Mencionábamos en una reseña anterior cómo muchos de los
últimos estrenos teatrales presenciales abordaban las complejas problemáticas
sociales en la actualidad, cada uno de acuerdo a su particular estilo. La omnipresente
corrupción en El candidato, la sistemática
violencia contra la mujer en La sangre es mujer o las tirantes relaciones entre padres e hijos en Oh, father!, por citar algunos ejemplos. Es por ello que llama poderosamente la atención
cuando todos estos álgidos temas (y algunos más) se amalgaman (y por poco se
desbordan) en un solo montaje. Christopher Cruzado escribe y Gerardo Fernández
dirige Un mundo de colores, curiosa pieza
entregada en su 100% al surrealismo, que viene presentándose en el Espacio
Teatro Esencia.
Acaso el calificativo más honesto que se le puede asignar a
esta propuesta sea la de ser excesiva. Pero todos estos excesos quedan
plenamente justificados, pues tanto la dramaturgia como la dirección han apostado
por bombardear al espectador con sórdidas escenas salidas de una auténtica
pesadilla, con muy poca sutileza y un sobrecargado efectismo. De entrada se nos
presenta a un hombre atormentado llamado Leónides (Alberto Vidarte), un profesor
que viene siendo acosado salvajemente por tres personajes, que resultan ser su
esposa (la productora del montaje, Cynthia Bravo), su hijo (Samir Sayac) y su
amigo (Álvaro Pajares). El trío, extrañamente maquillado y cada uno con un comportamiento
completamente grotesco e inapropiado, se dedica a maltratar física y
psicológicamente a Leónides, llevándolo prácticamente al borde de la locura.
La puesta en escena llevada al límite se aprecia desde la
escenografía, con las paredes repletas de coloridas palabras que invitan a la
violencia, todas ellas limpiamente escritas pero sin tildes. Las actuaciones, frenéticas y exacerbadas, se encuentran alineadas debidamente al
concepto de la propuesta, que acaso no sean del agrado de ciertos espectadores;
sin embargo, este estilo teatral alejado por completo de la realidad se
encuentra plenamente justificado en el tramo final, con una ingeniosa vuelta de
tuerca que devela las intenciones de sus creadores. Con un título completamente
paradójico con respecto a lo visto en escena, Un mundo de colores se las ingenia para incluir múltiples
problemáticas y cumple además, con mostrarnos una oscura y tangible realidad, a
través de un espectáculo intenso, incómodo y desbordado.
Sergio Velarde
27 de junio de 2022
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