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sábado, 31 de mayo de 2025

Crítica: ESO DE SER AINOKO


Familia

Decir “en lo específico está lo universal” no significa que todas las experiencias humanas sean paralelizables. Lo que sí creo que significa es que el acto de compartir el archivo personal de nuestras memorias, en sus particularidades y sus escamas, nos da la puerta como espectadores al desafío de comprender nuestro propio archivo. Eso de ser ainoko no es un desafío escénico al precepto del espectador, pero sí un momento de apertura desenmascarada de su autor, Miguel Ángel Vallejo Sameshima.

Cuatro intérpretes intercalan la voz de Vallejo Sameshima para contar la historia de su árbol genealógico y los tumultos de una familia peruano-japonesa. Las historias, anécdotas, objetos, canciones y símiles culturales se entremezclan; se enmarca una dinámica en la que siempre hay alguien interactuando con el desordenado entorno. No se trata de un ejercicio meramente auto-nostálgico; el texto y la manera del elenco de contar la historia denota un análisis crítico sobre el propio repertorio, de aquellos elementos de nuestra familia que reconfortan y que duelen, con sus respectivas complicaciones. 

Como buen autor prolífico, Vallejo Sameshima es exhaustivo en su investigación e ingenioso en su estructuración de los textos, cosa que transforma la experiencia en un compartir de relato con el público, aclimatado entre hoja de coca y una botella de chela que va pasando de manos. Como relato en partes y a partir de creación colectiva, comprender el flujo de la historia puede resultar complicado por momentos, no por una disonancia cultura, sino por el evidente reconocimiento de que nuestra historia no tiene un punto final definitivo o con moraleja. 

Ese no es el objetivo de Eso de ser ainoko, sin embargo; y las exploraciones del elenco con los objetos a su alrededor y con sus propias personas se vuelven el elemento que enmarca el viaje, saltando entre diferentes formatos de entender la vida con hasta la intervención del mismo escritor (en puntos naturales donde la voz externa no es suficiente), la elaboración de paralelos con la realidad nacional y mundial a través de un proyector (donde destaca un abierto y correcto paralelo Fujimori-Castillo) y con el propio insumo del elenco.

Es evidente durante el visualizado que las dinámicas de la obra, en su gran mayoría, han surgido de la exploración grupal, del tomar a tres actrices y un actor a transformar los objetos a su alrededor y agruparse a construir a partir del recuerdo colectivo. Con estas cuatro personas destaco el peso que tiene que los intérpretes en un testimonial no sean meramente micrófonos intercambiables de un escritor lejano: por el contrario, Daniela Hudtwalcker, Mitsue Machie, Karen Giuliana y Leonardo Barrantes otorgan sus colores particulares a la puesta, sus intervenciones son identificables en sus diferentes energías y maneras de relacionarse con el espacio, su voz y sus cuerpos. 

Termino en este último punto para destacar nuevamente la universalidad de las familias y las vidas con más de un origen. Mis momentos favoritos en esta dinámica de testimonio son conocer a los intérpretes en su propia relación con su archivo cultural y familiar, situación que me llevó como espectador a examinar mi relación con mi ascendencia. Realizo esta crítica mientras leo a Amin Maalouf, y recalco que la identidad no es una historia sencilla e inamovible, sino una en constante movimiento y reconocimiento de nuestros encuentros. Toda identidad, como bien dice la obra, va más allá del linaje, y el collage en el que culmina Eso de ser ainoko es una honesta apreciación de esto. 

José Miguel Herrera

1º de junio de 2025

Crítica: LA TRIBU


La familia puede ser un refugio en la tormenta, y a veces, la tormenta misma.

Una serie inglesa nos grabó la frase: “La familia puede ser un refugio en la tormenta, y a veces, es la tormenta misma” (Peaky Blinders). Ítalo Cordano llevó esta idea a la comedia y creó una serie alocada de situaciones que hacen que La tribu sea divertida de principio a fin.

En todas las familias hay secretos, pero cuando estos se descubren en el peor momento convierten una celebración en el momento más caótico y no hay armonía posible sino caos. Varios temas del libreto suenan contemporáneos, pero tienen siglos y son parte del conflicto intergeneracional: el padre apegado a las tradiciones no acepta que un hijo suyo sea gay; este llega con su novio y, como cualquier pareja, se dan un beso. Me sorprende oír grititos de horror en la platea. ¿No entramos al siglo XXI hace 25 años? En fin. Si escogieron a este alcalde para Lima es que algunos se sienten en el medioevo.

Pero no es el único hijo que vive frustraciones. Está la hermana solterona y el hijo mayor obligado a trabajar en la empresa del padre. Todos juntos, con sus respectivas parejas, se reúnen para celebrar el cumpleaños de mamá y allí empieza el divertido alboroto. 

Hacer teatro en un gran escenario requiere de experiencia en el manejo de la escena. La tribu fue un éxito en el NOS de la PUCP el año pasado, con un aforo de 600 y ahora en el Peruano Japonés, llena diariamente sus 1000 butacas. También es un reto por la distancia física y el necesario recurso del micrófono. Sin embargo, el buen diseño de la escenografía permite que todos los actores estén en escena en la mayor parte de la obra, alternando la atención o jugando al doble foco. La dirección de Bruno Ascenzo se luce en esta dinámica que no nos permite distraernos de cada secuencia, porque todo se desarrolla vertiginosamente.

La amplia experiencia teatral de Carlos Carlín y Alejandra Guerra hacen que ellos sean las columnas sobre las que se arma esta hilarante historia familiar. Son conocidos los gestos irónicos o iracundos que le da Carlín a sus personajes, pero es menos común ver a una extraordinaria actriz dramática como Guerra, en una comedia y lo hace tan bien que es difícil retirarse del teatro sin recordar varias de sus frases.

Siendo ellos los principales, los demás no están en un nivel menor: Nicolás Galindo, Luciana Arispe, Diego Pérez, Oscar Meza y Alejandro Villagomez asumen con solvencia los papeles. Una especial mención para Jely Reátegui, que brinda a su personaje una frescura desenfadada que resulta cuestionadora de la conducta de los demás.

La obra parece tener dos finales (advertencia de spoiler): el monólogo de frustración del papá Silvano, que reconoce su derrota, baja la cabeza y cuando se extingue la luz, el público aplaude. Pero no. Aún no ha terminado. Falta el final feliz. ¿Para qué? ¿Lo exigen los productores? ¿Es el momento de redención necesario en toda comedia que transita a lo trágico, para que la gente salga con una sonrisa? Cuando se ha mentido mucho, encontrar nuevamente la verdad cuesta demasiado y la única manera de lograrlo es romperlo todo y volver a empezar.

Yo me hubiera quedado con el primer final, dándole a la comedia un mensaje firme y contundente sobre las consecuencias de nuestros actos. Pero sería una herejía para el género. Lo comenté a algunos y nadie estuvo de acuerdo conmigo. En fin, son ilusiones de espectador.

David Cárdenas (Pepedavid)

1º de junio de 2025

Crítica: FELIZ AÑO PASADO y EL PROCESO


Fragmentos de la vida cotidiana sobre el escenario

Con una propuesta innovadora, cuyo objetivo es traer al teatro a espacios donde normalmente uno solo va a comer y conversar, La vida sin sostén Producciones nos trae dos obras de 30 minutos cada una, que se desarrollan en un salón del restaurante La Folie, donde el público no solo asiste a la función, sino que también puede hacerlo mientras cena o toma algo o conversa con su acompañante. La idea es que se genere un ambiente ameno que incite a las personas a acercarse al teatro, que ya no lo vean como algo lejano o un lugar muy serio y frío, quizás, pues genera una atmósfera acogedora que invita a compartir.

La primera obra, Feliz año pasado de la dramaturga Alejandra Sierralta, nos cuenta la historia de Laura, una mujer que desea reconciliarse tanto con ella misma como con su historia. Mediante una serie de flashbacks que fueron posibles sin necesidad de grandes elementos sobre el escenario, solo los efectos de sonido, un buen uso de luces, así como del espacio, y la gran actuación de Antonella Gallart, la historia nos transporta a distintos momentos de la vida de nuestro personaje, algunos tristes, otros cómicos; sucesos cotidianos con los que al público se le hace fácil identificarse, lo cual, combinado al buen ambiente, suma bastante a la puesta. Al final la historia nos deja con un conmovedor mensaje de aprovechar cada pequeño momento de nuestras vidas, pues uno no sabe cuándo será la última vez que vea a alguien o sienta algo.

