Nido vacío
Luego de los excelentes estrenos en nuestra capital de El padre (2017) y El hijo (2022), el dramaturgo francés Florian Zeller vuelve a la
cartelera limeña y esta vez, con la primera pieza escrita de su trilogía, La madre. Quizás, por estar ya familiarizados
con la temática de salud mental que exploraron las primeras puestas
mencionadas, el factor sorpresa en esta oportunidad sea escaso; pero este
detalle no disminuye ni la calidad ni el disfrute de otra arriesgada apuesta
teatral del joven director Rodrigo Falla Brousset (que se exige a sí mismo en
cada montaje) y la Asociación Cultural Lima New Stage Group. Para ello cuenta
con un más que solvente elenco y una puesta en escena controlada al detalle,
para narrarnos la conmovedora historia de esta madre aquejada por el síndrome
del nido vacío.
Catalogado como el conjunto de pensamientos y emociones que
experimentan los padres cuando sus hijos se van de casa, el síndrome del nido
vacío no es otra cosa que la respuesta emocional ante esta, casi siempre, irremediable
ausencia. Los síntomas que pueden aparecer en estos padres, dependiendo de sus
personalidades, pueden abarcar desde la tristeza y la sensación de soledad hasta
el aburrimiento, la escasa autorrealización y la pérdida del sentido de la
propia vida. Es justamente este conglomerado de emociones que ya podemos intuir
desde la primera llamada, cuando ingresamos a la sala del Teatro de Lucía y
vemos sobre el aséptico, blanco y vacío escenario a la madre, sentada frente a
una mesa con un teléfono fijo, mirando inquieta al vacío.
La puesta en escena mantiene, en todo momento, la mayor fortaleza
que exige el autor: la ambigüedad. Nunca estamos seguros si las múltiples escenas
consecutivas, insólitas y reiterativas que protagoniza la madre con su esposo,
con su hijo o con su futura nuera, cuando corresponde, son efectivamente reales
o parte de las fantasías de esta mujer. La austera escenografía, funcional y
precisa, contribuye a lograr la atmósfera inestable e inquietante que se
requiere, así como los cambios repentinos de las luces y la ambientación
sonora. Acaso la única escena en la que los actores ejecutan una secuencia
corporal, para un necesario cambio de vestuario que pide la historia, puede
perturbar en algo el tono de la propuesta; pero este es un detalle menor, ya
que el ritmo y la fluidez se mantienen gracias a un ingenioso texto, bien aprovechado
por su elenco.
Erika Villalobos nos vuelve a regalar otra intensa
interpretación, llena de detalles y matices, no solo para conmovernos con el
tormento personal con el que debe lidiar su personaje, sino también para
otorgarle la tan necesaria humanidad a una mujer que no puede controlar, por su
cuenta, sus propios impulsos. A su lado, los actores José Miguel Arbulú (en una
grata reaparición sobre las tablas), José Miguel Argüelles y Mane Acosta saben
manejar la ambigüedad de sus roles, dándole la réplica precisa a Villalobos. La madre es un más que digno cierre de
la trilogía de Zeller, con un par de secuencias perturbadoras y hasta escabrosas
pero ejecutadas de manera estilizada, convirtiéndose en una suerte de thriller
psicológico cautivante y conmovedor.
Sergio Velarde
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