Trucos para contar
Amaia y La bóveda son dos puestas en escena de corta duración que han sabido aprovechar el espacio escénico: el Teatro Esencia. Una caja negra pequeña que, con manejo de iluminación, sonido y diferenciación clara de espacialidad bastante minimalista, consigue entretener con dos historias de adversidad y esperanza para el público.
Gracias a los actores y actrices que entran al juego, conocemos así el drama de Amaia y Rafael, una pareja de jóvenes envueltos en un conflicto armado; y en La bóveda, otra pareja de jóvenes atrapados en un mundo distópico bajo la custodia de un doctor/verdugo.
En la primera puesta, destaca el manejo de la iluminación, pues esta crea atmósferas situando al público en momentos específicos del drama; además, transporta a cierto tipo de espacio y tiempo, inevitablemente teniendo en cuenta el contexto social en el que nos encontramos. En medio de una guerra entre Israel y Hamas, donde no podemos dejar de sentirnos afectados, puesto que los dos pequeños monólogos iniciales nos reciben y orientan al público como intermediario a desconectarnos de nuestro pequeño y personal mundo exterior al teatro para adentrarnos en las próximas historias de estos personajes a representar, y que de alguna forma en particular ha de tener conexión con cada uno de nosotros.
Así pues, se genera un vínculo público/personajes, al conocer algo de la “biografía” de estos, que los hace humanos, como lo somos el público. Nos permite, de esta manera, entrar a la ficción. La utilería y escenografía cumpliría la misma función, acercarnos a esa realidad en específico, generando una convención la cual tendría que volverse más compleja con la intervención de los actores para no quedar como mero adorno estético. No obstante, cuando avanza la acción, esta relación personaje/espacio se pierde. La línea dramática no se mantiene en la acción física de los actores; no es sino hasta que el sonido o la iluminación retoma la convención de ocurrir atentados fuera del espacio que los cuerpos actuantes reaccionan al estímulo, dejando en evidencia la carencia de línea de acción dramática.
Por otro lado, en la segunda puesta, al mantener a dos de sus personajes en escena en la totalidad del drama, se logra apreciar un ligero cambio e in crescendo del conflicto como tal. Sin embargo, al finalizar la historia, esta cae en lo discursivo desde cada personaje y la acción física sencilla, pero a la vez grotesca que habían conseguido: Oz y Raquel quedan sin acción y, por ende, sin un conflicto verosímil.
Conny Betzabé
7 de noviembre de 2023
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