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sábado, 9 de febrero de 2019

Entrevista: DAVID HUAMÁN


“Un director no puede ser tan democrático en el proceso creativo”

La coima, estrenada oportunamente en Fiestas Patrias del año pasado, fue una de las mejores comedias que abordaron con harto ingenio y sarcasmo nuestra convulsionada vida política. Basada en El inspector de Nikolai Gogol, la historia se centraba en un particular presidente de una nación sudamericana, que veía peligrar su posición ante la inminente visita de un supervisor internacional. David Huamán, ganador del premio del jurado de Oficio Crítico 2018 como el mejor actor de Comedia o Musical, fue el intérprete ideal para personificar a este hilarante mandatario. “Me gustaba estar en las actuaciones del colegio, en las de baile principalmente. A muchos de mis compañeros no les apetecía participar en ellas, pero a mí sí. Si bien había uno que otro taller de actuación después del horario de clases, nunca me animé a participar en ellos. Supongo que los veía como algo lejano a mí”, recuerda.

Inicios, maestros y talleres

“En Secundaria tuve oportunidad de participar en una que otra velada teatral, también en el colegio, pero de forma incidental. A los quince años me esmeré en aprender el clásico monólogo de Hamlet y lo representé durante la semana del aniversario del colegio. También declamaba. Un profesor me pidió que para una ceremonia de clausura del año interpretara el monólogo de Segismundo, de La vida es sueño, recuerda David, a quien el teatro se le instala para siempre, cuando ve a los catorce años la obra Vallejo, interpretada por Carlos Gassols, Ofelia Lazo y Luis Álvarez en el desaparecido Teatro Real. “¡Tuve la suerte de ver a Luis Álvarez en escena! Fue la primera vez que vi teatro adulto, por llamarlo de alguna forma. Me conmovió profundamente, como nada lo había hecho hasta ese momento. Algo en el alma me cambió”, comenta. “Pese a todo esto, yo estudié Ingeniería Electrónica en la PUCP. Tenía alguna facilidad para los números y supuse que lo más lógico era estudiar una carrera de ciencias. Y, sin embargo, en el fondo sabía que tenía esta vocación por actuar”.

David llevó algunos talleres de teatro fuera de la universidad, mientras estudiaba su carrera. Uno de estos talleres lo dictó el actor y director Paco Solís Fúster. “Paco me enseñó a amar el oficio actoral, las ganas de jugar, de divertirme haciendo lo que hacemos. También me enseñó a mostrar siempre en escena un trabajo impecable, digno de ser presentado ante el público”, menciona. Agrega, además, que Solís fue muy lúdico en los procesos de su taller: le enseñó a maravillarse de los personajes y constantemente le propuso ejercicios que le sirvieron de mucho en su carrera actoral. “Recuerdo que cuando ensayábamos para una muestra, me pidió que llevara las acciones de mi personaje al máximo nivel de exageración. No entendía por qué me pedía tal cosa. Me parecía hasta incorrecto. De pronto, me pidió que toda esa efervescencia, ese frenesí exagerado, lo llevara adentro, a mis entrañas. Fue allí cuando el ejercicio cobró sentido para mí”.

Otro proceso formativo destacable en la vida de David fue el continuar en el Conservatorio de Formación Actoral en el 2007, dirigido por Leonardo Torres Vilar, en donde formó parte de su primera promoción. “La técnica de Sanford Meisner fue crucial para reencontrarme con el teatro después de años de alejamiento por diferentes razones. Gané oficio pero, sobre todo, recuperé las ganas y la alegría de hacer esto”. Un grupo de actores del Conservatorio invitan a David, un año después, a participar en la recordada puesta en escena de Los árboles mueren de pie, de Alejandro Casona, en la que participara la primera actriz Rosa Wunder. “Fue una experiencia maravillosa. Rosa era entrañable, todo un personaje. Genial en escena. Cerrabas los ojos, te imaginabas a la abuela perfecta, los abrías, y era ella. En esa puesta también participó Claudio Calmet. Él era el engreído de Rosita (risas). Lo adoraba.” Posteriormente, Torres Vilar convocó a David para participar, como actor invitado, en algunas de las muestras de sus alumnos. Entre ellas, las finales del 2012 y 2013, con Transporte de mujeres y Las tres hermanas, respectivamente.

Para actuar y dirigir

“Pienso que un buen actor de teatro debe tener la capacidad de ser real, honesto, que le creas todo lo que le ves hacer”, comenta David. “Esa cualidad es innata al actor. No se aprende. O se tiene o no se tiene. Lo importante es encontrarla y perfeccionarla con el entrenamiento, con el oficio, con la experiencia”. Añade que la disciplina es muy importante y en eso, reconoce David, todavía le falta ajustar un poco. “Siento que llevo una suerte de doble vida (risas): una vida como ingeniero oficinista y la otra como actor de teatro. A veces, estas dos vidas no se llevan bien, entran en conflicto. Y que quede claro que yo le tengo mucha gratitud a la Ingeniería como profesión. Me ha permitido hacer muchas cosas en mi vida. De hecho, al día de hoy, paga las cuentas (risas). Pero es muy demandante. Me falta tiempo para hacerlo todo. A veces me gustaría tener más para estar con mi familia o para embarcarme en más proyectos actorales. Cuando estoy en uno, por ejemplo, me cuesta llegar temprano a ensayar o a función. En sí, la vida del actor también demanda mucho tiempo de uno: implica aprenderse la letra, llenar el texto de apuntes, conocerlo a fondo y llevarlo hacia uno y llevarse uno mismo hacia el personaje”. 

David se hace una autocrítica y declara confiar demasiado en su propio instinto. Reconoce que le hubiera gustado preparar con más esmero algunos de sus personajes. “Por último, un buen actor debe tener actitud de escucha y eso es algo que se consigue siendo humilde; tengo que decir que soy una persona con un genio muy fuerte, muchas veces de carácter irascible. Muy fosforito. Ese rasgo, me temo, se me ha acentuado con la edad. A veces me ha costado mucho escuchar a mis directores”. Al respecto, David recuerda su experiencia al ser dirigido por César Golac en Rastros (2017). “A veces me costaba mucho entender, en cuanto a acción, lo que se me pedía actoralmente. Tuve que serenarme para lograr lo que se esperaba de mí. Yo le estoy muy agradecido a César por eso. De hecho, le pedí disculpas al final del proceso por mi mal genio. Ahora, cuando coincidimos en algún lugar, nos saludos con cariño, nos abrazamos. Lamentablemente, a veces esa pasión, ese ser tan vehemente en conseguir los objetivos, nos pueden jugar una mala pasada. Son como dos caras de una misma moneda”.

Por otro lado, para David, un buen director de teatro “tiene que tener claro qué es lo que quiere hacer, debe tener aunque sea un esbozo de lo que busca y tiene que saber cuándo parar de buscar en el proceso creativo y comenzar a fijar”. Además, debe conocer a sus actores y saber qué pueden dar y qué no, para saber conducirlos. “Tiene que saber manejar la disciplina entre sus actores, ya sean ‘chibolos’ o viejas glorias del teatro nacional”. Y es que si uno es director, saldrá en escena su voz y lo que busque mostrar. “Tu actor te puede dar ideas y las puedes incorporar. Eso es deseable. Sin embargo, a veces el director tiene que ser un pequeño dictador, no puede ser tan democrático en el proceso creativo. Un director está ahí para cumplir su función, que consiste en definir qué es lo que va a escena y cómo”. David lleva actualmente un taller de dramaturgia con Franco Iza, pero sí está interesado en dirigir. “Me muero de miedo; sin embargo, siento que si llevara a escena un texto propio tendría ideas muy fijas sobre lo que está pasando o sobre las características de tal o cual personaje. Si en un proceso de dirección veo que los actores interpretan algo diferente o me cambian el planteamiento… no sé cómo lidiaría con eso, tendría que probar”.

