El amor es présbita. ¿Y el desamor?
“Los
présbitas no ven bien de cerca; a distancia, sí; y la presbicia no se presenta,
en los hombres de vista normal, antes de los cuarenta años. Se la creería una
compañera de la experiencia y el desengaño.”
Eduardo
Zamacois, “Memorias de un Vagón de Ferrocarril”
El miércoles 12 de febrero se presentó en
el Teatro Auditorio Miraflores una función de Desamores (Cinco razones que pueden matar el amor), producción de
Mente Brillante, escrita y dirigida por Sergio Muñoa. Esta obra ya había sido
presentada antes, en agosto del 2019, durante el 13er Festival de Teatro
Aficionado en la Asociación Peruano Japonesa de Jesús María. Escrita en tono de
comedia, la obra versa sobre cinco parejas reunidas en una sesión de terapia
grupal, buscando exponer las razones por las que sus relaciones amorosas se
encuentran mermadas o extintas.
Se suele decir que los diez primeros
minutos en un espectáculo teatral son “gratuitos”, en tanto se tiene la total
atención del público sin necesidad de hacer mucho: el espectador está ávido de
saber de qué va lo que está viendo, quiénes y cómo son los personajes. Desamores emplea de manera eficiente sus
primeros diez minutos. Después de un breve monólogo sobre las relaciones de
pareja, que sirve de introducción a la obra, desfilan hacia el escenario cuatro
parejas que exhiben su conflicto esencial y pintan enteros a sus personajes. Tras
un tiempo de espera, hace su ingreso el psicólogo que conducirá la terapia
grupal. Aunque disímiles entre sí, no estamos ante caracteres especialmente
complejos. Los que vemos, más bien, son estereotipos, unos más que otros, que
auguran la combustión inmediata de las relaciones. Así, los diez minutos gratis
se acaban cuando tenemos una clara idea de quién es quién y por qué están
sentados en el escenario. Lo que viene a continuación es una sucesión de
exposiciones alternadas entre los personajes, con mucho discurso, poca acción y
grandes vacíos argumentales. Todo salpimentado con puyas a granel, gileos cómicos
evidentes y gags de todos los personajes. El exceso de lugares comunes instalado
en la dramaturgia de Desamores, en
pos de privilegiar la reflexión discursiva y aleccionadora, resta realidad a la
historia. Quien haya tenido la experiencia de asistir a terapia sabe que la
resolución de un conflicto no llega en una sesión. O en dos, o en tres. El
proceso de un conflicto puede tomar mucho tiempo. En Desamores, una sesión grupal alcanza para que dos de las cinco
parejas resuelvan armoniosamente su conflicto, otra se separe, otra no parezca
experimentar cambio alguno (quizás esta sea la historia que más se acerca a la
realidad) y la última pareja, parte de la sorpresa final, solo alcance a
presentar su conflicto. Para ello, bastó un poco de honestidad en cada pareja, participar
en un ejercicio de memoria y escuchar atentos lo obvios consejos del psicólogo.
Consejos que podrían haber sido sugeridos en una primera sesión individual. Después
de ver esto, uno se pregunta a razón de qué había que convocar a terapia grupal
a estos personajes si, por lo visto, tres de las cinco parejas podrían haber
resuelto todo en una primera sesión individual.
