Oportunidad perdida
El amor, tanto en su romántico concepto como en
su frustrante e implacable aplicación en la realidad, ha sido, es y será
siempre fuente inagotable para los artistas, especialmente los escénicos. Presentadas
este año ante el público como antologías conformadas por diversos cuadros con
historias individuales acerca del mencionado tema, algunas propuestas teatrales
consiguieron diversos resultados en sus respectivas temporadas: No pensé que era amor, con siete historias en clave de comedia de autores diversos y la
dirección de Rodrigo Falla Broussett, logró mantenerse a flote gracias al
carisma y entrega de sus jóvenes actores; muy superior, evidentemente gracias
al oficio y trayectoria de sus directores y elenco, La reunificación de las dos Coreas de Joel Pommerat supo aprovechar sus mencionadas fortalezas para crear
verdaderos universos con profundidad y elegancia, en sus veinte cuadros de
cinco minutos de duración cada uno. En las antípodas de esta última, se ubicó
Las formas del amor, tímido e ingenuo (por escribir lo más diplomáticamente
posible) intento de retratar las infinitas posibilidades de las relaciones
sentimentales, con curiosas piezas del dramaturgo iraní Farhad Lak.
La puesta en escena, estrenada en Teatro Racional con la
dirección del novel Miguel Cente, pecó en demasiados aspectos: desde los más
principales, como una errática dirección de actores, que desencadenó una total
disparidad de la energía interpretativa, que afectó la fluidez y el ritmo de
las cinco historias (que parecían eternas), en las que en todo caso habría que
rescatar la sobriedad de Maricarmen Lozano y Daniel Marcone en sus respectivas
ejecuciones; hasta los más puntuales, como la utilización de música en vivo,
con un desaprovechado saxofonista que apareció inexplicablemente solo en el
prólogo. Además, los discursivos textos de Lak tampoco exploran el tema a
profundidad y no ofrecen nada que no se haya visto en escena incontables veces.
El peligro de este estilo de dramaturgia, en el que los personajes lo dicen todo y hacen muy poco, implica necesariamente un riguroso trabajo de
dirección con el que los actores logren transmitir emociones y generar imágenes.
Desaprovechado en ese sentido, el inagotable Reynaldo Arenas.
Las formas del amor cae irremediablemente en el cada vez más
reducido grupo de puestas en escena que merecen una urgente revisión, al lado
de por ejemplo, 4 mujeres en crisis, otra fallida antología, en la que
curiosamente compartió a Milagros López Arias en el elenco. Pero acaso lo más insólito
del montaje de Cente fue el de promocionar cinco obras en su nota de prensa,
pero presentar seis en realidad: Las formas del amor, en una discutible
estrategia metateatral, terminó con un “singular” epílogo, en el que el mismo
Cente apareció en escena interpretando al autor iraní de su propia obra,
prometiendo enviar esta a un concurso de dramaturgia local, para que luego
sea representada en todos los teatro del mundo. Tal cual. No bastan solo las
mejores intenciones para presentar una temporada teatral en la actualidad; resultan
imprescindibles estudio, visión, trabajo, ensayo, responsabilidad y
rigurosidad, especialmente para tocar un tema de enormes posibilidades como lo
es el amor. Una verdadera oportunidad perdida.
Sergio Velarde
2 de noviembre de 2018
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