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miércoles, 20 de febrero de 2019

Crítica: LO QUE NOS FALTABA


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Mencionábamos en Oficio Crítico acerca del estreno de Lo que nos faltaba (2015), la primera comedia escrita, dirigida y protagonizada por David Carrillo, que esta sirvió para “constatar, a plenitud, su feliz vocación como artista escénico, ya que representó una suerte de compendio de todo su aprendizaje como director y ocasional actor de las muy apreciables comedias de su productora Plan 9, y que recogió hábilmente lo mejor de cada una de ellas, en beneficio de un producto teatral logrado y altamente recomendable”. Acaso sea Lo que nos faltaba su obra más premiada y reconocida por la crítica, solo unos pasos delante de Demasiado poco tiempo (2011), pero a su vez la que le trajo en su momento a Carrillo una serie de eventos desafortunados, felizmente ya superados, y que le otorgan a esta reposición del mismo texto nuevos niveles y matices, tanto dentro como fuera del hecho teatral, que la convierten en toda una nueva experiencia.

El íntimo espacio de Yestoquelotro Estudio Teatro en Barranco le permite a Carrillo como director experimentar más a fondo su propio texto. El resultado sorprende gratamente, pues mantiene su esencia, pero a la vez se ubica en las antípodas de su versión original. Las tribulaciones del director Manolo Saldívar (Carrillo), en los días previos a su estreno teatral, van mermando poco a poco su salud, tanto física como mental, generando un caótico ambiente de trabajo, involucrando no solo a sus actores (Carol Hernández y Claudio Calmet), a su asistente (Emily Yacarini) y a su productor (José Antonio Buendía), sino también a su propia esposa (Marijú Núñez). Imposible no asociar la difícil situación de salud que atravesó el verdadero Carrillo durante la temporada original, ya que esa lectura extrateatral, sumada a los vestuarios oscuros y al mayor énfasis en la progresiva locura del director de "la obra dentro de la obra", le cambian la etiqueta de comedia dramática a esta nueva versión de Lo que nos faltaba, por una inequívoca de drama con tintes cómicos.

El delirio, el estrés y la pérdida de la razón, agravados por aquel enemigo número uno del teatrista llamado celular (cuyo sonido cobra aquí una connotación de pesadilla) consiguen crear una atmósfera opresiva y pesada a lo largo del montaje, finalizando en aquel notable contrapunto actoral durante el paralelo escénico, que ahora se percibe desde tres niveles: los actores que hacen de actores, interpretando "la obra dentro de la obra"; mientras son observados por Manolo, quien desarrolla su propia escena con su esposa; y a la vez, el público asistiendo a esta suerte de exorcismo teatral de Carrillo que redondea esta mejorada versión de su propio original. Acaso sería oportuno afirmar, con mucho cuidado y discreción, que este remake de Lo que nos faltaba de Carrillo se ubica a unos cuantos pasos más adelante de la primera versión, y se convierte (ahora) en un contundente drama en toda regla, y naturalmente, de visión obligatoria.

Sergio Velarde
20 de febrero de 2019

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