Páginas

sábado, 31 de mayo de 2025

Crítica: ESO DE SER AINOKO


Familia

Decir “en lo específico está lo universal” no significa que todas las experiencias humanas sean paralelizables. Lo que sí creo que significa es que el acto de compartir el archivo personal de nuestras memorias, en sus particularidades y sus escamas, nos da la puerta como espectadores al desafío de comprender nuestro propio archivo. Eso de ser ainoko no es un desafío escénico al precepto del espectador, pero sí un momento de apertura desenmascarada de su autor, Miguel Ángel Vallejo Sameshima.

Cuatro intérpretes intercalan la voz de Vallejo Sameshima para contar la historia de su árbol genealógico y los tumultos de una familia peruano-japonesa. Las historias, anécdotas, objetos, canciones y símiles culturales se entremezclan; se enmarca una dinámica en la que siempre hay alguien interactuando con el desordenado entorno. No se trata de un ejercicio meramente auto-nostálgico; el texto y la manera del elenco de contar la historia denota un análisis crítico sobre el propio repertorio, de aquellos elementos de nuestra familia que reconfortan y que duelen, con sus respectivas complicaciones. 

Como buen autor prolífico, Vallejo Sameshima es exhaustivo en su investigación e ingenioso en su estructuración de los textos, cosa que transforma la experiencia en un compartir de relato con el público, aclimatado entre hoja de coca y una botella de chela que va pasando de manos. Como relato en partes y a partir de creación colectiva, comprender el flujo de la historia puede resultar complicado por momentos, no por una disonancia cultura, sino por el evidente reconocimiento de que nuestra historia no tiene un punto final definitivo o con moraleja. 

Ese no es el objetivo de Eso de ser ainoko, sin embargo; y las exploraciones del elenco con los objetos a su alrededor y con sus propias personas se vuelven el elemento que enmarca el viaje, saltando entre diferentes formatos de entender la vida con hasta la intervención del mismo escritor (en puntos naturales donde la voz externa no es suficiente), la elaboración de paralelos con la realidad nacional y mundial a través de un proyector (donde destaca un abierto y correcto paralelo Fujimori-Castillo) y con el propio insumo del elenco.

Es evidente durante el visualizado que las dinámicas de la obra, en su gran mayoría, han surgido de la exploración grupal, del tomar a tres actrices y un actor a transformar los objetos a su alrededor y agruparse a construir a partir del recuerdo colectivo. Con estas cuatro personas destaco el peso que tiene que los intérpretes en un testimonial no sean meramente micrófonos intercambiables de un escritor lejano: por el contrario, Daniela Hudtwalcker, Mitsue Machie, Karen Giuliana y Leonardo Barrantes otorgan sus colores particulares a la puesta, sus intervenciones son identificables en sus diferentes energías y maneras de relacionarse con el espacio, su voz y sus cuerpos. 

Termino en este último punto para destacar nuevamente la universalidad de las familias y las vidas con más de un origen. Mis momentos favoritos en esta dinámica de testimonio son conocer a los intérpretes en su propia relación con su archivo cultural y familiar, situación que me llevó como espectador a examinar mi relación con mi ascendencia. Realizo esta crítica mientras leo a Amin Maalouf, y recalco que la identidad no es una historia sencilla e inamovible, sino una en constante movimiento y reconocimiento de nuestros encuentros. Toda identidad, como bien dice la obra, va más allá del linaje, y el collage en el que culmina Eso de ser ainoko es una honesta apreciación de esto. 

José Miguel Herrera

1º de junio de 2025

No hay comentarios:

Publicar un comentario