El cielo/infierno son las otras personas
En la oscura profundidad del mar acierta al elegir la Casa Bulbo como lugar de representación. Marcando el ambiente desde el primer momento, tu entrada viene acompañada de un cóctel, y al entrar a la sala se te invita a unirte a la fiesta estilo rave en la que se encuentran los actores. Con mi público en particular fuimos bien tímidos, solo yo y quizás un par de personas nos movimos sentados al ritmo de la música. Esa barrera que separa intérpretes y público todavía es a veces muy rígida, incluso en una experiencia inmersiva, pero quizás por eso es la destrucción del tabú el punto constante que rodea esta obra.
Mateo (Jorge Bardales) y Miguel (Anibal Lozano) son el núcleo emocional de la obra, dos hombres en contextos y momentos de la vida distintos. El romance y conflicto entre los dos es llevado por las interpretaciones y la escritura con los matices correctos para evitar generar sobre ellos un juicio imperante: su situación es la que es, dependiente, escapista, y con una balanza de poder que va cambiando con el ritmo y las posiciones de los cuerpos en el espacio.
El poder que tienen el uno sobre el otro, sea por su edad, ambiente o nivel socioeconómico, es bien comunicado tanto a través de esta dinámica de cuerpos, delimitados en espacios que varían entre fiestas, salidas y la sala de Mateo. Los biombos translúcidos, los tragos y bolsitas cambiando de mano, la plataforma sobre la que se performa el amor entre los dos, todo está diseñado muy acorde al espacio específico de Casa Bulbo y se convierte en una experiencia alucinógena gracias a los sonidos y las luces, con paredes que se trasladan entre escenarios provenientes de la droga, de las constelaciones y del Callao. Es un lenguaje visual rico y diseñado para adentrarnos en el mismo mareo autoinducido de sus protagonistas.
En mitades de la obra, Mateo parece transformarse en el avatar del mismo Jaime Nieto, el director y dramaturgo, para explicarnos la línea entre la realidad y la ficción, la vida y el teatro. Son intervenciones que se sienten tan alucinógenas como el resto de la obra por lo inesperado de los dos momentos, y me pregunto si surgieron de la necesidad de Nieto de ayudar de la mano al público, sacarlo un momento del caos de las dependencias y recordarle que está viendo una situación/relación basada en la realidad. Si el recurso se debió utilizar en mayor o menor cantidad no estoy seguro, pero creo que es testamento de la experiencia de otro mundo de En la oscura profundidad del mar. Siento un poco de impotencia de no saber si el alcance de la experiencia inmersiva pudo aún ser alcanzado, si sería posible incluso desafiar más al espectador a volverse parte de la fiesta, quitarle la silla y el espacio seguro en el que puede apartar la mirada. Pero también es cierto que la experiencia humana, tal como la de la obra, puede meternos tan adentro del escape de la ficción que no volveríamos a ver la luz del sol.
José Miguel Herrera
24 de mayo de 2025
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