Por otro lado, la obra El Proceso, del dramaturgo Daniel Goya, es de un corte más del estilo del programa Black Mirror, de hecho, apenas acaba te deja esa sensación. Se nos cuenta la entrevista laboral por la que pasa Alfonso, la cual es poco usual y evidencia lo que uno estaría dispuesto a hacer con tal de obtener un puesto que se anhela, incluso si eso implica perder a personas cercanas. Es una obra que a su manera invita a la reflexión de los propios actos, pero sin llegar a ser moralista o que intente persuadirte de tomar una posición determinada; de hecho, que sea tan abierta es lo que invita al diálogo posterior entre el público.

Ambas piezas teatrales se complementan, en el sentido de que buscan generar cierta reflexión en el público. Que se presenten en un ambiente relajado y de diálogo no implica que estén exentas de ideas que dejen pensando al espectador o que no lo muevan en absoluto; al contrario, son de esas representaciones de las que sales habiendo aprendido algo sin darte cuenta, y es ahí donde reside el encanto de estas obras que, con tan poco y en tan poco tiempo tienen algo importante que decir.

Barbara Rios

31 de mayo de 2025

Crítica: ME VERÁS VOLVER


Tres en uno

Me verás volver es un espectáculo con tres puestas en escena cortas, cada una con su singularidad, no solo por las historias que ponen en escena, sino también por cómo las narran; uno puede emocionarse, llorar o reír con cada una de estas microobras.

Iniciamos con Loop de Airam Galliani, que nos cuenta la historia de una pareja (Claudia Trucíos y Alejandro Mejía) en medio de una crisis. Esta puesta en escena, dirigida por Tábata Fernández Concha, nos regala momentos cautivadores, pues posee una peculiaridad: el desplazamiento constante de los actores por todo el escenario. Esta utilización logra que cada lugar tome un valor particular; cada espacio se convierte en recuerdos, alegrías o melancolías. Sin duda, es una propuesta interesante. En algunos instantes se siente una linealidad; no obstante, es un percance menor, ya que en general la obra está bien planteada.

La noticia de Erick Pfuro es una obra tan nostálgica como interesante, dirigida por Diego La Hoz, acerca de dos hermanos muy distintos entre sí (Flavio Moreno y Francisco Zamora) y un triste pasado en común. Desde el inicio, cada personaje logra invadir el escenario con una energía propia; la trama va escalando en intensidad, generando diferentes sensaciones para quienes la observamos. Sin duda, se deja ver el trabajo bien logrado por parte de los actores, aun cuando en algún momento hay un desborde de energía, pero sin duda una buena puesta en escena.

Inhala, exhala de Nicolás Teté: una pieza que te hace reír de principio a fin, sobre dos trabajadores envueltos en una mentira; sin duda, el dinamismo y la química de los actores (Rocío Montesinos y Rodrigo Delgado, quien también dirige) hacen que esta obra no solo esté llena de momentos muy divertidos, también se logran apreciar la tensión que viven los personajes. En definitiva, un buen trabajo. El dominio del escenario, la voz, el desplazamiento, todo esto hace que la puesta se pueda disfrutar en su totalidad.

En general, Me verás volver es un espectáculo que une estas tres obras, con sencillas escenografía y juego de luces, pero que brillan por las actuaciones, a cargo de actores de gran calidad. Es, sin duda, una propuesta sólida, en la que no solo se comparten tres historias; además, se experimenta un viaje por distintas emociones, desde el amor romántico y apesadumbrado, para luego ir al amor filial, y terminando con una sonrisa. Es, sin duda, un gran espectáculo.

Javier Gutiérrez

31 de mayo de 2025

jueves, 29 de mayo de 2025

Crítica: ECOS DE CRUELDAD y LÍMITES DIFUSOS


Eco y golpe: cuando la violencia toma la palabra

La noche del martes 27 de mayo abrió escena con la microobra Ecos de crueldad, escrita y dirigida por Gerardo Coveñas, y protagonizada por Franco Solís, Julio Sosaya, Edu Cáceres y Owen López. En esta pieza, se nos presenta a cuatro jóvenes; entre ellos, Mateo, quien carga con el resentimiento acumulado tras haber sido víctima de bullying por parte de Percy, Joaquín y Stephano. Movido por ese pasado no resuelto, Mateo planea una venganza que tiñe la obra de una tensión constante. La pregunta que sobrevuela es punzante: ¿qué ocurre cuando las heridas de la infancia no sanan?, ¿cómo se define la justicia cuando el dolor ha hecho metástasis en el tiempo? El desenlace, de tono trágico, busca más que impactar: apunta a provocar reflexión sobre los efectos persistentes del acoso escolar, un tema que, lamentablemente, no pierde vigencia.

La noche continuó con Límites difusos, también escrita y dirigida por Coveñas, esta vez con un elenco numeroso. La obra inicia con una secuencia coreográfica de lucha escénica que destaca por su dinamismo y coordinación, atrapando de inmediato la atención del público. Desde el inicio, se sugiere que nos enfrentamos a una historia marcada por la acción física. La trama gira en torno a Lei, un artista marcial que, tras intervenir en un operativo policial, es reclutado para colaborar con la policía y desmantelar un cartel. A lo largo de la puesta, se repiten secuencias de combate que están bien ejecutadas y coreografiadas con cuidado. La propuesta también incorpora inesperados momentos musicales que, aunque generan cierta extrañeza, añaden una capa lúdica que contrasta con la crudeza de la violencia representada.


Ambas obras, aunque distintas en forma y tono, se entrelazan temáticamente al abordar la violencia: en el caso de Ecos de crueldad, una violencia que se origina en lo íntimo y lo escolar; en Límites difusos, una violencia institucional y estructural, donde el cuerpo se convierte en herramienta de control. Coveñas construye así un díptico donde la fuerza, el dolor y la búsqueda de justicia son los motores narrativos. Quizá lo más interesante de la propuesta sea ese punto de encuentro: el momento en que la violencia deja de ser solo un acto y se vuelve un lenguaje, una respuesta aprendida, un modo de habitar el mundo cuando este se muestra indiferente.

Daniela Ortega

29 de mayo de 2025

sábado, 24 de mayo de 2025

Crítica: EN LA OSCURA PROFUNDIDAD DEL MAR


El cielo/infierno son las otras personas

En la oscura profundidad del mar acierta al elegir la Casa Bulbo como lugar de representación. Marcando el ambiente desde el primer momento, tu entrada viene acompañada de un cóctel, y al entrar a la sala se te invita a unirte a la fiesta estilo rave en la que se encuentran los actores. Con mi público en particular fuimos bien tímidos, solo yo y quizás un par de personas nos movimos sentados al ritmo de la música. Esa barrera que separa intérpretes y público todavía es a veces muy rígida, incluso en una experiencia inmersiva, pero quizás por eso es la destrucción del tabú el punto constante que rodea esta obra.

Mateo (Jorge Bardales) y Miguel (Anibal Lozano) son el núcleo emocional de la obra, dos hombres en contextos y momentos de la vida distintos. El romance y conflicto entre los dos es llevado por las interpretaciones y la escritura con los matices correctos para evitar generar sobre ellos un juicio imperante: su situación es la que es, dependiente, escapista, y con una balanza de poder que va cambiando con el ritmo y las posiciones de los cuerpos en el espacio.

El poder que tienen el uno sobre el otro, sea por su edad, ambiente o nivel socioeconómico, es bien comunicado tanto a través de esta dinámica de cuerpos, delimitados en espacios que varían entre fiestas, salidas y la sala de Mateo. Los biombos translúcidos, los tragos y bolsitas cambiando de mano, la plataforma sobre la que se performa el amor entre los dos, todo está diseñado muy acorde al espacio específico de Casa Bulbo y se convierte en una experiencia alucinógena gracias a los sonidos y las luces, con paredes que se trasladan entre escenarios provenientes de la droga, de las constelaciones y del Callao. Es un lenguaje visual rico y diseñado para adentrarnos en el mismo mareo autoinducido de sus protagonistas.

