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jueves, 21 de febrero de 2019

Crítica: CICATRICES


Heridas por cerrar

El Club de Teatro de Lima, una de las escuelas de actuación más longevas en la capital, sigue formando nuevas generaciones de actores, quienes se despiden de su centro de estudios en el tercer año con interesantes muestras que comprueban sus innegables progresos. Guiados con mano firme por la plana docente, sus egresados no temen enfrentar temáticas controvertidas o problemáticas sociales, muchas veces generando sus propios textos como creaciones colectivas. Por ejemplo, en La ola (2016), basada en la película del mismo nombre, se abordó un fallido experimento universitario para frenar la escalada de delincuencia en la sociedad; y en Aquí no hay lugar para unicornios (2018), se hizo hincapié en la violencia de género, a través de múltiples historias en donde las mujeres luchaban por reclamar sus justos derechos. Este año, la nueva promoción de egresados del Club de Teatro se embarca en la complicada misión de retratar la violencia originada por el conflicto interno terrorista en la vida de cuatro familias fragmentadas, estrenando la obra Cicatrices, creación colectiva guiada por Paco Caparó.

Como ya es habitual en los trabajos de Caparó, cada uno de los integrantes de la promoción asume un personaje dentro de historias independientes que confluyen al finalizar la puesta. En ese sentido, Fabiola Alfaro, Mariela Lorenzo, Berenice Contreras, Omar Cordova, Yeferson Chávez, Sara Ayala, Pamela Ausejo, Sandra Makishi, Andrea Castro y especialmente, Jerenny Guía, Diego Vargas y Rahib Bend defienden personajes muy bien bosquejados, entre víctimas y victimarios, en medio de una locura que desangró por mucho tiempo a nuestro país. Esta vez, Caparó y su elenco tocan fibras muy sensibles, alternando algunas escenas en el límite de lo escabroso (como las violaciones) con crudos testimonios de ciertos personajes (como la madre en busca de justicia), pero trabajados con cuidado y esmero. Atinadamente, el montaje se encarga de mostrar ambos bandos, centrándose en el sinsentido de la violencia, sin caer en sensacionalismos ni en el burdo panfleto.

Sin llegar a la densidad dramática de otros excelentes montajes de temática similar, como La cautiva (2014), La humilde dinamita (2016) o Entre colinas y senderos (2018), y salvando las distancias, Cicatrices sí nos depara un par de momentos inquietantes y conmovedores: desde el inicio, con la desesperada voz de la señora reclamando por ayuda, siendo apagada por las recomendaciones del teatro antes de empezar la función; pasando por las arengas del senderista convencido que está en lo correcto; hasta la utópica reconciliación entre padre e hijo, simbolizando dos generaciones que tienen mucho que entender la una de la otra. Acaso la lectura de las cartas, impecablemente ejecutada, pueda revisarse en beneficio de la fluidez de la historia. El último tramo de Cicatrices, con el flamante elenco egresado del Club de Teatro despojándose de sus prendas para revelar los vendajes ensangrentados que cubren sus heridas, cierra un pertinente montaje en contra del olvido y el terror, y a favor de la memoria y la reconciliación.

Sergio Velarde
21 de febrero de 2019

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