Sobre la necesidad de vivir (de) los sueños
Un día más en la oficina.
Despertar, ponerse el uniforme y salir a trabajar. El proceso automatizado del
día a día; cumplir con los rituales sociales básicos (conversación, llamadas,
cotilleo a la hora del almuerzo). ¿Qué es lo que nos queda?: los papeles invertidos,
el ser humano como un objeto industrializado, que existe para trabajar para una
máquina. ¿Podemos luchar contra ello? ¿Existe aún la posibilidad de soñar? Esta
es la premisa de Sueño con volver,
obra de teatro - danza dirigida por Dayna Vargas y Rodrigo Ñiquen.
Partiendo de esta premisa
clara, la expresividad del cuerpo en relación a ella es notable, pues nos
permite ver los automatismos y cadencias propias de un cuerpo enfrascado en una
rutina y que anhela un despertar. Hay un antes y un después en la vida de estas
personas en relación a la oficina. El contrapunto está llevado por un personaje
que parece no haber entrado enteramente en esta dinámica laboral y el que
permite que se desarrolle la historia. El trabajo de precisión, colectividad y vitalidad
en escena es destacable, y permite una total inmersión en lo que está pasando.
El inicio es envolvente.
Proyecciones de un estilo de bocetaje futurista, la música en vivo y la
iluminación están en constante armonía y encuentran su apoyo entre sí,
potenciando la labor cuidada y trabajada de los intérpretes. Algo quizá
inesperado fue la presencia de la voz. Fuera de una primera aparición a modo de
rumor, en un segundo momento, escuchándose ya palabras definidas, faltó cierto
detalle en relación a la uniformidad en el volumen y el tono. Diferente a un
momento posterior en que la particularidad de las voces y sus expresiones se
hilvanaban mejor con lo que decían, ya no acciones descritas, sino aquellas
cosas que despertaban en ellos un sentido de vitalidad y pertenencia.
La obra planteó distintos
finales para cada función, de los cuales el público tiene la posibilidad de
elegir entre dos. Esto no deja de ser una propuesta curiosa e interesante y que
inserta un deseo de saber cómo habría terminado la obra en otra función. El
final que yo presencié estuvo cargado de momentos emotivos, cálidos, que
cerraron muy bien el viaje interior que significó la obra. Si bien se puede
presentar como una obra interactiva, me animaría a recomendar la búsqueda de un
espacio distinto, menos convencional, que permita otro tipo de interacciones
con el público. Está bien, para un espacio virtual, darle esa posibilidad a
quien vea la obra. En un espacio presencial distinto, las posibilidades son
mayores.
A grandes rasgos, son
esos dos momentos los que conforman la obra. Lejos de estar unidos con una
continuidad en la historia, los une la sensación de añoranza, de la búsqueda de
un sentido de pertenencia. En ese sentido, vale la pena pensar en las
implicancias del discurso. La obra plantea un enfrentamiento entre el trabajo
de oficina, lo ordinario, lo automático, frente a la idea de libertad, de lo
particular y lo auténtico. ¿Acaso la vida laboral y la realización personal
mantienen diferencias irreconciliables? ¿Es el artista quien mantiene cierta
diferencia con otros, al estar en contacto o anhelo constante del baile, la
improvisación, la alegría? ¿O es una invitación a despertar el sentido
artístico de vivir? Puesto que la vida es arte, y es todo un arte vivir, quizá
la pregunta principal, y de la que no se puede escapar sería: ¿Qué es aquello
con lo que sueño?
Ya para finalizar, debo
afirmar que la obra es un viaje interior lleno de sensibilidad y de una carga
filosófica innegable. ¿Tiene algún sentido soñar? ¿Vivo de acuerdo a mis
sueños? ¿Se puede vivir de ello? Gracias Dayna Vargas, Rodrigo Ñiquen, Braulio
Bustamante, Cristopher Nuñez, Brunella Odar, Angelo Crudo y todo el equipo
detrás de esta obra, por plantear, a partir de una premisa sencilla, el
recuerdo y la necesidad de hacerse estas y otras preguntas.
Omar Peralta
3 de setiembre de 2023
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