En mitades de la obra, Mateo parece transformarse en el avatar del mismo Jaime Nieto, el director y dramaturgo, para explicarnos la línea entre la realidad y la ficción, la vida y el teatro. Son intervenciones que se sienten tan alucinógenas como el resto de la obra por lo inesperado de los dos momentos, y me pregunto si surgieron de la necesidad de Nieto de ayudar de la mano al público, sacarlo un momento del caos de las dependencias y recordarle que está viendo una situación/relación basada en la realidad. Si el recurso se debió utilizar en mayor o menor cantidad no estoy seguro, pero creo que es testamento de la experiencia de otro mundo de En la oscura profundidad del mar. Siento un poco de impotencia de no saber si el alcance de la experiencia inmersiva pudo aún ser alcanzado, si sería posible incluso desafiar más al espectador a volverse parte de la fiesta, quitarle la silla y el espacio seguro en el que puede apartar la mirada. Pero también es cierto que la experiencia humana, tal como la de la obra, puede meternos tan adentro del escape de la ficción que no volveríamos a ver la luz del sol.

José Miguel Herrera

24 de mayo de 2025  

 


miércoles, 21 de mayo de 2025

Crítica: OBRAS CORTAS EN BARRANCO


Teatro independiente en espacios no convencionales

Paso de Gato Teatro presenta en Lima una temporada innovadora titulada Obras Cortas en Barranco, donde el público disfruta de tres microobras en un mismo evento. El equipo de Oficio Crítico asistió a las funciones realizadas en el restaurante La Residencia, ubicado en Sáenz Peña 107, Barranco. La propuesta no solo ofreció teatro independiente de calidad, sino también una experiencia cercana e inmersiva, en un ambiente acogedor acompañado de diversión y gastronomía.

La noche comenzó con La Princesa Gominola, escrita por Helen Hesse y dirigida por Milagros López Arias, quien también actúa en la obra. El relato gira en torno al regreso de Alejandra (López Arias) al Perú tras varios años de ausencia, para recuperar a su hijo Santi (Sergio Velasco), que quedó al cuidado de sus abuelos. Lo que parecía una simple cena familiar se transforma en una intensa confrontación cargada de recuerdos y emociones. La escenografía, de corte realista, apoya eficazmente la verosimilitud de la historia. El elenco, conformado por Pilar Delgado, López Arias y Velasco, ofrece actuaciones sólidas y conmovedoras, logrando una conexión sostenida con el público.

Tras una breve pausa, los espectadores fueron invitados a recorrer las instalaciones antes de pasar a la segunda obra: ¿Soñar o no soñar?, escrita por Álvaro Moreno y dirigida por Gian Marco Valle. En esta pieza, dos actrices frustradas intentan representar una obra que parece estar al borde del colapso constantemente. La propuesta mezcla humor, caos y crítica al medio teatral, en una dinámica constante entre la ficción y la realidad. Alana la Madrid y Briscila Degregori sostienen el ritmo escénico con química y precisión, brindando una experiencia divertida y reflexiva.

La tercera propuesta, La lógica del escorpión, se desarrolla en dos ambientes del local. Comienza con un monólogo de la artista Sandra (Katia Salazar), que nos introduce a los conflictos personales y afectivos de la protagonista. Luego, el público es trasladado a otro espacio, donde se revela la compleja relación entre Sandra y su amiga, Raquel (Marisa Minetti). La escenografía realista, la iluminación contrastada y un vestuario simbólico en negro y rojo aportan fuerza estética a la obra, que explora temas de pasión, secretos y vínculos frágiles. Las actuaciones destacan por su intensidad y claridad dramática, a pesar de las posibles distracciones del entorno escénico no convencional, el trabajo de las intérpretes nos mantiene atentos a los eventos de la historia.

Obras Cortas en Barranco es una muestra del potencial del teatro independiente limeño. Combina nuevas formas de interacción con el público y demuestra que la creatividad escénica puede florecer más allá de los espacios escénicos convencionales. Una propuesta fresca, cercana y artística que merece ser vista.

Rubén Aquije

21 de mayo de 2025

Crítica: LA ESTÚPIDA ESCOPETA


“Entre broma y broma la verdad se asoma.”

Esta obra, tras ser presentada en varios países, llega a nosotros en el Nuevo Teatro Julieta, en un formato que se nos ofrece una propuesta cómica y con música en vivo, que resultan refrescantes y entretenidas para el espectador. Aún en ello, se introducen reflexiones más profundas, especialmente sobre los vínculos entre padres e hijos, además de aquellos que se construyen en medio de una sociedad constantemente cambiante. Quizá lo más resaltante sean las actuaciones, donde contamos con Gian Loli, Ethel Requejo, Miguel Soriano y Luis Miguel Yovera, cada uno conectando a su manera con el público a través de las risas y exageración de ciertas situaciones que son bastante cotidianas para todos, incluso un tema tan delicado como la depresión es tratado desde el lado cómico, pero sin faltarle el respeto, por el contrario, logra generar cierta empatía.

Los cuatro personajes cuentan con características que probablemente tengan un lugar en el imaginario de todos: los padres desinteresados, el hijo apesadumbrado y un juez tal vez muy accesible. Aunque encarnan arquetipos bien definidos, llama la atención la personalidad que agrega cada actor en su representación, como ya se mencionó. En particular, consideramos que es en los personajes de los padres donde se muestra esta mayor dimensión, pues además son quienes, en apariencia, daban la impresión de ser más superficiales. A la par, cabe resaltar la interpretación musical de Ger Vergara, quien toca guitarra, percusión y también canta. Su intervención intensifica tanto los momentos más graciosos, como aquellos tensos y algunos otros, sensibles.

Dado todo lo anterior, la obra es ideal para quienes deseen relajarse y pasar un rato divertido. La dinámica es muy lúdica, en tanto asistimos a una especie de talk show, donde los espectadores somos también parte del jurado. Buscamos al culpable de un asesinato, pero en medio de la investigación vamos descubriendo abrumadores secretos y dolorosas verdades. Así, la participación del público se mantiene jugando con los personajes, entre peleas maritales, discusiones entre los padres y su hijo, guiños a la escena política y la realidad nacional. Ambos últimos puntos resultan los planteados más inteligentemente, por lo que nos encontramos frente a una sátira sobre las autoridades, los valores morales y el poder. En ese sentido, independientemente del país en que se presente, es evidente que los temas representados son muy actuales, pero resultan precisos dada la situación del Perú. Por eso, entre las bromas y risas, tenemos reflexiones que se introducen por medio del humor y lo absurdo.

Barbara Rios

21 de mayo de 2025

Crítica: SOLTERA, CASADA, VIUDA Y DIVORCIADA


Risa, sátira y complicidad: la obra que rompe el silencio femenino

El pasado miércoles, el equipo de Oficio Crítico asistió a la presentación de Soltera, casada, viuda y divorciada, dirigida por Milagros Morales. La obra, escrita por el dramaturgo argentino Román Sarmentero, propone una puesta en escena atrevida, cargada de humor y crítica social, donde se abordan las vivencias de cuatro mujeres. 

La dirección de Milagros Morales apuesta por una narrativa no lineal, tipo stand-up, en la que cada personaje —soltera, casada, viuda y divorciada— representa una voz única que, a su vez, se entrelaza con las otras. Desde el inicio, la obra rompe la cuarta pared: las actrices interactúan directamente con el público, anunciando la convención teatral que veremos, la cual no sigue una estructura convencional. Esta fórmula logra una fuerte conexión gracias a la sinergia entre dirección y elenco.

La historia gira en torno a lo que las mujeres callan: desde lo erótico hasta lo socialmente silenciado. Abordan los temas con sátira, cruda y burlesca, lo cual permite hablar de temas complejos con humor picante y desenfadado, generando incomodidad reflexiva en el espectador. Lejos de ser solo entretenimiento, la obra se convierte en una denuncia ácida contra una sociedad conservadora que invisibiliza las necesidades femeninas.

El elenco, compuesto por cuatro talentosas actrices, sostiene con fuerza el ritmo dramático. Su capacidad para alternar entre monólogos íntimos y diálogos dinámicos da cuerpo a una ficción que se mueve con agilidad. Incluso en momentos donde elementos técnicos no respondieron, las intérpretes supieron adaptarse y aprovecharlo para potenciar la comicidad. Su entrega en escena es destacable por su escucha, claridad, interacción constante y conexión con el público.

La escenografía minimalista se basa en un espacio casi vacío, donde la utilería sugiere entornos y situaciones concretos. Esto permite que la acción actoral cobre protagonismo. La iluminación complementa con precisión las escenas clave: monólogos y momentos íntimos. Ayuda a situar emocional y espacialmente a los personajes.