Temporadas de diversos calibres

David intervino en un puñado de interesantes temporadas de diversos estilos, como Esquina peligrosa (2015), Nosotros los burócratas (2015), Rastros (2017), Juntos y revueltos (2018) y África [un continente…] (2018). “En Juntos y revueltos, la construcción del personaje fue más inmediata y más divertida. Tenía que hacerlo un poco mayor, pero me ayudaba el trabajar con mis compañeros”. Sin embargo, para África [un continente…], David sí se quedó con una espina. “Ha sido uno de los personajes más ricos y complejos que me ha tocado interpretar y siento que no le saqué el jugo. Me hubiera gustado tener un poco más de tiempo para trabajarlo como era debido”. Reconoce que su personaje, un pintor que trabajaba con restos humanos y era capaz de masacrar a otra persona para conseguir reconocimiento, pudo ser más perturbador. Su experiencia en el montaje de Rastros fue más gratificante. “Ese ha sido uno de los procesos actorales más complejos e interesantes que he vivido hasta ahora; logramos hacer varias pasadas de la obra completa en época de ensayos y llegamos al estreno, actoralmente hablando, bastante bien”.

Para La coima, puesta ganadora también por el jurado de Oficio Crítico, los actores tenían una doble misión: interpretar a sus respectivos personajes y cantar en vivo. “Yo solo canto en la ducha”, revela David. “Me gustaría tener técnica vocal, por lo menos para el canto. Si algún ‘mérito’ tiene mi voz, es absolutamente heredado, no trabajado. Lo bueno que conseguimos en las partes cantadas de la obra fue por el esfuerzo de mis compañeros y el gran trabajo de Manuel Antonio Aivar (coach vocal). La verdad, todos fuimos bien ‘conchudos’, porque nadie es cantante, excepto el chino Luis (Cárdenas Natteri), quien además compuso uno de los temas”. Las anécdotas abundaron durante la temporada. “En la penúltima función que, además, fue grabada, en la mitad de la interpretación de mi canción me distraje por algo que vi en el público, así que confundí la letra espantosamente. Con total frescura, y estando en personaje, decidí parar todo y pedirles a los músicos que retomaran la canción desde la mitad. Siendo el presidente, podía darme el lujo de hacer algo como eso (ríe). Sentirme tan ‘conchudo’ fue hasta liberador. Eso me permitió culminar mi interpretación con toda libertad”.

¿Por qué hacer La coima en esta época? La respuesta se cae de madura. “Martín (Velásquez, director) me convocó para leer parte de la obra, hacia finales del 2017, justo cuando sucedía lo de la vacancia presidencial. A propósito de esa coyuntura, rondaba en la cabeza de Martín el texto de El inspector de Gogol. Así que decidió emprender la ‘chambaza’ de trasladar la circunstancia del pueblo (en donde ocurre la versión original de Gogol) a la de todo un país”. La idea de Velásquez de hacer esta adaptación cautivó a David y al elenco, que apostaron por participar en el proyecto. “Creo que estábamos convencidos de la necesidad de mostrar esto. Sentíamos que, desde nuestra trinchera, había que darle una voz a nuestra opinión sobre la coyuntura política de nuestro país. Como artistas, era un deber moral. Entendí cuán relevante era esta obra el día que la estrenamos, al percibir las reacciones en el público”. La última escena, en la que el presidente que interpretaba David interpelaba al público, provocó un estallido de aplausos al cerrarse el telón. “Me alegra que Martín haya tenido la visión de que esto pudiera hacerse y me alegra aún más que haya confiado en el proyecto hasta el final. Cuando recibimos el premio por la obra, subimos a recibirlo todos juntos. Fuera del escenario, nos abrazamos. Fue muy emocionante”.

David participará en la reposición de La coima, que se llevará a cabo a fines de julio de este año, nuevamente en el Teatro de la AAA en el Centro de Lima. Además, ya está confirmada su participación en la comedia Usted puede ser un asesino. “Estaré con el mismo elenco de Juntos y revueltos, concluye.

Sergio Velarde
9 de febrero de 2019

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