Uno de los puntos más favorables de esta
puesta es la capacidad actoral de la mayoría del elenco. Destaca el trabajo de
Víctor Barco, Gabriela Pérez-León, Ana Moloche Ramos y Níkolas Chacón. En
general, los actores juegan sin problema con lo que la obra les propone y
parecen pasarla bien en el escenario. Sin embargo, hay que decirlo también, el
desarrollo o arco de los personajes a lo largo de la historia es poco (y en
algún caso nulo). En alguna medida, esto es consecuencia de lo que líneas
arriba ya se ha observado en cuanto a dramaturgia. Y en gran medida, esto es
responsabilidad de la dirección. El texto podría ser todo lo discursivo que el
autor pudiese sugerir. Pero es el director quien, a través de los actores, dota
de acción a ese texto. No son pocas las obras que se cuentan no tanto por lo
que se dice, sino por lo que se hace: silencios, miradas, acciones contrastantes
con el texto. Todo lo que subyace entre líneas es siempre interesante. La
dirección en Desamores privilegia la
reflexión en el discurso y destierra la acción en lo accesorio. Porque parece
haber sido instrucción de la dirección que las contraescenas (o escenas aparte)
estuviesen más cargadas de acción y fuesen más entretenidas de ver que la misma
participación activa de los personajes. Es como si la anécdota divertida del
gileo, la compulsión enajenada de un gamer metido en el celular o la pelea a sotto voce entre parejas fuese lo
central, a lo que hay que prestar verdadera atención, y la reflexión en el
discurso a la que supuestamente nos invita la obra (recordemos el monólogo del
inicio) fuese lo anecdótico y accesorio. Visto así, no es de extrañar que el
desarrollo de estos personajes haya sido tan trivial como un gag o artificial
como un discurso aleccionador.
Sergio Muñoa es un hombre de teatro
prolífico, un hombre-orquesta que se faja la dramaturgia, la producción, la
dirección y se da el lujo de, además, actuar sus propias obras. Son pocos los
que tienen eso que ponen las gallinas para enfrentar retos de ese tamaño. Su
productora, Mente Brillante, ya va por su cuarta producción y va en camino de
dos más este año. Todo ello es encomiable. El amor que Muñoa profesa por al
arte es más que evidente y ha quedado demostrado con creces. Sin embargo, y se
lo decimos desde la distancia de quien está en la butaca espectando el producto
final, quizás bien valdría la pena que tome distancia de alguna de las cuatro
actividades que se esmera en ejecutar, y que se enfoque con más tranquilidad en
aquello que necesita más de su atención. En nuestra opinión, ese enfoque sereno
le vendría bien a la dramaturgia y a la dirección de Desamores. A veces hay que alejarnos un poco del objeto de
contemplación para verlo tal y como es, con sus virtudes y defectos, en su
versión más cruda y real. Como en la presbicia y como en el amor.
David Huamán
23 de febrero de 2020
Notas
adicionales:
1. Fiel a su estilo, el entrañable Marco
Aurelio Denegri no se cansaba de hablar del amor, ese período anómalo de
atención tan sobrevalorado en occidente. Insistía en que el género humano en su
conjunto no tenía la capacidad de acertar en la elección de su pareja o de amar
en iguales proporciones, y plagaba de desaciertos y falsas expectativas sus
relaciones amorosas. Visto así, quizás Desamores
verse sobre lo que Denegri postulaba. Quizás sus personajes transitan sobre el
estado más sano y natural del hombre, el del desamor, y son capaces, por fin,
de ver lo que sus parejas son en realidad. Quizás el terapeuta es un charlatán
que lucra con la necedad humana de remar contra la corriente. Quizás la
anécdota y el gag no eran lo accesorio, sino lo más importante, lo que
realmente cuenta, hacia donde hay que ir. De ser así, quien redacta esto se
desdice de todo lo dicho en su crítica y felicita en todo al Sr. Muñoa.
Los dejo con un vídeo sobre el amor del
buen MAD:
2. Esto que verán aquí es un ejercicio
actoral llamado “Zip-zap-boing” y sirve para trabajar la atención y
concentración, además de elevar el nivel de energía en los actores. Creo que pocas
veces en mi vida he visto a un grupo que ejecute este ejercicio con tanta
velocidad y energía. Y eso dice mucho. Sergio Muñoa tiene una gran suerte al
contar con actores tan comprometidos en este proceso. Esto que se ve en el
video así lo demuestra y es precioso. Eso sí, sugiero verlo en un celular para
que puedan rotar la imagen:
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