El vestuario también juega un papel narrativo: cada personaje cuenta con una paleta de colores que refuerza su identidad. La viuda viste en rojo y negro; la casada, en verde y blanco con flores; la divorciada, de azul; y la soltera, en tonos grises y negros. Estas elecciones reflejan tanto el carácter como la temporalidad de cada mujer, aportando coherencia a la construcción escénica. El sonido cumple su función al ambientar y dar dinamismo a las escenas. Lo más importante es que, pese a cualquier dificultad, la obra mantiene su efecto: entretener, provocar y reflexionar. 

Soltera, casada, viuda y divorciada es una comedia hilarante que invita a la reflexión. Desvergonzada, crítica y profundamente humana, ofrece al espectador una experiencia catártica a través de la risa y la verdad sin filtros. En escena: Cecilia Tosso, Susan León, Titi Plaza, Karla Medina, Alexander Ugalde y Juanma Chirinos.

Rubén Aquije

21 de mayo de 2025

Entrevista: XIMENA DÍAZ Y MARCO ZUNINO


De mutuo desacuerdo
en el Teatro Municipal de Surco

Sandra e Ignacio acaban de divorciarse. En común tienen un matrimonio de trece años que no funcionó y un hijo de doce, que no acepta la nueva situación de sus padres. Así que, mientras los dos se esfuerzan por reconstruir sus vidas lejos de sus ex, se ven obligados a encontrarse más de lo deseable para tomar decisiones sobre su hijo.

Comedia ácida que plantea un problema serio y complejo: el de los llamados niños-mochila, aquellos hijos que son empleados como armas dentro de las parejas. Una visión de cómo los adultos podemos ser mucho más mezquinos y egoístas de lo que creemos, y una reivindicación de los nuevos y múltiples modelos de familia que nos ofrece la realidad del siglo XXI.

La Asociación Cultural Preludio ha estrenado De mutuo desacuerdo, una obra que aborda la difícil realidad de los llamados “niños-mochila”, hijos que son usados como instrumentos de disputa tras un divorcio. La puesta es dirigida por Daniel Veronese.

Oficio Crítico entrevistó a Marco Zunino y Ximena Díaz, destacados actores que interpretan a Ignacio y Sandra, una pareja separada que lucha por adaptarse a la crianza compartida.

El montaje se presenta en el nuevo Teatro Municipal de Surco, con funciones de jueves a domingo. Las entradas están disponibles por Teleticket y la propuesta invita a reflexionar sobre los nuevos modelos de familia sin estigmas ni etiquetas.

domingo, 18 de mayo de 2025

Crítica: JUICIO A UNA ZORRA


Ninguna manzana de la discordia

A principios de los años 10, Miguel del Arco presentó al mundo Juicio a una zorra, uno de sus textos más reconocidos en el que explora el personaje de Helena, quien huye con Paris de Troya de su esposo Menelao, dando inicio a la guerra de Troya. Ahora, un fantasma del escenario, busca reclamar justicia por su legado. Y ahora, María Dodera y Cécica Bernasconi se unen como cómplices y traen este visceral texto a las tablas peruanas, además de retornar a Bernasconi a las mismas. La suma de estos tres elementos es, evidentemente, una cascada de dolor, furia, reivindicación y potencia actoral.

Bernasconi maneja al público como desea y hacia donde desea, en un despliegue de trabajo físico y psicológico maratonesco que, aun sí, tiene la inteligencia para no dejarnos en un estado de admiración a la actriz, sino a entender la muestra que presenciamos. El tono de este paseo es generalizado, y sus inicios puede incluso dar la impresión de un bucle macabro entre revivir sus abusos y ahogarse lejos de ellos. Este es un bucle de sufrimiento que podría sentirse como excesivo si no fuese ese precisamente su objetivo: meternos junto a Helena en un espiral de violencia de género que no termina ni se pone mejor. Helena tiene como principal compañero en su rememoración al alcohol: está rodeada de botellas de vino que se desprenden e iluminan para colaborar a su efecto dramático. Bernasconi actúa el efecto del alcohol con minuciosa consistencia: su efecto narrativo no es el de la distracción sino de la revelación, de la ruptura y la vulnerabilidad. Helena no es solo víctima, solo orgullosa, solo valiente o solo quebrada: el juicio (dígase defensa) que realiza hacia sí misma la lleva por distintos estados en los que ella misma parece redescubrir el dolor del trauma. Desde la dramaturgia, la dirección y la interpretación, hay un deseo de que Helena se transforme del personaje iliádico a un ser humano atemporal.

Esto es importante, porque impide que entendamos su decisión de seguir a Paris a Troya desde un punto de vista meramente práctico u objetivo, sino desde una empatía más cercana. ¿Es el teatro aquí, sin embargo, una herramienta de empatía o de desensibilización? ¿Logramos la empatía del personaje a la mujer a través de la emoción o a través de la confrontación? La obra busca y difunde el concepto del público como parte del juicio, como otros jueces para Helena. ¿Tenemos la potestad de serlo, el nuance como espectadores para hacerlo? Es importante quizás no despegar de nuestro entendimiento de obras como Juicio a una zorra de, valga la ironía, el teatro épico.

Nosotros hubiéramos sido más justos con Helena, más humanos, menos crueles e insensatos”. La obra acertadamente no termina ni con Helena empoderada ni victimizada. Termina con ella en concierto, sin escapar de sus dolores ni siendo apresada por los mismos. Persona. Es al menos, lo que como espectador elijo creer, en pos de la sanación tras el abuso. No nos impidamos incluir en nuestro análisis un dedo acusador hacia nosotros mismos. Evitemos despegar de nuestras impresiones de esta impactante y gutural obra su relación con el mundo real, más cercano de lo que a veces nos gusta admitir.

José Miguel Herrera

18 de mayo de 2025

Crítica: JUICIO A UNA ZORRA


La Helena más hermosa

El teatro griego y su mitología son retos permanentes para dramaturgos, actores y directores. Uno de los personajes más complejos y con muchas versiones sobre su vida es Helena de Troya, de quien se decía que era la mujer más hermosa del mundo (y cómo no serlo, dado sus orígenes divinos), pero se dice también que esa belleza fue la causa de guerras sangrientas y terribles traiciones. Las malas lenguas la definen con una sola frase condenatoria: “Era una zorra”.

El texto de Juicio a una Zorra, del dramaturgo español Miguel del Arco, nos convierte en el gran jurado frente al cual desfila Helena (Cécica Bernasconi) y a lo largo de una hora expone su nutrido alegato contra esa etiqueta: ¿fue una zorra abominable o una víctima de celos divinos y ambiciones mundanas? Los papeles parecen invertirse. Es la hija de Zeus la que nos interpela por todo lo que ha vivido y sus mensajes trascienden los siglos, con una pregunta profunda y punzante: ¿quién escribe la historia? 

Mérito especial de María Dodera, experimentada directora uruguaya, por crear toda esta fantástica puesta en escena, explorar y explotar lo mejor de una gran actriz.  Conozco el trabajo actoral de Bernasconi por muchas obras presentadas en el acogedor Teatro de Lucía, pero en esta ella luce plenamente toda su capacidad, de principio a fin, con una fuerza y dinamismo sorprendentes para asumir cada momento del monólogo con la intensidad perfecta. Nunca más hermosa que en esta obra, ni más inteligentemente mordaz, ni tampoco más vulnerable. 

Una puesta profesional que cuida todos los detalles: la escenografía es un lujo (no por el costo, sino por su congruencia con el sentido de la puesta), el rojo intenso del vestuario no solo reafirma la leyenda acusatoria, sino que va en apropiado maridaje con el vino con el que una condenada por las circunstancias celebra la vida. Tal vez resulte opinable la selección de algunos temas como fondo musical, pero su ritmo e intensidad se manejan acertadamente. En suma, es un placer disfrutar de una obra tan bien hecha.

David Cárdenas (Pepedavid)

18 de mayo de 2025

Crítica: QUERIDO EVAN HANSEN


Las conexiones familiares y la salud mental

Galardonado con varios premios Tony, se estrenó en la escena limeña el musical Querido Evan Hansen de Steven Levenson, con la música y letra de Benj Pasek y Justin Paul, bajo la producción de Preludio, la dirección vocal de Denisse Dibós y la dirección general de Roberto Ángeles.  

La narrativa nos presenta a Evan Hansen (Ítalo Maldonado), un estudiante que lucha contra el trastorno de ansiedad social, convirtiéndolo en alguien introvertido y con dificultad para hacer amigos. Sin embargo, una serie de eventos ocasionados por una carta que debe escribir todos los días como parte de su tratamiento, lo confrontará con sus vínculos familiares; explorando temas como las conexiones humanas, la soledad y la influencia de las redes sociales.  

Respecto a la composición escénica, destacamos la practicidad de la utilería móvil; así como lo acertado de utilizar la proyección de imágenes, el juego de luces junto a los paneles, que enriquecen el desarrollo de la historia, sin restarle atención a la ejecución de los roles de cada personaje. El elenco principal está encabezado por Maldonado, con un registro vocal impecable, bien complementado con la construcción de este personaje con matices complejos (ansiedad extrema vs. la confrontación con su lucha interna). El reparto actoral se completa con Paul Martin, Rossana Fernández Maldonado, Alexandra Graña, Arianna Fernández, Martin Velásquez, Matias Spitzer y Alejandra Egoavil, quienes realizan un trabajo sólido tanto individualmente como en conjunto. De otro lado, una pieza importante en este musical, es la orquesta en vivo, que acompaña cada interpretación con sutileza, creando una atmósfera más auténtica. También los cambios de escena mantienen un ritmo sostenido y ágil a lo largo de la puesta. 

Querido Evan Hansen es un potente musical, compuesto por una narrativa que explora las relaciones familiares, el universo adolescente actual y la fragilidad de la salud mental; mostrándonos un panorama que nos lleva por diversas emociones, a través de las letras y la música, como un bálsamo para la profundidad de una historia que retrata los problemas de una sociedad revolucionada por la tecnología, donde las conversaciones urgentes y los vínculos parecen relegados a chats o emoticones. Sin embargo, refleja también la necesidad de comunicarnos más desde la verdad, y tomando con mayor responsabilidad la salud mental, que es un bien necesario y no un lujo. Quizá, el recordatorio que nos debemos a nosotros mismos es saber que: No estamos solos.

Maria Cristina Mory Cárdenas

18 de mayo de 2025

Crítica: NIÑOS CAEN DE LOS ÁRBOLES


Plantaremos otro jardín, y será más bonito: Cuando la destrucción significa un nuevo comienzo

Es usual en nuestros días pensar en el pasado como algo lejano que ya no tiene incidencia en nuestro presente; que los problemas sociales, por ejemplo, quedaron atrás, que todo está superado o que todo va a mejorar solo con el tiempo. Sin embargo, llegan obras como esta a interpelarnos y hacernos notar que los problemas del pasado siguen más presentes que nunca, que las heridas sociales aún están abiertas y posiblemente lo seguirán estando por un buen tiempo. 

Siguiendo con esta premisa es que llega a los escenarios de Lima la obra Niños caen de los árboles, una adaptación libre de El jardín de los cerezos, un clásico de Chéjov, a cargo de la dramaturga Mariana de Althaus que nos hace reflexionar sobre nuestras acciones como seres humanos, como sociedad y como país, específicamente uno que sigue arrastrando traumas del pasado y sobreviviendo con sus consecuencias.

Así, la trama se centra en la decadente situación de una familia adinerada que ve cómo poco a poco lo va perdiendo todo. Mientras que personajes que antes no tenían nada, como la hija de sus antiguos empleados, van adquiriendo más poder, alterando la jerarquía social a la que estaban acostumbrados y que no llegan a comprender hasta que se chocan con la realidad.

Los personajes de Angélica (Kareen Spano) y Leonidas (Lucho Cáceres) representan a esa antigua clase alta que tratan de aferrarse a las comodidades y privilegios de su estatus, como es su gran casa familiar con un jardín de cerezos. En contraste están los personajes de Alma (Mar Balarezo) y Antonio (Sammy Zamalloa), quienes también pertenecen a una clase acomodada, pero en el caso de Alma es de esa generación que le tocó encargarse del negocio familiar, sin tener la opción de realizarse profesionalmente en lo que quisiera, lo cual de alguna manera la hace esclava de sus privilegios. En cuanto a Antonio,  representa al típico joven estudiante que cree aún en la justicia social y en la posibilidad de generar un cambio; en ese sentido, es el personaje que logra diferenciarse en mayor medida del resto. Por otro lado está Julio (Brian Cano), un joven empleado que, a diferencia de Antonio, no aspira a un futuro mejor para todos, solo le interesa construir una imagen de sí mismo que se aleje de su verdadero origen humilde, encarnando de esta manera la alienación. Siguiendo con esa línea está Cindy Lauper (Kiara Quispe), otra empleada de la hacienda que aspira dedicarse a la música, pero no tiene los recursos para hacerlo, por lo que su meta se limita a poder casarse con alguien que la saque de la pobreza. 

A diferencia de ellos está Dalila (Carolay Rodríguez), hija de empleados que ha logrado hacerse un espacio en la clase alta al mejorar su situación económica; es ella quien desestabiliza este “orden natural” de las cosas y de alguna manera representa una amenaza para la familia al querer comprar la casa para salvarlos de la bancarrota y de paso deshacerse del jardín de los cerezos, tan apreciado por Ángela. Dalila se diferencia del resto de empleados por enorgullecerse de sus orígenes, y es por eso mismo que pretende reivindicarlos al comprar la casa familiar. Finalmente está Fidel (Augusto Casafranca), el típico mayordomo fiel a la familia que lo acogió y que resiste a cualquier cambio que implique abandonar la casa familiar.  Cada uno de los actores representó su papel de manera bastante orgánica y lograron conectar con el público, su profundidad recae en que no es una historia que te plantee personajes buenos o malos, cada uno tiene sus matices, sus motivaciones y problemas.

Cabe destacar la innovación de la puesta con escenas que van en cámara lenta. Una nueva forma de representar los momentos movidos o de tensión y confusión, puesto que logra captar la atención del público y engancharlo. Asimismo, la escenografía resalta la importancia de la naturaleza, pues hay una sección del escenario donde se ubica un pequeño monte que abarca casi la mitad del espacio, además de la música de ambiente, al igual que el mismo jardín de los cerezos, el cual representa esta decadencia de la familia o, de manera general, de dicha antigua clase acomodada.

Es una obra que destapa los problemas sociales aún existentes, que demuestra que un tema que se creía pasado sigue estando más actual que nunca. Es un espejo de cada uno de nosotros y nos llama a la reflexión. También logra abordar lo que implica dejar atrás un pasado que no querías soltar, pero que en parte es necesario para no perder el presente, sin plantearte que una opción es mejor que la otra, sino es como sentirse entendido por la historia que se nos está contando. 

Barbara Rios

18 de mayo de 2025

Crítica: LAS NIÑAS


El contraste entre texto y puesta en escena

Las Niñas de Abril Cárdenas nos trae una reflexión interesante sobre el despertar de una mujer, la maternidad, la cosmovisión femenina y la magia, a través de un grupo de brujas que forman un aquelarre. Actualmente, el montaje se encuentra disponible en el Club Teatro de Lima. Está dirigido por Joan Manuel Girón e interpretado por Abril Cárdenas, Alejandra Saba, Cristina Renteros, Carla Gamero y Viviana Pereyra.

Hay mucho que decir acerca de esta propuesta: en primer lugar, se presenta un texto innovador que introduce lo mágico como eje principal, con momentos de interesante creatividad; sin embargo, la dirección no le hace justicia y recae en recursos clichés y débiles que dificultan la comprensión de la historia, generando una desconexión entre el texto y la puesta en escena. Además, la dramaturgia de Cárdenas se ve envuelta en una serie de escenas que no aportan al desarrollo del conflicto; hay un interés mayor por rellenar que por contar, especialmente en las escenas en que invocaban a la entidad de la Madre. A veces, menos es más.

En cuanto al plano interpretativo, no queda del todo clara la construcción de personajes por parte de las actrices. No queda tan claro si se trata de un problema de dirección o de ejecución, pero llega un punto en que la actuación no mantiene un código coherente; por el contrario, se vuelve forzada, lo que impide seguir con claridad la lógica del conflicto planteado.

Resulta curioso cómo una obra puede tener un inicio tan icónico como el de Las Niñas, al establecer una atmósfera intrigante con los cuerpos dormidos, y luego transformarse en una propuesta que transmite poca profesionalidad. Las estrategias estilísticas utilizadas para narrar no son coherentes con la estructura, lo que fragmenta la experiencia del espectador.

