismo, las escenas en la
clínica, de acuerdo a la convención teatral, tienen lugar en la misma casa pero
bajo códigos teatrales que lo diferencian. La familia, tanto en la casa como en
el hospital, el mayor tiempo están juntos, y luchan una tras otra por imponer
al otro su deseo, generando así todo un caleidoscopio de voces; toda una
polifonía. De esa manera, podemos notar que “No
se trata de un momento excepcional de la existencia, sino de la misma
existencia” (Maeterlinck, como se citó en Zarrazac) que avanza cual tropel
de manera intempestiva en un devenir discontinuo. Todo este caleidoscopio y el
desorden del lugar —las ropas por doquier—, desde la propuesta escénica y el
trabajo de los actores/actrices, muestran ya el seno desestructurado de la
familia Coleman. Una familia que
lucha entre el deseo de mantenerse unidos y abandonarse, donde lo que determina
es la situación, que está constituida, uno, por la costumbre de los años de
convivencia conflictiva y dos, la solvencia económica de parte de la abuela.
Sin
embargo, a pesar de sus deseos, nadie es capaz de abandonar la casa. ¿Por qué?
¿Se debe a la fuerza que ejerce la situación? Si la abuela no se hubiera
enfermado, si la abuela se hubiera desinteresado de los gastos de la casa,
¿hubieran seguido en la casa? ¿La abuela es el eje que sostiene a la familia?
De alguna u otra forma, sí, puesto que solo después de que haya caído enferma,
la familia empieza a desmoronarse más de lo que ya estaba. Ahora la abuela ya no
puede pagar los servicios de la casa, como la electricidad, por consiguiente,
no hay agua caliente en la casa. La familia confabula, en la clínica, para
bañarse y pedir comida, como parte de los gastos de la abuela, a expensas de
Verónica, quien se ha ofrecido para apoyar económicamente.
¿Por
qué, a pesar de sus deseos de irse de la casa, nadie hace la retirada? En este
punto hay un común denominador que atraviesa a toda la familia: el placer. Tienen
una casa con los gastos pagados y la “comida servida”, y, a la vez, funciona
como taller de sastrería. La realización del deseo de cada personaje, de alguna
manera, involucra enfrentarse al displacer, a la realidad. Parafraseando a
Freud, la realidad dice: “Alto, no puedes
tener todo y ahora mismo lo que quieres. Tendrás que esperar y sacrificarte;
tampoco eres el único, hay muchos que esperan”. Ninguno está preparado para
afrontar la realidad, de lo contrario, ya se hubieran mudado de la casa.
Mientras la casa, bajo el amparo de la abuela, alberga el principio del placer,
nadie es, ni será, capaz de abandonar su comodidad. Sin embargo, cual niños
batallan contra grandes monstruos en su imaginación, luchan por abandonar la
casa. Se baten entre el deseo de permanecer en la casa y ser parte en la estructura
social. Por otro lado, Hernán, taxista y pretendiente de Gabi, y el Doctor se
presentan no solo como “integrados y funcionales” de la sociedad, sino también
como desveladores de la situación problemática de la familia Coleman. Por
ejemplo, ante el interrogatorio del Doctor por la conformación sanguínea de la
familia, pretenden esconder el secreto que late en la superficie: “Una familia normal, como todas, con sus
cosas. Anótelo (Tolcachir)”, la abuela responde al Doctor. Obviamente, las
palabras de la abuela revelan una verdad que la familia pretende negar: todo lo
contrario a una “familia normal”.
La
desestructura de la familia Coleman y la estructura de la sociedad. En el seno
de la familia Coleman, hay una gran ausencia: el límite. La estructura de la
sociedad está llena de límites, de leyes. La única que se encuentra dentro de
la estructura social es Verónica, la hija que no se ha criado con la familia.
