Heridas por cerrar
El Club de Teatro de Lima, una de las escuelas de actuación
más longevas en la capital, sigue formando nuevas generaciones de actores,
quienes se despiden de su centro de estudios en el tercer año con interesantes
muestras que comprueban sus innegables progresos. Guiados con mano firme por la
plana docente, sus egresados no temen enfrentar temáticas controvertidas o problemáticas sociales,
muchas veces generando sus propios textos como creaciones colectivas. Por
ejemplo, en La ola (2016), basada en la película del mismo nombre, se abordó un
fallido experimento universitario para frenar la escalada de delincuencia en la
sociedad; y en Aquí no hay lugar para unicornios (2018), se hizo hincapié en la
violencia de género, a través de múltiples historias en donde las mujeres
luchaban por reclamar sus justos derechos. Este año, la nueva promoción de
egresados del Club de Teatro se embarca en la complicada misión de retratar la
violencia originada por el conflicto interno terrorista en la vida de cuatro
familias fragmentadas, estrenando la obra Cicatrices, creación colectiva guiada
por Paco Caparó.
Como ya es habitual en los trabajos de Caparó, cada uno de
los integrantes de la promoción asume un personaje dentro de historias
independientes que confluyen al finalizar la puesta. En ese sentido, Fabiola
Alfaro, Mariela Lorenzo, Berenice Contreras, Omar Cordova, Yeferson Chávez,
Sara Ayala, Pamela Ausejo, Sandra Makishi, Andrea Castro y especialmente, Jerenny
Guía, Diego Vargas y Rahib Bend defienden personajes muy bien bosquejados, entre
víctimas y victimarios, en medio de una locura que desangró por mucho tiempo a
nuestro país. Esta vez, Caparó y su elenco tocan fibras muy sensibles, alternando
algunas escenas en el límite de lo escabroso (como las violaciones) con crudos
testimonios de ciertos personajes (como la madre en busca de justicia), pero
trabajados con cuidado y esmero. Atinadamente, el montaje se encarga de mostrar
ambos bandos, centrándose en el sinsentido de la violencia, sin caer en
sensacionalismos ni en el burdo panfleto.
Sin llegar a la densidad dramática de otros excelentes montajes
de temática similar, como La cautiva (2014), La humilde dinamita (2016) o Entre colinas y senderos (2018), y salvando las distancias, Cicatrices sí nos depara
un par de momentos inquietantes y conmovedores: desde el inicio, con la desesperada
voz de la señora reclamando por ayuda, siendo apagada por las recomendaciones
del teatro antes de empezar la función; pasando por las arengas del senderista
convencido que está en lo correcto; hasta la utópica reconciliación entre padre
e hijo, simbolizando dos generaciones que tienen mucho que entender la una de
la otra. Acaso la lectura de las cartas, impecablemente ejecutada, pueda revisarse en beneficio de la fluidez de la historia. El último tramo de Cicatrices, con el flamante elenco egresado del
Club de Teatro despojándose de sus prendas para revelar los vendajes
ensangrentados que cubren sus heridas, cierra un pertinente montaje en contra
del olvido y el terror, y a favor de la memoria y la reconciliación.
Sergio Velarde
21 de febrero de 2019
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