Un viaje musical
Confieso que mi sueño es algún día apreciar un montaje que
combine las particularidades del teatro para la familia y el espectáculo del
teatro musical. Tiki y el Espejo Mágico
satisfizo mis expectativas y sorprendió por el despliegue coreográfico,
principalmente.
Señalar, eso sí, un detalle con respecto a la dramaturgia: la
historia empezó con mucha fuerza, pues Tiki Tunki (Andrea Fernández) y su
abuelo (Erick Cumpa) hacían prever, por sus primeros diálogos, que la obra
consistirá en muchos conflictos; sin embargo, a medida que transcurría la
historia, esta se resumía en el viaje imaginario de la protagonista por
diferentes partes del Perú, en donde se celebraba al ritmo de sus principales
bailes tradicionales de carnaval. Hubiese esperado muchos más conflictos
creíbles y personajes antagónicos contra la misión de Tiki por conocer su país.
Incluso, hubo un momento de la historia en la que se incluye una boda, pero
nunca se menciona qué relación tenía esto con Tiki Tunki o su abuelo.
Por otro lado, quiero manifestar mis totales halagos por el
espectáculo musical presentado por las diferentes agrupaciones musicales de la Asociación
Cultural Tusuni. La representación de los carnavales de Cajamarca, Ica, Lima,
Puno y otras ciudades fue sencillamente espectacular, desde el punto de vista
coreográfico y visual. La coordinación y fuerza de los bailarines fue
impresionante y parecía que uno estuviese viendo un montaje principal del Teatro
Nacional. No obstante, solo como un pequeño comentario constructivo, la
presentación de estos números no tenía necesariamente un contexto complejo con
la historia. ¿Por qué Tiki tenía que pasar imaginariamente por estos carnavales
mediante el espejo mágico? ¿Qué misión buscaba exactamente? Esto es solo un
detalle que no quita que las presentaciones hayan sido, de lejos, lo mejor de
la noche.
Adicionalmente, respecto a las actuaciones, resaltar las de Fernández
como Tiki Tunki, debido a su carisma en el escenario; de Cumpa como el abuelo,
en virtud de su capacidad de interpretar a una persona de la tercera edad sin
caer en exageraciones; de Carla Chávez como la chocolatera, gracias a la
modulación de su voz al momento de imitar a una afroperuana vendedora; y finalmente,
de Santiago Cáceres como el sastre, debido a la fuerza de su voz y la
organicidad de sus movimientos en el escenario.
Por otro lado, apuntar la excesiva duración del montaje, que
hizo que por momentos el ambiente se vuelva denso, a pesar de los geniales
números musicales presentados. En conclusión, creo que Tiki y el Espejo Mágico pudo ser algo más que un musical genial,
sino también una historia con una enseñanza ética o moral para la familia. Esta
pudo ser una buena oportunidad de combinar ambos mundos, porque el público era
mayoritariamente compuesto por niños, adolescentes y adultos.
Enrique Pacheco
8 de abril de 2023
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