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Mencionábamos en Oficio Crítico acerca del estreno de Lo que nos faltaba (2015), la primera comedia escrita, dirigida y protagonizada
por David Carrillo, que esta sirvió para “constatar,
a plenitud, su feliz vocación como artista escénico, ya que representó una
suerte de compendio de todo su aprendizaje como director y ocasional actor de
las muy apreciables comedias de su productora Plan 9, y que recogió hábilmente
lo mejor de cada una de ellas, en beneficio de un producto teatral logrado y
altamente recomendable”. Acaso sea Lo que nos faltaba su obra más premiada
y reconocida por la crítica, solo unos pasos delante de Demasiado poco tiempo
(2011), pero a su vez la que le trajo en su momento a Carrillo una serie de eventos
desafortunados, felizmente ya superados, y que le otorgan a esta reposición del
mismo texto nuevos niveles y matices, tanto dentro como fuera del hecho
teatral, que la convierten en toda una nueva experiencia.
El íntimo espacio de Yestoquelotro Estudio Teatro en
Barranco le permite a Carrillo como director experimentar más a fondo su propio
texto. El resultado sorprende gratamente, pues mantiene su esencia, pero a la
vez se ubica en las antípodas de su versión original. Las tribulaciones del director
Manolo Saldívar (Carrillo), en los días previos a su estreno teatral, van
mermando poco a poco su salud, tanto física como mental, generando un caótico
ambiente de trabajo, involucrando no solo a sus actores (Carol Hernández y
Claudio Calmet), a su asistente (Emily Yacarini) y a su productor (José Antonio
Buendía), sino también a su propia esposa (Marijú Núñez). Imposible no asociar
la difícil situación de salud que atravesó el verdadero Carrillo durante la
temporada original, ya que esa lectura extrateatral, sumada a los vestuarios
oscuros y al mayor énfasis en la progresiva locura del director de "la obra
dentro de la obra", le cambian la etiqueta de comedia dramática a esta nueva
versión de Lo que nos faltaba, por una inequívoca de drama con tintes cómicos.
El delirio, el estrés y la pérdida de la razón, agravados por aquel
enemigo número uno del teatrista llamado celular (cuyo sonido cobra aquí una
connotación de pesadilla) consiguen crear una atmósfera opresiva y pesada a lo
largo del montaje, finalizando en aquel notable contrapunto actoral durante el
paralelo escénico, que ahora se percibe desde tres niveles: los actores que
hacen de actores, interpretando "la obra dentro de la obra"; mientras son
observados por Manolo, quien desarrolla su propia escena con su esposa; y a la
vez, el público asistiendo a esta suerte de exorcismo teatral de Carrillo que
redondea esta mejorada versión de su propio original. Acaso sería oportuno afirmar, con mucho cuidado y discreción, que este remake de Lo que nos faltaba
de Carrillo se ubica a unos cuantos pasos más adelante de la primera versión, y se
convierte (ahora) en un contundente drama en toda regla, y naturalmente, de visión obligatoria.
Sergio Velarde
20 de febrero de 2019
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