Solo dos miembros de la familia buscan ser parte de la estructura social: Gabi
y Damián. Gabi, a través de su taller
de sastrería y del pretendiente; y Damián, de la usurpación. Memé no hace más que buscar protección para satisfacer sus deseos,
en su microcosmos, no le interesa ser parte de la estructura social. Marito,
¿qué se puede decir de él?, está protegido por la misma casa, es hijo de la
casa, quizá por eso, al final, está solo en la casa; la casa lo acoge con una
iluminación potente. La abuela, la matriarca, juega cual niña, o hermana, con
sus nietos. Ante los conflictos familiares, solo trata de calmar y sobrellevar
la situación. Quizá tal función, la de
imponer el límite, le es pesada, razón por la que solo desea vivir tranquila. Incluso, cuando cae enferma, juega con la idea de la muerte frente a
su hija y nietos/as. Lo cierto es que la ausencia del límite, en la obra, se
vuelve central, hasta el punto de constituir la naturaleza desestructurada de
la familia Coleman. Lugar que nadie desea asumir; lugar que, quizá, ya no tiene
lugar.
La abuela,
en la obra, funciona como el problema y la solución frente a su hija y sus
nietos/as en relación al límite de la estructura social. Mientras vive, y en cuanto
cubre los gastos de la casa, consciente o inconscientemente, mantiene a los
demás dentro del principio del placer y fuera de la estructura social. Tras su muerte, al no haber nadie que cubra los
gastos de la casa, se acaba el caldero del placer; por consiguiente, todos, a
excepción de Marito, no tienen otra opción que buscar en otro lugar. Todos hacen la retirada, a su modo. Marito, quien se parece mucho a
la abuela —si tan solo pudiera cubrir los gastos de la casa como la abuela,
quizá no terminaría solo—, al no serle útil a los demás, sino más bien una
carga, por su condición psicológica y la leucemia, termina solo y abandonado en
la casa; omitido por la familia. Finalmente, la casa lo acoge como a su hijo
con un potente rayo de luz, que también podría significar el camino hacia la
muerte.
Con La omisión de la familia Coleman, sin
duda, una obra que refleja a muchas familias, por no decir a todas, en menor o
mayor cantidad, uno termina por entender, quizá también comprender, en el fondo
de su saber, que la familia es la institución más primitiva de la especie
humana para su propia conservación. La
familia salva, protege, al crío humano que nace prematuro, que no puede valerse
por sí mismo; asimismo, pone límite para formar parte de la estructura social. De esa manera, la especie humana se perpetúa; o, en el peor de los
casos, se destruye. En otras palabras, la familia, en su génesis y en su seno, contiene
ya la protección y el límite, el placer y el displacer, la armonía y el conflicto,
la conservación y la destrucción, con sus respectivas zonas grises. Lo que
marca la diferencia, en lenguaje psicoanalítico, es la cantidad. Quizá, por esa
razón, a pesar de las circunstancias y las adversidades, nadie está exento de
abandonar con facilidad a la familia; salvo en casos excepcionales.
Ficha técnica
Dramaturgia:
Claudio Tolcachir
Dirección:
Lucero Medina Hú
Elenco:
Pilar Núñez, Miguel Alvarez, Gerald Espinoza, Miguel Murray, Stephany Orúe,
Yolanda Rojas, Angelita Velásquez Campos y Martín Velásquez.
Lugar:
Teatro La Plaza
Bibliografía
Sarrazac, J.P. (2019). Poética del drama moderno. Artezblai S. L.
Freud, S. (2021). El malestar en la cultura. Alianza Editorial, S. A.
Tolcachir, C. (2005). La omisión de la familia Coleman. (s. ed.) https://pdfcoffee.com/la-omision-de-la-flia-coleman-2-pdf-free.html
Godo Lozano Ruiz
2 de marzo de 2023
Godo Lozano es Magíster en Estudios Avanzados de Teatro por la UNIR, España, y licenciado
en Formación Artística, Especialidad Teatro, Mención Actuación por la ENSAD.