Salir de las cenizas
Nunca he sido un ávido espectador de
Microteatro. Muchos amigos y conocidos en este medio han tenido la generosidad
de invitarme a sus microobras y yo les he pagado mal con mi ausencia. Lo siento
mucho. No son ustedes, soy yo. Me cuesta mucho conectarme con lo que sucede en
esos quince o dieciséis minutos. Además, como suelo ir solo, el tiempo de
espera en medio de un bar de gente feliz y distendida es un tormento. Coronan
la experiencia un par de incidentes un tanto desagradables que me ocurrieron en
boletería hace algunos años. Sin embargo, este oficio que se me ha encargado es
el aliciente que necesitaba (el pretexto más bien) para adentrarme nuevamente
en esa casa barranquina de la cuadra 2 de la Calle Ayacucho y sentarme a ver,
como sucedió el miércoles 19 de febrero, un par de obras que me den qué pensar
y teclear, como ahora mismo.
Cenizas
La sinopsis de Cenizas dice lo siguiente: “Una pareja gay ha viajado a la India a
regar las cenizas del papá de uno de ellos. ¿Pero qué pasa cuando piensan
distinto sobre la muerte y no es quien dice ser uno de ellos en el peor momento
de su vida?” Esta microobra cuenta con la dramaturgia de
Juan Frendsa, la dirección de Marcos García-Tizón y la actuación de Urias
Santillán y Piero Negrón.
Como suele suceder en las microobras, todo
sucede en un espacio reducido en donde actores y espectadores están separados a
tres metros como máximo. En este caso, la obra transcurre en la pequeña habitación
de un hotel en la India, en una ciudad por la que pasa el río Ganges, que es en
donde uno de los personajes quiere esparcir las cenizas de su padre. Siendo
este el escenario, y estando tan cerca el público a los actores, no se entiende
por qué el trabajo actoral tiene que ser tan grande. Y ojo que este es un vicio de facto, no solo en
esta obra, sino en las más de las que se presentan en Microteatro. Aquí no existe el espectador de la fila “k”
para quien haya que actuar así, porque de lo contrario se lo perderá todo. Como
ya se dijo, estamos a tres metros de distancia como máximo. En Cenizas se
entiende que la irritante compulsión obsesiva del personaje de Negrón
justifique en parte este despliegue de energía. Santillán hace lo propio y no
se queda atrás. Aun así, insistimos: ¿es necesario? Porque, además, entendemos
que estas dos personas están agotadas por la travesía y por el calor. ¿No da
más calor moverse de un lado a otro en una habitación minúscula? ¿Lo normal no
sería, más bien, bajarle las revoluciones al movimiento, luchar contra el
cansancio o tratar de refrescarse? Esto no quiere decir que la acción (aquello
que está sucediendo entre los personajes) deba ser menos intenso. Por el
contrario, nuestra opinión es que la intensidad en la acción debe preservarse
y, más bien, un trabajo físico más acorde a las circunstancias sería un aporte
importante a la realidad de la obra. Y si bien todo este movimiento ofrece un muy
buen contraste con la segunda parte, que es más pausada, más íntima y más
compleja emocionalmente, creemos que existen otras estrategias que permitan
tener el mismo contraste sin sacrificar verdad.
Un par de detalles. El primero: es
importante que Santillán trabaje más en su acento. Entendemos que aquí
hay una convención y que algunas cosas se deben asumir. Pero él es actor y ha
asumido el reto de hacer creíble a su personaje. Entonces, si va a proponer un
acento extranjero, que lo haga bien. El
segundo detalle: asumimos que la ciudad en la que estos personajes están
definitivamente NO es Beranés o Varanasi, también conocida por ser una ciudad
sagrada para los hindúes, precisamente porque muchos de ellos van a morir allí
para que sus cenizas sean esparcidas en las aguas del río Ganges. En Varanasi no
hay un Hotel Hilton (en la obra, sí). Y, de haberlo, no tendría habitaciones
como la que vimos, con lo cual se entendería que los personajes han sido
timados y les han vendido como habitación del Hilton una que no lo es por
ningún lado. En Varanasi tampoco se hacen bolas si un no hindú esparce las
cenizas de alguien en las aguas del caudaloso (y ya no tan limpio) Ganges. Por
el contrario, más de un local ofrecería sus servicios para subirlos a una barca
y remar aguas adentro para que puedan realizar el rito fúnebre con total
libertad.