Respecto al elenco, se percibe que las actrices intentan salvar la obra desde su entrega en escena. Sin embargo, un mejor casting habría funcionado mejor; quizás indagar más en los perfiles de cada personaje hubiese sido útil. Existe una visión imaginaria sobre “la niña” que enturbia la obra, ya que se evidencian interpretaciones imitativas que no necesariamente representan con fidelidad esta figura.

Por otro lado, se adopta una mirada excesivamente teatralizada a lo largo de la puesta. Este recurso no se plantea desde el inicio como una elección estética, sino que parece utilizado para cubrir momentos inconclusos. Una recomendación: hacer drama no es gritar. A veces, el drama surge con más fuerza desde el silencio. Hay que tener cuidado con recurrir a elementos que no necesariamente aportan tensión real ni son indispensables para construir una escena intensa.

Finalmente, una mención especial: considero que el montaje se sostiene durante la hora que dura gracias al canto. Son muy pertinentes los momentos en los que una de las actrices canta; nos permiten vislumbrar la interioridad de su personaje y su vínculo con lo que ocurre en escena. Me parece que es de los pocos elementos que se pueden rescatar de la obra. En general, una dirección floja, actrices que resuelven en escena pero que se ven afectadas por un código interpretativo inconsistente. Una obra que promete desde lo simbólico, pero que se pierde en la forma en la mayor parte de la propuesta.

Juan Pablo Rueda

18 de mayo de 2025

martes, 13 de mayo de 2025

Crítica: LIMONES, LIMONES, LIMONES, LIMONES, LIMONES


La erosión de la comunicación 

Limones, Limones, Limones, Limones, Limones, puesta en escena coproducida por La Ira Producciones y el Centro Cultural de la Universidad de Lima, se estrenó la semana pasada con la presencia del autor británico Sam Steiner, quien la escribió en el 2015. Bajo la dirección de Mikhail Page y con las actuaciones de César Ritter y Carolina Cano, esta comedia nos muestra una crisis de la comunicación verbal en la vida de una pareja que lucha por entenderse y conciliar sus diferencias a través de un lenguaje limitado.

Page utiliza los recursos digitales en escena: las proyecciones, el juego de luces, la música y los efectos sonoros, para evidenciar la realidad actual de la comunicación, reducida a emoticones y abreviaturas, como último recurso ante una ley que solo permite utilizar 140 palabras como plantea la ingeniosa narrativa. Por su parte, los actores resuelven los abruptos cambios de escena y saltos en el tiempo con precisión, integrando el lenguaje corporal como elemento clave, cuando el uso de la voz se restringe.      

Aunque ciertos efectos de sonido podrían regularse, el ritmo de la obra mantiene su dinamismo, contrastándose con las escenas menos intensas, que ocupan la ausencia de las palabras con gestos y señas. Sin duda, el trabajo escénico se consolida al retratar el desarrollo de un vínculo amoroso en circunstancias extremas, revelando que más allá de una prohibición del gobierno, la falta de una comunicación efectiva es una responsabilidad de los propios involucrados en esa conversación.   

Limones, Limones, Limones, Limones, Limones es una desafiante comedia que refleja el valor y sentido que le otorgamos a nuestras palabras, sobre todo, en una sociedad sumergida (casi por obligación) en los dispositivos electrónicos, pasando por temas como la desconexión, los límites del lenguaje, la forma en la que hablamos con el otro, los afectos o rencores que guardamos y ante el estímulo menos explotan como una verborrea sin control. En medio de una realidad en la que el lenguaje verbal pareciera estar sobrevalorado, como espectadores nos invita a cuestionarnos acerca de nuestra propia forma de comunicarnos, y pensar si realmente existiera una ley que nos forzara a emitir solo 140 palabras ¿sería un castigo o un alivio?

Maria Cristina Mory Cárdenas

13 de mayo de 2025

Crítica: NN12


Un pasado que sigue siendo presente

El director Carlos Posadas Moncada sube a escena una obra de la dramaturga española Gracia Morales, la cual nos plantea un tema que sigue siendo contemporáneo: la historia que se esconde detrás de una NN, una vez que sus restos son encontrados y los detalles van saliendo a la luz y, junto con ellos, recuerdos de eventos injustos y dolorosos, no solo para el difunto, sino también para los deudos.

La obra, que es un thriller emocional, nos muestra la historia de una NN cuyos restos fueron encontrados en una fosa común, años después de su muerte. Patricia, el nombre al cual responde la NN posteriormente, es una madre y maestra de 31 años que fue separada de su hijo recién nacido para luego ser “eliminada” de la historia. Todo inicia con la forense analizando los restos y hablando con el público como si se tratase de una conferencia de prensa, lo cual fue un buen detalle para incluir al espectador en la historia. La narración de los hechos es lenta, los momentos con más movimiento son de Patricia, cuando aparece a manea de fantasma para hablar sobre lo que le sucedió, acompañando sus palabras con coreografías, lo cual le da algo de innovador a la puesta.

La historia comienza a tomar profundidad cuando aparece sobre el escenario Esteban, el hijo de 27 años de Patricia, quien es contactado por la Forense para darle las noticias sobre quién es su madre. Cabe resaltar que desde un inicio se nos delata que hay un personaje implicado en la trama de manera tanto directa como indirecta, se trata de Ernesto, un capitán retirado, verdugo de Patricia y padre de Esteban, aunque trate de negarlo hasta el final. La manera en cómo la puesta en escena nos introduce a este personaje como un ser indiferente con la situación, centrado en sus cosas, viviendo su realidad paralela mientras su hijo lo busca para conocerlo y pedirle explicaciones, es bastante representativa de la realidad que viven muchos deudos.

Desde el comienzo se nos sumerge en un ambiente de misterio por la música y luces bajas. El escenario permite que se desarrollen escenas paralelas, por un lado, el laboratorio, y por el otro la comodidad de la sala de la casa de Ernesto, como ya se mencionó. Ambos espacios se encuentran decorados con gran detalle, sobre todo el laboratorio. Los vestuarios también estuvieron correctos, nada sobraba ni faltaba.

En conclusión, NN12 es de esas obras a las que siempre será necesario recurrir para que la frágil memoria no olvide un pasado que sigue siendo presente para muchos, y para evitar cometer los mismos errores de nuevo, para recordar la deuda histórica que tenemos con algunos e impedir que se creen otras. 

Barbara Rios

13 de mayo de 2025

sábado, 10 de mayo de 2025

Crítica: HISTE/ORIA COLECTIVA – LONG FORM DE IMPRO y CONCIERTO SOUNDPAINTING


Improsonando el movimiento

La improvisación ha empezado, el juego nace y los espíritus se liberan. Hay un escenario muy interesante que parece una histeria-historia colectiva (como el nombre de la puesta). Las luces invaden el lugar y van apareciendo unos seres particulares que parecen haber sido creados solo para ese mundo, habitan ahí y empiezan a dialogar con el público; nos invitan hacia su mundo, quizá buscan una conexión entre nuestros mundos. El público va respondiendo con historias que son conectadas desde el absurdo y desde una vena cómica con las propias historias de los improvisadores. Hay una cierta dinámica en el manejo de la voz y el cuerpo que coloca un toque de magia a la situación. Los personajes terminan siendo irreverentes y las historias más aun, hay un uso de máscaras que me pareció muy acertado, el trabajo corporal y de voz en los artistas es de gran calidad, generan una situación concreta y se torna una acción muy expresiva. Lo irreverente de la situación permite que dentro de todo haya una reflexión sobre lo que está pasando, como si desde lo absurdo se posicionará una postura, una forma de relacionarse con la realidad.

Me llamó mucho la atención la música en vivo, desde una herramienta digital que permite un abanico amplio de posibilidades sonoras, el músico estaba muy atento a la situación, colocando determinados sonidos de acuerdo al desarrollo de las acciones; las luces también aportaron un elemento caótico y permitían dilucidar un mundo aparte. Los intérpretes tenían cada uno sus peculiaridades: Romina Cruz me gustaba por su presencia, había una fuerza en su gestualidad, sus movimientos eran firmes y su rostro era atractivo en el escenario; Roberto Vigo era tierno, tenía un manejo corporal y energético muy bien trabajado, su capacidad de transformación era sorprendente, transitando desde un niño, hasta un anciano, entre otras cosas; el otro artista manejaba muy bien su voz y su capacidad de respuesta ante la situación era muy creativa, las respuestas y el hilo conductor que aportaba a las narrativas contribuía a que la situación fuera entretenida.

