“Un director no puede ser tan democrático en el proceso creativo”
La coima, estrenada oportunamente
en Fiestas Patrias del año pasado, fue una de las mejores comedias que
abordaron con harto ingenio y sarcasmo nuestra convulsionada vida política.
Basada en El inspector de Nikolai
Gogol, la historia se centraba en un particular presidente de una nación
sudamericana, que veía peligrar su posición ante la inminente visita de un
supervisor internacional. David Huamán, ganador del premio del jurado de Oficio Crítico 2018 como el mejor actor
de Comedia o Musical, fue el intérprete ideal para personificar a este
hilarante mandatario. “Me gustaba estar
en las actuaciones del colegio, en las de baile principalmente. A muchos de mis
compañeros no les apetecía participar en ellas, pero a mí sí. Si bien había uno
que otro taller de actuación después del horario de clases, nunca me animé a
participar en ellos. Supongo que los veía como algo lejano a mí”, recuerda.
Inicios, maestros y talleres
“En Secundaria tuve oportunidad de participar en una que otra velada
teatral, también en el colegio, pero de forma incidental. A los quince años me
esmeré en aprender el clásico monólogo de Hamlet
y lo representé durante la semana del aniversario del colegio. También
declamaba. Un profesor me pidió que para una ceremonia de clausura del año interpretara
el monólogo de Segismundo, de La vida es
sueño”, recuerda David, a quien el teatro se le instala para siempre,
cuando ve a los catorce años la obra Vallejo,
interpretada por Carlos Gassols, Ofelia Lazo y Luis Álvarez en el desaparecido Teatro
Real. “¡Tuve la suerte de ver a Luis
Álvarez en escena! Fue la primera vez que vi teatro adulto, por llamarlo de alguna
forma. Me conmovió profundamente, como nada lo había hecho hasta ese momento.
Algo en el alma me cambió”, comenta. “Pese
a todo esto, yo estudié Ingeniería Electrónica en la PUCP. Tenía alguna
facilidad para los números y supuse que lo más lógico era estudiar una carrera
de ciencias. Y, sin embargo, en el fondo sabía que tenía esta vocación por
actuar”.
David llevó algunos talleres de
teatro fuera de la universidad, mientras estudiaba su carrera. Uno de estos
talleres lo dictó el actor y director Paco Solís Fúster. “Paco me enseñó a amar el oficio actoral, las ganas de jugar, de divertirme
haciendo lo que hacemos. También me enseñó a mostrar siempre en escena un
trabajo impecable, digno de ser presentado ante el público”, menciona. Agrega,
además, que Solís fue muy lúdico en los procesos de su taller: le enseñó a
maravillarse de los personajes y constantemente le propuso ejercicios que le
sirvieron de mucho en su carrera actoral. “Recuerdo
que cuando ensayábamos para una muestra, me pidió que llevara las acciones de
mi personaje al máximo nivel de exageración. No entendía por qué me pedía tal
cosa. Me parecía hasta incorrecto. De pronto, me pidió que toda esa
efervescencia, ese frenesí exagerado, lo llevara adentro, a mis entrañas. Fue allí
cuando el ejercicio cobró sentido para mí”.
Otro proceso formativo destacable
en la vida de David fue el continuar en el Conservatorio de Formación Actoral
en el 2007, dirigido por Leonardo Torres Vilar, en donde formó parte de su
primera promoción. “La técnica de Sanford
Meisner fue crucial para reencontrarme con el teatro después de años de
alejamiento por diferentes razones. Gané oficio pero, sobre todo, recuperé las ganas
y la alegría de hacer esto”. Un grupo de actores del Conservatorio invitan
a David, un año después, a participar en la recordada puesta en escena de Los árboles mueren de pie, de Alejandro
Casona, en la que participara la primera actriz Rosa Wunder. “Fue una experiencia maravillosa. Rosa era
entrañable, todo un personaje. Genial en escena. Cerrabas los ojos, te
imaginabas a la abuela perfecta, los abrías, y era ella. En esa puesta también
participó Claudio Calmet. Él era el engreído de Rosita (risas). Lo adoraba.”