Por lo demás, Cenizas es un trabajo
interesante que aborda temas como la muerte de nuestros padres (antesala de
nuestra propia finitud, además), las relaciones de pareja y los procesos de
conocimiento (los nuestros y los del otro). Sentimos, sin embargo, que el
formato de microobra le queda chico. Hay tanto más por conocer de estos
personajes en un país tan de contrastes como la India, que la sensación que nos
dejó fue la de haber visto apenas una escena de una estupenda obra mayor. Como
para quedarnos con las ganas de saber qué pasó antes y en qué terminará todo
esto.
Salir
La sinopsis de Salir dice lo siguiente: “José hará hasta lo imposible por no
cruzarse con su ex. Enfrentar esa situación no está en sus planes, pero el
lugar que escoge para esconderse no será precisamente el mejor.” Esta microobra cuenta con la dramaturgia y
la dirección de Jorge Bazalar y la actuación de Kelly Estrada, Luis Miguel
Yovera y Christian Ruiz.
Como indica la sinopsis, José (el personaje
de Llovera) está en una fiesta a la que también asiste su ex
enamorada. Él quiere evitarla a toda costa (como lo ha hecho desde el
rompimiento) y no tiene mejor idea que encerrarse en el baño que está en los
altos del edificio en el que la fiesta se desarrolla. La situación es
perfectamente plausible: desde el amigo, interpretado por Ruiz, que
va a buscarlo, hasta el (evidente) encuentro y confrontación con la ex
(interpretada por Estrada), y la reacción de ambos. Los apartes (o cortes
de la acción en los que uno de los personajes se dirige al público para
explicar algo) podrían haber funcionado mejor en conjunto si es que no se les
hubiera dejado de lado de súbito en la dramaturgia. Siendo momentos en los que
se nos revela un pensamiento del personaje, bien valdría la pena añadir uno
más, el último, que otorgue un mejor remate al uso de este recurso.
La interacción de los tres personajes fluye
bastante bien, aunque con algunas notas de exageración en los caballeros.
“Actuar” la mentira o disimulo, por ejemplo, podría ser dejado de lado, o, por
el contrario, incorporado de mejor manera. Un ejemplo claro es el acuse de la
mentira en la corporalidad del amigo de José y que solo aparece en dos
ocasiones puntuales, nunca antes o después. Estrada hace un magnífico
trabajo de realidad escénica que engarza bien con el de Yovera. El
conflicto en ambos se torna más creíble e interesante conforme vamos conociendo
detalles de su relación, y la obra cierra bien con un final “casi feliz” y
perfectamente válido.
Un detalle importante, sí: la corbata de
José. Es grande, amarilla y cuelga del cuello del personaje. De hecho, se lleva
el protagonismo de su atuendo que es, más bien, sobrio. Aún más: cuando el
personaje usa el inodoro como asiento y se encorva, la corbata se sumerge en la
taza. Cualquiera pensaría que esa corbata es pieza clave en el desarrollo de la
obra (sino, para qué estaría). Pero no, no lo es. Sólo es parte del vestuario.
Si se nos permite, le sugerimos a la dirección de la obra que suprima esta
prenda, o que le de algún significado. De lo contrario, su única misión en
escena es la de distraer.
En general, Salir es una obra sencilla,
sin grandes pretensiones y hasta predecible, pero con una importante dosis de
realidad en ella. Esto último es su principal valor: nada mejor que ver en
escena algo con lo que nos podamos sentir identificados. Es la opinión de quien
esto escribe que esta pequeña pieza merece tener más público del que tiene.
David Huamán
24 de febrero de 2010
Nota adicional:
Varanasi desde los ojos de un influencer (o
alguien que quiere serlo):