Es necesario rescatar el trabajo colectivo, los tres funcionaban muy bien desde sus particularidades, generaban una conexión impresionante, donde es sabio saber en qué momento guardar silencio, o cómo aceptar lo que el compañero propone, cómo lo acompañas desde las palabras, o desde el cuerpo, o desde la docilidad de la energía.

La segunda puesta fue una gran revolución de música, movimiento, sonidos, performance, actuación, una orquesta sinfónica diversa, con muchas sensaciones en el momento. Observar se tornaba pintoresco, sucedían varias cosas a la vez, eran un promedio de catorce e incluso más artistas en escena, algunos se movían (danzaban al son de los sonidos) otros tocaban, otros emitían algún diálogo aparentemente desconectado de todos los demás; pero en conjunto se lograba una armonía, una sensación muy divertida. Por momentos hasta el público participaba de esta experiencia denominada soundpainting.

Otro de los elementos interesantes de la puesta era la introducción de una dibujante en vivo; atrás del escenario había un proyector que estaba conectado con lo que hacía una joven pintora en la parte lateral izquierda del espacio, las manchas funcionaban como retazos de expresión; retazos que complementaban los ya existentes, todos eran un pedazo que formaba una masa multiforme, que no tenía un mensaje exacto, pero despertaba curiosidad, distracción en la nebulosa espectacular.

Es interesante mencionar que esta orquesta de expresiones tenía un director Mario Alonso Gaviria Cabrera, una persona que utilizaba las mano y cierta gestualidad para dirigir todo lo que estaba sucediendo en escena. Parecía que todo era producto de un ensayo específico, porque las indicaciones eran movimientos o gestos puntuales que alguien del público quizá haya podido intuir, pero los artistas resultaban accionando de formas inesperadas. En algunos momentos se articulaban algunas situaciones concretas, pequeños ejes temáticos, pero después se sobreponía otro tema y de ahí otro; todo puede tener sentido dentro del arte, la lógica común desaparece y las significancias quedan al servicio de la creatividad.

Moisés Aurazo

10 de mayo de 2025 

Crítica: ENCAJADA


Cuando la nostalgia no se quiere ir

A más de uno le ha pasado que, a veces, la nostalgia se encuentra justo a nuestro lado, y sin haberlo notado, tratando de meter recuerdos en tu cabeza, algunos felices, otros dolorosos, pero están ahí, y es tu parte racional intenta botarla, aunque a veces sin éxito. Este es el tema que aborda Gia Rosalino en su unipersonal Encajada, una creación colectiva de Lu Carrasco, Farah Salaverry y la misma Gia, bajo la codirección de Susana De La Cruz.

La obra nos presenta a Nostalgia, una payasa que personifica este sentimiento, pero sin caer en dramas o momentos de tensión, por el contrario, se sirve del humor para lograr conectar aún más con el público. La historia inicia a raíz de que le comunican que debe dejar el lugar en el que habita, porque será demolido, esto desencadena en Nostalgia una desesperación y preocupación por no poder decidir qué cajas llevarse consigo, pues cada una de ellas contiene recuerdos difíciles de dejar atrás, es así que, junto con el público, Nostalgia abre algunas cajas y nos lleva a revivir momentos de su vida que la marcaron.

La manera en que narraba sus recuerdos envolvía al público de tal manera que uno se sentía parte del acontecimiento, como si también lo hubiese vivido y sentido; creo que ese es un gran punto fuerte de la obra: la capacidad y habilidad con la que puede hacer que el espectador empatice con Nostalgia y darse cuenta que, de alguna manera y en algún momento, todos hemos sido ella, nos hemos sentido como ella y hemos actuado igual que ella, es como estar conectados sin habernos percatado de ello. Te recuerda la facilidad con la que una persona puede romperse o sentir que está viviendo el día más feliz de su vida, la fragilidad que caracteriza a la condición humana y que fácilmente olvidamos.

Respecto a la escenografía, tiene sobre las tablas la cantidad justa y necesaria de elementos, principalmente un montículo de cajas, pero dentro de ellas hay más objetos, algunos de ellos bastante personales, como un saco de su abuelo, quien, si bien no tenía una presencia física sobre el escenario, sí tenía una gran importancia para la historia del personaje, pues es con quien tiene los recuerdos que le permitirán seguir adelante y avanzar sin temor. Además, hay un ingenioso uso de estos objetos, como un muñeco de Topo Gigio para ayudar a representar un momento vivido con su abuelo, o una pulsera que, tan solo con verla, evoca un recuerdo totalmente distinto.

Además, Armando Abanto y Valeria Aragón nos regalaron una selección de canciones conocidas y, por supuesto, nostálgicas, como Un beso y una flor de Nino Bravo, entre otras, que sumió al auditorio en un ambiente melancólico, pero no en un sentido triste, era más con una intención de evocar esos recuerdos que nos conforman, pero que por alguna razón, al igual que Nostalgia, habíamos dejado al fondo de la caja.

Sonará cliché, pero es una obra que se sintió como un abrazo, te recuerda que está bien dejar pasar a la nostalgia de vez en cuando y extrañar, pero siempre avanzando y sin dejarse derrumbar.

Barbara Rios

10 de mayo de 2025

Crítica: ¿EMPEZAMOS DE NUEVO?


¡Lo solucionamos!

Un auto imaginario está en el espacio, aparece un ser pintoresco (Augusto Alza), algo así como un arlequín, que nos anuncia lo que va a suceder. El artista tiene una corporalidad llamativa, sus movimientos son eufóricos y su voz despierta nuestra atención. La acción empieza: hay una pareja de novios que va desarrollando su vida frente a nuestros ojos, en el auto, todo sucede en el auto, empezamos de nuevo, es la consigna. Esto me hace reflexionar sobre la posibilidad que tiene el hombre de darse una segunda oportunidad o tal vez una tercera o una cuarta, las situaciones no pueden ser tan estáticas; en fin, tener la posibilidad de parar el tiempo y de retroceder para ir al momento preciso donde cometimos el error que nos arrastró hacia el vacío, o hacia varios malos entendidos es un regalo maravilloso, que solo el teatro nos puede dar.

La actriz Nazaret Ortiz manejaba muy bien la tensión, la forma de expresar su parlamento era espontánea y coordinaba muy bien con su acompañante de escena Moroni Espinoza, que tenía otra construcción de carácter, el que andaba motivado o guiado por el arlequín, aunque al parecer podía tener influencia en ambos, tanto en la chica como en el chico; pero en el inicio la labor fue con el joven, lo detenía, lo asustaba, lo recriminaba, le decía cómo debe hacer las cosas, cómo expresar sus intenciones, esta situación se tornaba divertida al poder imaginar cómo sería nuestra vida si tuviéramos la capacidad de detener el tiempo.

El escenario sencillo, las cualidades de los intérpretes era suficiente para generar la existencia de esta historia, las luces también sencillas, todo sobrio pequeño, se le dio mayor importancia a los artistas, que se desenvolvieron muy bien con su interacción y sus capacidades dramáticas. Es más valioso rescatar que daban varias funciones por noche, un juego muy dinámico donde la historia se repite, el tiempo se detiene y se corrigen los errores o desaciertos en nuestra vida, una cuestión que provoca mucha reflexión.

Moisés Aurazo

10 de mayo de 2025

Crítica: CRÓNICA DE AMOR


¿Cómo amamos?

No es retórica la pregunta con la que inicio esta crítica: ¿amamos por instinto?, ¿amamos a regañadientes, o a pesar?, ¿amamos sin saber o sabiendo quizás muy profundamente? Este paso del tiempo del amor es uno de los puntos más destacables de Crónica de amor, la última colaboración entre la CTF y el CCPUCP, que haciendo gala de todo el repertorio creativo de la primera, nos transporta por una creación física colectiva tan emotiva como dura.

Los momentos iniciales de la obra sirven para establecer rápidamente la creación y el quebrar de una unidad familiar. Los dos padres, interpretados con simpleza y profundidad por Diego Sakuray y Margot Lozano, se conocen, intiman, casan y separan en el transcurso de una coreografía en las sombras que sirve para establecernos el tono peruano y del siglo XX de esta familia, así como la estructura de la obra: distintas unidades con su propio tono y herramientas de storytelling, enmarcadas en el clown y el teatro físico.