Posteriormente, Torres Vilar convocó a David para participar, como actor
invitado, en algunas de las muestras de sus alumnos. Entre ellas, las finales del
2012 y 2013, con Transporte de mujeres
y Las tres hermanas,
respectivamente.
Para actuar y dirigir
“Pienso que un buen actor de teatro debe tener la capacidad de ser
real, honesto, que le creas todo lo que le ves hacer”, comenta David. “Esa cualidad es innata al actor. No se
aprende. O se tiene o no se tiene. Lo importante es encontrarla y
perfeccionarla con el entrenamiento, con el oficio, con la experiencia”.
Añade que la disciplina es muy importante y en eso, reconoce David, todavía le
falta ajustar un poco. “Siento que llevo una
suerte de doble vida (risas): una vida como ingeniero oficinista y la otra como
actor de teatro. A veces, estas dos vidas no se llevan bien, entran en
conflicto. Y que quede claro que yo le tengo mucha gratitud a la Ingeniería
como profesión. Me ha permitido hacer muchas cosas en mi vida. De hecho, al día
de hoy, paga las cuentas (risas). Pero es muy demandante. Me falta tiempo para
hacerlo todo. A veces me gustaría tener más para estar con mi familia o para
embarcarme en más proyectos actorales. Cuando estoy en uno, por ejemplo, me
cuesta llegar temprano a ensayar o a función. En sí, la vida del actor también demanda
mucho tiempo de uno: implica aprenderse la letra, llenar el texto de apuntes,
conocerlo a fondo y llevarlo hacia uno y llevarse uno mismo hacia el personaje”.
David se hace una autocrítica y declara confiar demasiado en su propio instinto.
Reconoce que le hubiera gustado preparar con más esmero algunos de sus
personajes. “Por último, un buen actor
debe tener actitud de escucha y eso es algo que se consigue siendo humilde; tengo
que decir que soy una persona con un genio muy fuerte, muchas veces de carácter
irascible. Muy fosforito. Ese rasgo, me temo, se me ha acentuado con la edad. A
veces me ha costado mucho escuchar a mis directores”. Al respecto, David
recuerda su experiencia al ser dirigido por César Golac en Rastros (2017). “A veces me costaba mucho entender, en
cuanto a acción, lo que se me pedía actoralmente. Tuve que serenarme para lograr
lo que se esperaba de mí. Yo le estoy muy agradecido a César por eso. De hecho,
le pedí disculpas al final del proceso por mi mal genio. Ahora, cuando coincidimos
en algún lugar, nos saludos con cariño, nos abrazamos. Lamentablemente, a veces
esa pasión, ese ser tan vehemente en conseguir los objetivos, nos pueden jugar
una mala pasada. Son como dos caras de una misma moneda”.
Por otro lado, para David, un
buen director de teatro “tiene que tener
claro qué es lo que quiere hacer, debe tener aunque sea un esbozo de lo que
busca y tiene que saber cuándo parar de buscar en el proceso creativo y comenzar
a fijar”. Además, debe conocer a sus actores y saber qué pueden dar y qué no,
para saber conducirlos. “Tiene que saber manejar
la disciplina entre sus actores, ya sean ‘chibolos’ o viejas glorias del teatro
nacional”. Y es que si uno es director, saldrá en escena su voz y lo que busque
mostrar. “Tu actor te puede dar ideas y
las puedes incorporar. Eso es deseable. Sin embargo, a veces el director tiene
que ser un pequeño dictador, no puede ser tan democrático en el proceso
creativo. Un director está ahí para cumplir su función, que consiste en definir
qué es lo que va a escena y cómo”. David lleva actualmente un taller de dramaturgia
con Franco Iza, pero sí está interesado en dirigir. “Me muero de miedo; sin embargo, siento que si llevara a escena un
texto propio tendría ideas muy fijas sobre lo que está pasando o sobre las
características de tal o cual personaje. Si en un proceso de dirección veo que
los actores interpretan algo diferente o me cambian el planteamiento… no sé
cómo lidiaría con eso, tendría que probar”.
