¡Hasta que se rompa el piso!
Encontrar una pasión, un camino o un
sentido vital para nuestra vida puede resultar una de las tareas más
complicadas de realizar. No solo por el proceso de búsqueda, sino por las
dificultades que juegan en nuestra contra. Entonces nos valemos de la resiliencia
para nunca retroceder en la consagración de los sueños. Valiosa lección que la
obra La vaca que baila tap de la
mexicana Jimena Eme Vázquez toma como temática principal. Y que la directora
Paola Eirene desarrolla muy bien escénicamente, en la que sería su ópera prima
en el teatro profesional.
Aquí vemos la historia de Bonita, una vaca
particular que nació con seis patas: las traseras (Melina Hernández), las
delanteras (Andrea Brissolese) y las de arriba (Verony Centeno). Las tres nos
narran cómo es que las patas de arriba, después de vivir creyendo que son
inservibles, descubren que su sueño es bailar tap. Luego surgirá una valiosa
oportunidad para demostrar su talento, pero primera tendrán que enfrentar la
incomprensión antes de lograr el éxito.
Para empezar, el elenco consigue definir
correctamente a cada personaje, incluyendo a los que tienen apariciones breves.
Además, hacen buen uso de los elementos que construyen la convención, como son
las máscaras de los animales y el vestuario. Esto sumado a un manejo eficaz del
cuerpo y la voz. Cabe resaltar que Centeno se luce como protagonista, desde sus
números de baile hasta las escenas más sensibles para el espectador. No
obstante, sus compañeras también tienen destreza en la comedia y en llamar la
atención del público infantil.
Acertadamente el estilo minimalista y la
manipulación de objetos resultan precisos, porque nos invitan a usar la
imaginación. Así le podemos dar continuidad a los sucesos de una forma dinámica
sin necesidad de cambios de luz o algún otro recurso ya demasiado gastado. Por
ejemplo, cuando un camión de juguete retrata el viaje largo de Bonita de ciudad
en ciudad y, a la vez, funciona como transición de una escena a otra (mismo
paralelismo de un montaje cinematográfico). O cuando la frase de un enorme
libro plantea el mensaje y postura de la obra. Adicional a ello, la música y la
iluminación terminan de acondicionar la visión tierna y dulce de la directora
Eirene.
Siempre lo ideal en una propuesta de teatro
para la familia es que sea entretenido tanto para los niños como para los
padres o espectadores en general. Este caso se aplica en La vaca que baila tap, ya que no subestima a su público con
respecto a temas serios, ni tampoco se olvida de brindar goce estético en la
interpretación y en el arte de su espacio. Por lo tanto, no hay manera de poner
en duda de que el teatro para niños tiene mucho rigor al igual que el teatro
para adultos.
Christopher
Cruzado
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