Páginas

sábado, 7 de junio de 2025

Crítica: MARÍA MARICÓN


Entre la acción y la reacción

Existe un verbo anglosajón que personalmente me fascina: doubling down. En español significaría algo como “insistir con más fuerza ante la crítica y el rechazo”. Dependiendo de quien venga, el acto del doubling down puede ser visto como algo valiente o como algo meramente reaccionario, mas vacío en su afrenta. Para fortuna suya, María Maricón posee la suficiente base teórica y humana como para acercarse más a la primera (y en cuanto a investigación peruano-religiosa, probablemente dejar en pañales a sus principales críticos).

Hablar a pierna suelta del embrollo social de un título y una portada da para su propio análisis, por lo que me centraré en su lugar en el contenido de la obra: María Maricón representa una serie de exploraciones a partir de la relación religión-sexualidad. La carta fuerte de la obra recae en la capacidad de su director para la composición escénica. El ensamble de cuatro intérpretes traza recuadros en lo que se siente la mano de Gabriel Cárdenas y la propuesta de su ensamble, trabajando para darle vida a imágenes que nos agiten la memoria como peruanos nacidos rodeados del catolicismo, destaca el trabajo con la cruz, los hombres como masa y las pantallas como herramienta visual de lectura bíblica. El orden de estas exploraciones me conflictúa en cuanto a qué tan intercambiable podría volverse, pero piezas clave en momentos determinados (especialmente la mitad y el final) dan clave del corazón de esta obra.

María Maricón tiene, no se le puede negar, una vena provocativa, sus momentos de efectuar acción a consciencia de los rosarios que hará apretar. Sus imágenes son desafiantes en cuanto son conscientes del público al que responden, pero no por eso se vuelven sencillas. Parten evidentemente del registro sensible de Cárdenas, apoyado en el cuerpo de sus intérpretes y una profunda investigación evidenciada en cada segmento (no olvidemos el origen de esta obra como el trabajo de un tesis). La obra es consciente de su rebeldía desde el principio, pero la termina deconstruyendo hacia una verdad íntima: el cariño de su autor por las figuras religiosas con las que se identifica, su profundo respeto hacia ellas demostrado teórica y físicamente por medio del baile, y su ira no en tono de blasfemia, sino de indignación a quienes hacen mal uso del dogma. Pero en su estampa final demuestra el amor que prevalece.

No es mi lugar coronar a Gabriel Cárdenas como valiente, héroe o víctima. La identidad del homosexual peruano, incluso en el resguardo de Lima, ya reconoce cierta fuerza de voluntad. Cierto es que en la gran escala mundial, quizás incluso nacional María Maricón no es la obra transgresora revolucionaria que sus oponentes proclaman. Pero si para la Lima del 2025 lo es, quizás es que necesita serlo, y dar paso consigo a elevar la visibilidad de propuestas habidas y por venir. 

¿No es eso, al final, parte del teatro? El reconocido lugar del efímero, respondón al tiempo y lugar en el que se representa. No se le critica, pues, pensando solo en “bien” o “mal”, sino en su lugar, sus objetivos, su corazón. Con este teatro, como con una tesis, formulemos más preguntas y abrámonos a más respuestas.

José Miguel Herrera

7 de junio de 2025

No hay comentarios:

Publicar un comentario