Así, a medida que avanzan los cuadros, vemos el reencuentro de una familia en diferentes juegos y estructuras. La abuela (Macla Yamada) y su nieto (Christian Ysla) haciendo origami, la madre y el hijo viajando en micro, la ilusión del hijo de una familia unida. El tono se siente fluctuante en cada una de estas piezas, a veces más grande o chico, a veces más gris y a veces más enmarcado en la nostalgia embellecedora de un niño. Las estructuras del piso delimitan de manera suficientemente libre para favorecer el cambio. Como buen insumo del teatro físico, la creación le ha permitido al elenco transformar el piso, los bloques, los muñecos y hasta el teatro de sombras en un mar de posibilidades cambiantes que el público acepta por la claridad en la que son presentadas incluso sin ningún diálogo. Como es de esperarse de la CTF y de su director Fernando Castro: la obra crea con el Teatro Físico en mayúscula, con entrenamiento y creatividad humana.

Entre estos cambios, los actores nunca pierden sus líneas y calidades de energía, se sienten consistentes en sus rasgos (apoyados por un acertado maquillaje) y nos permiten ver un abanico de emociones, desde la ansiedad sacrificada del Padre de Sakuray, la risa nostálgica de Lozano, o la autoridad de abuela latinoamericana de Yamada. Hay momentos un poco más lentos o con ritmos por desarrollarse, pero en general no hay un enlace débil, se llevan todos las palmas. Ysla, percibo yo a propósito, sí se ve ligeramente en código distinto a los demás. Esto, de hecho, ayuda mucho a la experiencia: al igual que nosotros, su personaje está experimentando estos colores y exageraciones del mundo físico por primera vez, su color aun no es tan fuerte pero sí lo son sus emociones, honestas con su realidad de niño en crecimiento.

El lente con el que el hijo va viendo el mundo se siente muy sincero. Esa palabra, “sincero”, me persigue un poco, pero creo que es la mejor define Crónica de amor. Es, efectivamente, el retrato de nuestro amor familiar. Es dramático, imperfecto, y sus finales no son el desenlace perfecto que quizás de niños queríamos ver reflejados en el amor de nuestros padres. Pero no por eso deja de existir, evolucionar, y decir muchísimo del espacio y las fuerzas que habitamos sobre nuestros padres e hijos: aquellos seres con quienes tenemos, muy probablemente, la relación más complicada de nuestras vidas. Sea el tipo de amor que sea, si seguimos amando a pesar del dolor que cargan nuestros cuerpos, ¿quizás no estamos eligiendo sufrir, sino vivir?

Crónica de amor deberá de estar, en años venideros, en las mismas conversaciones que tenemos sobre Los regalos. Increíble. Lleven sus risas, pero también sus pañuelos.

José Miguel Herrera

10 de mayo de 2025

miércoles, 7 de mayo de 2025

Crítica: LA CRISIS DE LOS 3 AÑOS


Sin peleas no hay reconciliación 

Las crisis de pareja están presentes en todo momento y son motivo de una dolorosa ruptura o un nuevo inicio. En esta ocasión, Gianfranco Mejía nos presenta una divertida y controversial obra de teatro, La crisis de los 3 años. La historia gira en torno a Mario y Luciana, una pareja joven que, después de tres años de convivencia, experimentan una crisis terrible. Sienten que ya no se aman, hay un aburrimiento inconsciente entre ambos, quienes discuten con mucha frecuencia. Esto llega a generar un desgaste emocional y como pareja, tomando decisiones que marcarán su vida y su relación para siempre. 

La puesta en escena refleja personajes cotidianos, con los cuales uno puede llegar a empatizar. Desde el inicio podemos distinguir la hostilidad entre ambos personajes, fruto de su rutina. Gracias a la interpretación de los actores, uno logra percibir los miedos, dudas y conflictos de la pareja. Durante el proceso de toda la obra, uno observa que la puesta en escena atraviesa por momentos de mucha intensidad: la situación de la pareja va escalando hasta un punto en el que parece que no hay retorno. Algo que es importante resaltar es que las discusiones ocurren de manera dosificada y están bien llevadas por la pareja protagónica, ejecutadas con mucha simpatía y dramatismo. También se puede notar instantes de comedia, que hacen que la obra sea no solo reflexiva y dramática, si no también divertida.

La dirección nos propone un montaje muy realista: Mejía, desde acciones sencillas y escenas cotidianas, hace que conectemos con lo que ocurre en la obra, logra desde esa cotidianidad generar también momentos de comedia que hacen de esta una obra de teatro muy amena. 

Las luces y escenografía contribuyen de manera acertada al objetivo de la obra, logrando transmitir el ambiente adecuado a la puesta en escena. En conclusión, la puesta en escena de La crisis de los 3 años nos regala momentos interesantes, dramáticos y divertidos, generando mediante esto reflexión y al mismo tiempo debate, una interesante obra que vale la pena verla. 

Javier Gutiérrez

7 de mayo de 2025

domingo, 4 de mayo de 2025

Crítica: Un, dos, juguetes… ¡Bondy!


El fabricante de ocurrencias

Rondaba el año 1956 cuando Sebastián Salazar Bondy estrenó en el Club de Teatro de Lima su icónico juguete Un cierto tic-tac. 69 años después, Trama Colectivo Teatral bajo la dirección de Manuel Calderón regresan la obra al Club junto a otro clásico de Bondy, El de la valija, denotando la Lima que alguna vez Bondy envisionó, y el ritmo que este impregnaba en sus juguetes para llegar a su público.

Salazar Bondy fue una figura siempre muy crítica de la sociedad y, en especial, de la ciudad que lo vio nacer: Lima, “la horrible”. Se desprende de sus comedias y juguetes, por ejemplo, las costumbres y tradiciones desde el ojo farsesco, y estas dos obras no son la excepción. El “doctor” aprovechándose físicamente del afligir de una mujer es retratado como el patético que es, una invisible “empresa” llena de nepotismo y reglas absurdas, etc. El envejecimiento de los textos (innegable en el caso de Tic-tac) no distrae del ingenio con el que Bondy lleva las situaciones. El elenco de Trama ha sabido, en turno, aplicar esta picardía instrumentalizada a su construcción física, los cuatro entran en tonos consistentes en su exageración de las calidades de la energía. Destacan en esta área Marco Soto en Valija, quien utiliza la rigidez para paradójicamente darle mayor plasticidad a su personaje, y Sara Carbajal en Tic-Tac, quien aprovecha la intensidad para jugar entre altos y bajos y mantener el ritmo.

Mencionando justamente el ritmo, esta es el área de mejora principal para la propuesta. El proceso por el cual vemos al “doctor” de Tic-tac decidir su objetivo está claro y se siente la progresión, pero aun se encuentra segmentado y podría volverse más fluido. Por otro lado, los textos largos de Valija son, en ocasiones, muy pausados y alargados, lo que hace que las invenciones de los dos hombres respecto al origen de la valija se pierdan un poco. Siendo las dos obras, como bien se dice, “juguetes”, el ping-pong entre las dos parejas elevará la propuesta para ambas partes.

La escenografía, más allá de los escritorios y cubos moviéndose, une también a los dos juguetes. Se marca el piso con un juego de Mundo/Rayuela (el mismo Calderón lo señala como ejemplo de “juguete”). Además, los actores colocan al inicio una máquina de escribir elevada, representando al mismo Bondy con el icónico detalle de sus fotografías. La máquina de escribir es un tierno detalle de homenaje que da mayor profundidad al espacio. El Mundo en el suelo es, por otro lado, un detalle del que me fui olvidando hasta que, durante la Valija, los actores hicieron más cuenta de la misma en sus coreografías de movimiento. Detalle que mejor incorporado podría añadir a la construcción física de los cuatro intérpretes y hacer sentir más el elemento “juguetón picaresco” de estas obras del maestro Bondy.

Bondy buscaba en sus críticas, a sentir de este crítico, no solo ser directo, sino también encontrar la humanidad y el origen de nuestro fallo. Desde la pasión de la señora tic-taquera, el hartazgo del doctor, el ingenio del vagabundo y la curiosidad del guardia más allá de su rutina, exploran estas dimensiones para nuestros fallidos y acriollados limeños. En honor a esa criollada y su deconstrucción, aplaudo el interés y esfuerzo visible de Trama Colectivo por hacerle justicia y darnos sonrisas junto a nuestro buen y recordado Gallinazo. 

José Miguel Herrera

4 de mayo de 2025