La
mujer enamorada del profeta
Lorenzo Albani (escenógrafo) escoge una
mesa grande y larga que se pierde en la lateralidad derecha del escenario,
candelabros suntuosos cuelgan del techo y el espacio es hostil, parece una
caverna oscura pero lujosa, en donde la lascivia del mundo se anida. El inicio
marca un tiempo distinto, los personajes repiten un patrón de movimiento
contenido, los cuerpos parecen descomponerse en apariencias que intentan cubrir
la carne del pecado. Hay lujos, también opulencia, pero una maldad latente que palpita incesantemente.
El ingreso de Salomé (Amaranta Kun) es
apoteósico: la lentitud de los cuerpos se vuelve más evidente y una luz potente
con un viento oscilante cargado de hojas aparecen desde la lateralidad derecha
del escenario; y ahí está ella, deslumbrando con su vestido y con su presencia,
la mirada clavada en el horizonte izquierdo y los personajes ofuscados por la
sensualidad de su piel.
Los actores responden al desplazamiento de
Salomé y realizan una orgía del movimiento. Mientras ella camina, parece
afectar profundamente a cada uno de ellos. Herodes arde en su interior, el
cuerpo de Leonardo Torres actúa con docilidad, el manejo de su energía permite
causar una sensación de contención erótica. Mónica Sánchez encarna a Herodías,
la madre de Salomé; ella sufre con el ingreso de su hija, hay varias
sensaciones en la actriz, una profunda oscuridad parece envolverla, pero su
cuerpo es sensual y dominante. El Capitán es el que podría tener los sentimientos
más dulces en todo el espacio cargado de sentimientos bajos; Alejandro Tagle
interpreta a un joven capitán que parece chispear sus pupilas cuando Salomé
ingresa, y finalmente rompe el embrujo en que están sumidos todos con la
palabra e inicia la obra, que pese a haber pasado el momento ralentizado, no
pierde esa sensación de tener otro tempo.
La decisión de ralentizar los textos
funciona hasta cierto punto, porque en algún momento da la sensación de querer
que empiece una velocidad normal, quizá así sucede y como la puesta es
envolvente no he podido percibir el momento en que el tempo se normalizó. El
ingreso de Jokanaan (Fernando Luque) es otro instante increíble: baja del cielo
con los ojos vendados y sentado en una silla. El ambiente profético se siente a
cada instante, pero hay un mal presagio, como si algo se acercara a su
destrucción.
Salomé está apasionada con el profeta y
busca su contacto, la primera relación que ellos tienen es sobre la mesa, como
si fuera en otro plano, en otra jerarquía. Jokanaan tiene los ojos vendados,
hay una constante atención al pensar que el actor se puede caer de la mesa, Salomé
va hacia él y le pide besar sus labios, Jokanaan se rehúsa; mientras los demás
se escandalizan, ocultando su propia lascivia en comentarios puritanos y
corporalidades reprimidas. Salomé consigue quitar la venda de los ojos de Jokanaan
e interactúan como un simbolismo, los cuerpos se erotizan, pero la santidad del
profeta pone una vibración distinta a la romantización de los cuerpos. Hay dos
actores seguros de lo que tienen que hacer y esto conecta con la mirada del
espectador. Mientras Salomé busca el contacto del profeta, el joven capitán
sufre su agonía amorosa, termina suicidándose con un cuchillo y se organizan
constantemente figuras como cuadros pintados por pintores malditos. En una
esquina, mientras Salomé acerca su vestido al cuerpo santo, Tagle agoniza en
las manos de su amigo, la figura de un cura, el momento es silencio; dibuja
otro espacio dentro de la realidad construida, los actores componen desde la
inmovilidad, en especial Tagle, que muere y su cadáver se queda durante toda la
obra, tarea difícil la de estar presente en el silencio y en la inmovilidad.
Las formas que los cuerpos realizan mientras hay una escena principal sirven
como fondo para resaltar la estética de la propuesta, los cuerpos se tuercen,
se voltean y siempre hay una imagen que observar, un estado onírico.
Herodías quiere que maten a Jokanaan, pero
Herodes teme por lo que puede hacer ese nuevo Dios del que se habla, pero hay
algo que los mantiene en pecado, todos pretenden conocer al verdadero Dios, la
monja y el judío, hablan como si tuvieran la razón y ríen diabólicamente ante
su condición atrapada por la carne. Salomé es delicada, pero sabe que tiene
poder ante Herodes, que siempre la está mirando frente a la molestia de su
madre. Los actores saben llevar la carga de la construcción de personaje y
deambulan en un mundo inventado para ellos.
El momento del clímax escénico es la danza
de Salomé, las luces contribuyen a este espacio de ensueño y la danza de Kun
parece un cuerpo poseído por los cánticos de los actores. El registro vocal de
los personajes permitía la composición de un coro, con voces ubicadas en
distintos niveles y tonalidades. Los contrastes son interesantes, porque
mientras baila Salomé todos siguen reaccionando ante sus latigazos y en un
momento el centro se va a Herodías, que con la elegancia de Sánchez, derrocha
sensualidad y lujuria; es como si se realizara una orgía entre ellos, como si
la carne ganara al espíritu. Pero hubo una condición de Salomé antes de iniciar
el baile y es que Herodes le cumpla cualquiera de sus peticiones. Ella,
sintiéndose rechazada por el profeta, pide su cabeza. El momento final se queda
un poco corto, los textos de Luque pudieron tener más fuerza, el exceso de solemnidad
tornaba densa la composición y cuando Kun, en sentido figurado, asesina a
Jokanaan, todo se queda en un espacio superfluo. Los textos, el dolor y el beso,
pese a tener un impacto en la expectación, pudieron ser mejor resueltos, con
mayor profundidad en lo que está sucediendo y con las entrañas de una mujer que
ha deseado a un hombre santo.
Sin embargo, la obra es buena, consigue
atrapar por su estética y por la elección de los colores y de los materiales,
la propuesta textual hace sentir una presencia escénica potente, al igual que
los cuerpos constantemente reaccionando y formando figuras como de cuadros
poseídos. Consiguen que el espectador se distancie de la realidad y vaya a un
mundo onírico; los actores tienen fuerza en el escenario y son magnéticos a los
ojos, es un buen elenco y la dirección de Jean Pierre Gamarra ha sabido aprovechar cada una de sus
peculiaridades.
Moisés
Aurazo
19 de julio de 2023