Temporadas de diversos calibres
David intervino en un puñado de
interesantes temporadas de diversos estilos, como Esquina peligrosa (2015), Nosotros los burócratas (2015), Rastros
(2017), Juntos y revueltos (2018) y África [un continente…] (2018). “En Juntos
y revueltos, la construcción del personaje fue más inmediata y más divertida.
Tenía que hacerlo un poco mayor, pero me ayudaba el trabajar con mis compañeros”.
Sin embargo, para África [un
continente…], David sí se quedó con una espina. “Ha sido uno de los personajes más ricos y complejos que me ha tocado
interpretar y siento que no le saqué el jugo. Me hubiera gustado tener un poco
más de tiempo para trabajarlo como era debido”. Reconoce que su personaje,
un pintor que trabajaba con restos humanos y era capaz de masacrar a otra
persona para conseguir reconocimiento, pudo ser más perturbador. Su experiencia
en el montaje de Rastros fue más
gratificante. “Ese ha sido uno de los
procesos actorales más complejos e interesantes que he vivido hasta ahora; logramos
hacer varias pasadas de la obra completa en época de ensayos y llegamos al
estreno, actoralmente hablando, bastante bien”.
Para La coima, puesta ganadora también por el jurado de Oficio Crítico, los actores tenían una
doble misión: interpretar a sus respectivos personajes y cantar en vivo. “Yo solo canto en la ducha”, revela
David. “Me gustaría tener técnica vocal,
por lo menos para el canto. Si algún ‘mérito’ tiene mi voz, es absolutamente
heredado, no trabajado. Lo bueno que conseguimos en las partes cantadas de la
obra fue por el esfuerzo de mis compañeros y el gran trabajo de Manuel Antonio
Aivar (coach vocal). La verdad, todos fuimos bien ‘conchudos’, porque nadie es
cantante, excepto el chino Luis (Cárdenas Natteri), quien además compuso uno de
los temas”. Las anécdotas abundaron durante la temporada. “En la penúltima función que, además, fue
grabada, en la mitad de la interpretación de mi canción me distraje por algo
que vi en el público, así que confundí la letra espantosamente. Con total
frescura, y estando en personaje, decidí parar todo y pedirles a los músicos
que retomaran la canción desde la mitad. Siendo el presidente, podía darme el
lujo de hacer algo como eso (ríe). Sentirme tan ‘conchudo’ fue hasta liberador.
Eso me permitió culminar mi interpretación con toda libertad”.
¿Por qué hacer La coima en esta época? La respuesta se
cae de madura. “Martín (Velásquez,
director) me convocó para leer parte de la obra, hacia finales del 2017, justo
cuando sucedía lo de la vacancia presidencial. A propósito de esa coyuntura, rondaba
en la cabeza de Martín el texto de El inspector
de Gogol. Así que decidió emprender la ‘chambaza’ de trasladar la circunstancia
del pueblo (en donde ocurre la versión original de Gogol) a la de todo un
país”. La idea de Velásquez de hacer esta adaptación cautivó a David y al
elenco, que apostaron por participar en el proyecto. “Creo que estábamos convencidos de la necesidad de mostrar esto.
Sentíamos que, desde nuestra trinchera, había que darle una voz a nuestra
opinión sobre la coyuntura política de nuestro país. Como artistas, era un
deber moral. Entendí cuán relevante era esta obra el día que la estrenamos, al
percibir las reacciones en el público”. La última escena, en la que el
presidente que interpretaba David interpelaba al público, provocó un estallido
de aplausos al cerrarse el telón. “Me
alegra que Martín haya tenido la visión de que esto pudiera hacerse y me alegra
aún más que haya confiado en el proyecto hasta el final. Cuando recibimos el
premio por la obra, subimos a recibirlo todos juntos. Fuera del escenario, nos
abrazamos. Fue muy emocionante”.
David participará en la
reposición de La coima, que se
llevará a cabo a fines de julio de este año, nuevamente en el Teatro de la AAA en el Centro de Lima. Además, ya está confirmada su participación en la comedia Usted puede ser un asesino. “Estaré con el mismo elenco de Juntos y revueltos”, concluye.
Sergio Velarde
9 de febrero de 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario