San Bartolo (2018) fue una valiente apuesta
teatral que abordó los escandalosos abusos cometidos por el Sodalicio. Escrita
y dirigida por Alejandro Clavier y Claudia Tangoa, la puesta presentada en el
Teatro La Plaza fue recompensada con el Premio Especial de Oficio Crítico. “Estudié parte de la Primaria en Tarapoto, mi
familia es de la selva”, comenta Claudia. “En mi colegio en Lima no había
teatro, pero sí ballet; había mucha disciplina, hacíamos cosas que nunca había
hecho”. La exigencia física y la disciplina impartida en el curso le llamó la
atención de Claudia, así como su particular música. “El ballet me exigía
explorar y trabajar mi cuerpo de una manera no cotidiana, y me gustaba
descubrir eso nuevo en mi”.
La importancia del trabajo de grupo
Claudia descubrió el teatro siendo
adolescente, pero fuera de las aulas, en un grupo de teatro aficionado y
autogestionado. “Estuve bastante tiempo (cuatro años) y había mucha entrega,
teníamos talleres y luego presentaciones, que eran para todo público pero iba
más la familia; nosotros vendíamos las entradas y trabajábamos todo el sábado y
todo el domingo”. Para Claudia, la experiencia vivida le hizo identificarse con
el trabajo teatral en grupo. “El teatro tuvo un efecto transformador en nuestras
vidas, conservo muy buenos amigos de esa experiencia”. Agrega que fue muy
enriquecedor encontrar y trabajar con todas aquellas personas que venían de
realidades distintas. “Porque estábamos pasando por esa etapa tan difícil que
es la adolescencia, en la que no estamos conformes con nuestro cuerpo, vivimos
conflictuados con el mundo; fue un momento muy claro donde el teatro entró en
nuestras vidas y nos empoderó, me sentía buena haciendo teatro. Como
adolescente tenía muchas dudas pero sentí que era buena en esto, entonces empecé
a producir y escribir”.
Una educación escolar sin talleres
artísticos, específicamente de teatro, resulta a estas alturas desafortunada y
hasta condenable. “Es importantísimo, te da disciplina, desarrollas otras
habilidades, aprendes a trabajar en equipo, incentivas la creatividad y la
sensibilidad”, opina Claudia sobre los cursos de Teatro en colegios. “Entrar en
el chip del teatro es tener la mente abierta, cuestionarse todo el tiempo, poder
atreverse a hacer cosas, porque si sientes miedo de hacer algo por temor a
fallar, no lograrás nada; la idea es sentir que la vida es prueba y error, hay
que darle esa otra mirada, otro filtro de ver las cosas”. Evidentemente,
todavía tenemos un sistema castrador y castigador, y dado a la recompensa. “No
permite que podamos descubrirnos a nosotros mismos; por ejemplo, veo a
compañeros que vienen de colegios donde han hecho teatro y siento que hay una forma
distinta de afrontar las cosas, menos limitadas, entran más al juego”.
El teatro como profesión
Claudia es egresada de Artes Escénicas,
cuando esta estaba en la Facultad de Comunicaciones en la Universidad Católica.
“Una profesora que me impactó mucho fue Bertha Pancorvo”, recuerda. “Tenía una forma
de vivir como profesional del teatro, tenía disciplina, investigación; nos
exigía de tal manera, que si tú querías vivir de esto, tenías que hacerlo en
serio, sino serías un mediocre en tu trabajo; sentí que me exigió de una manera
estimulante”. Por otro lado, Claudia tuvo como profesor de Dirección al
consagrado Jorge Guerra, a quien califica de ser “un visionario como director, veía el
potencial en el trabajo que le presentabas, leía lo que estaba escrito sobre la
escena de otra forma; me hacía pensar que lo que yo creía, podía significar
otras cosas”. Una persona que influenció mucho en las búsquedas escénicas de
Claudia fue Carlos Cueva de LOT. “La experiencia en LOT me motivó a revisar y
cuestionar lo aprendido en la universidad, me acercó a lo posdramático”.
Algunos proyectos de Claudia que llamaron la
atención de Oficio Crítico fueron Ausentes – Proyecto escénico (2016), en donde
se encargó de la Dirección Teatral (la Dramaturgia estuvo a cargo de Claudia y Rodrigo Benza; y la Dirección General, de este último), en un montaje que habló sobre la la desigualdad, el manejo del poder, los
intereses y las causas de los conflictos sociales en el Perú; Ñaña (2017), con
su dramaturgia y dirección, mostrando la dura realidad de nuestra sociedad,
llena de abuso sexual y violencia; y la ya citada San Bartolo. “La búsqueda que
desarrollé cuando estudiaba en la universidad era la memoria personal como
punto de partida para la creación, el trabajo del actor-creador”, refiere
Claudia. En el 2012, se estrenó Proyecto 1980/2000, el tiempo que heredé como
parte de la convocatoria “Ayudas a la Producción y Exhibición de Artes
Escénicas en Perú” realizado por el Centro Cultural de España en Lima, en donde
Claudia se encargó de la dirección y dramaturgia del montaje, al lado de
Sebastián Rubio, con testimonios de los propios protagonistas. “Para mi, la
propuesta partió del interés de trabajar con la biografía del actor/no actor, después
lo reconocimos como teatro testimonial”.
El sólido trabajo escénico que significó
Ñaña, le valió a Claudia una nominación para Oficio Crítico como mejor
trabajo de dirección. El espectáculo contaba con las sentidas actuaciones de
Anahí de Cárdenas y Verony Centeno, quienes interpretaban a dos hermanas
que luchan por construir juntas un lugar al cual pertenecer, en medio de un
caso de maltrato infantil basado en un testimonio de la vida real. “El proceso
duró cuatro años de trabajo, fue la historia de mi hermana y la mía en el
escenario; mi búsqueda escénica era abordar la historia de ella, pero lo que
más me interesaba era cómo esta rebotaba en mí, en cómo era mi mirada sobre
ella y viceversa, de nuestros encuentros y desencuentros”. Para Claudia, esta
obra significó un proceso en el que tenía que enfocarse mucho más en el texto,
esta vez no partía de la memoria de las actrices, partía de ella misma. “Era mi
experiencia vivida pero traducida en la obra, había que probar el material con las
actrices; me enfoqué en mi trabajo como dramaturga y directora, porque
necesitaba una distancia con el tema, el tener estos roles me ayudaba a separarme
de mi historia y tener lucidez a partir de esa distancia”. La obra abordaba temas
muy claros, pero especialmente la distancia que separaba a estas dos hermanas que
no lo son. “Son peruanas, pero con distintas crianzas; una con privilegios y la
otra, sin ellos; decidí hacer el trabajo, porque sentí que podía interesarle a
más gente”.
Atrocidades y religión
San Bartolo llegó al Teatro La Plaza a través de
una invitación ofrecida a Alejandro Clavier (autor y director) para dirigir una
obra en la programación para adultos. “Jano había viajado a un festival en Alemania
y vio una obra sobre un pederasta belga; cuando regresaba a Lima pensó en el Sodalicio
y ese fue el “link” con el tema”, comenta Claudia. “En un momento, me dijo que
había que hacerlo juntos y me pareció bien, el caso es muy grande, habla de
muchas cosas”. Ambos quisieron explorar cómo influye la religión en relación al
cuerpo y a la sexualidad. “Creo que nos pasa a todos los
que hemos tenido una crianza católica, a las mujeres se nos impone la imagen de
la virgen, creo que nos influye de manera directa”. Claudia y Clavier
trabajaron todo un año, discutiendo el concepto y la manera que abordarían el
caso para contar los hechos. “Nos llenamos de información, entrevistamos a
mucha gente, conseguimos aliados”.
Una realidad tan difícil de asimilar causó,
sin duda, un doloroso efecto en Claudia. “Fue impactante, pensaba en las
personas que habían sido capaces de hacer esto, con tanta energía negativa”,
revela. “Tuve pesadillas durante algún tiempo, solo de pensar que hay personas
vulnerables en espacios supuestamente seguros, como colegios, pero expuestos al
peligro; yo tengo un sobrino, escuchaba de una pijamada y me preocupaba”. La
investigación de Claudia y Clavier fue exhaustiva, accediendo a testimonios, no
solo los propiciados por los periodistas Paola Ugaz y Pedro Salinas, sino
incluso de casos de otros países. “Literalmente, hablábamos de San Bartolo todo
el día; a mí me asustó saber que existen personas que tienen esos propósitos
cerca a gente tan vulnerable, y fue impactante escuchar la valentía de los que
han hecho frente al problema y que quieren rehacer su vida desde cero”.
En referencia al montaje en sí, Claudia y
Clavier atravesaron un exigente proceso de selección para decidir qué aspectos
del tema aparecerían o no en la puesta. “Especialmente, en torno al abuso
sexual, ¿cómo hablar de algo que la gente no quiere escuchar y cómo no caer en
el morbo? Porque fueron abusos sexuales, físicos y psicológicos; era importante
que esté en el montaje, pues uno tiene que tener una posición en los trabajos
que desarrolla”. Para Claudia, los procesos largos le resultan atractivos, ya
que los temas que trabaja le exigen tanto que captan todo su tiempo. “Capturan
tu emoción, creo que son como relaciones que uno tiene con las obras. Para
empezar un nuevo proyecto, no me es tan fácil decidir cual es el siguiente tema
que quiero abordar y prefiero darme un tiempo para pensarlo, pero tampoco puede
ser mucho porque esta es una carrera en la que tienes que trabajar y no
enfriarte”.
Claudia está concentrada en la reposición de San
Bartolo en el Teatro Peruano Japonés, que va hasta el 2 de marzo,
con funciones todos los días a las 8 pm, a excepción de los lunes y martes.
Posteriormente, estará viajando durante el año. “Postulé a una residencia de
directores que organiza la Fundación Teatro a Mil, el Teatro La Plaza, el
Instituto Goethe y El Instituto Nacional de Artes Escénicas de Uruguay. Es el
primer año que lo hacen con participación de peruanos y uruguayos; es una
residencia que dura un año, ya fuimos a Chile, luego iremos a Alemania, después
a Uruguay, y en enero regresaremos a Chile para ver los resultados de los
avances. Prefiero no contar aún sobre qué es, pero estoy contenta porque me
reta, va a ser un proceso
largo y acompañado”, finaliza.
Sergio Velarde
22 de febrero de 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario