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jueves, 30 de agosto de 2012

Crítica: UN VERSO PASAJERO

Reestreno en gran forma

Un verso pasajero, primera obra escrita por Gonzalo Rodríguez en 1996 y premiada en el Festival Peruano Norteamericano de Teatro ese mismo año, consagró no sólo a su autor, sino también a su director, Carlos Acosta, quien es actualmente uno de los directores más interesantes del medio. Luego del sonoro tropiezo que constituyó Nadar como perro, Acosta toma la sabia decisión de volver a terreno seguro, en este caso, dirigir un texto ya conocido que le permitiría desplegar su innegable creatividad artística y su sobresaliente dirección de actores. Así, Un verso pasajero es re-estrenada 16 años después en el Auditorio del Centro Cultural El Olivar, en una renovada puesta en escena con nuevos bríos y numerosos aciertos que bien valen su revisión.

Estructurado básicamente en monólogos, el texto de Rodríguez Risco retrata un fuerte drama familiar ante el estado comatoso de uno de sus miembros, luego de un aparatoso accidente de tránsito. No sólo cada familiar enfrenta la posibilidad de perder a un ser querido, sino que revelan oscuros secretos que los mantienen en diaria tensión. Es entonces, el drama que viven los padres y hermanos del enfermo, el que mantiene a flote el montaje; así como también, el drama que vive el protagonista, quien escucha cada uno de los secretos sin poder hacer nada. La falta de comunicación no sólo afecta al protagonista, sino que también al resto de la familia, que finalmente tampoco sabe comunicarse. Estilizado este montaje que propone Acosta, que aprovecha muy bien el espacio, las luces y los elementos en el escenario.

El elenco escogido por Acosta es bastante competente: Luis Alberto Urrutia (un favorito del director en sus últimos montajes) desarrolla con mucho brío el personaje de Javier, frustrado y atrapado en una camilla de hospital, y consigue generar suspenso en el último cuadro en el que se revela su destino final. Vera Castaño destaca también como la hermana menor Angélica, convincente en su ingenuidad y en el pequeño drama que vive. Carlos Mesta, Willy Guerra y Lilly Urbina completan el cuadro familiar. Dato curioso: Urbina repite el rol de la madre desde su estreno, y si bien debe elevar el volumen de su voz, llega sin problemas a las emociones requeridas. Un verso pasajero convence y conmueve; en suma, muy recomendable.

Sergio Velarde
30 de agosto de 2012

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