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sábado, 22 de agosto de 2020

Crítica: ELLAS

Sermones de Jedi 

“El apego está prohibido. La posesión está prohibida. La compasión, que yo definiría como amor incondicional, es fundamental para la vida de un Jedi. Entonces se podría decir que se nos alienta a amar.”

Anakin Skywalker, Star Wars, Episodio II – El ataque de los clones (2002)

En su tercera temporada, “Camerino Virtual” ha puesto en escena cuatro microobras virtuales apostando, esta vez, por la plataforma Te Vi. Bajo el título de “Ellas”, esta temporada aborda “cuatro historias de mujeres y las diversas problemáticas que pueden enfrentar”, según se lee en la nota de prensa de la agrupación. Dos de esas historias motivan estas líneas.

Sermones

Esta historia, de la autoría de Paris Pesantes, fue escrita para ser montada en un escenario real y vio la luz en el 2018 durante una temporada de Microteatro denominada “Por la iglesia”. En una versión adaptada, esta obra vuelve a ser montada, esta vez en el escenario virtual, bajo la dirección de Julia Thays y el trabajo actoral de Nidia Bermejo y Manu Rodriguez. Versa sobre una maestra de yoga que, a punto de dictar un taller a través de una plataforma virtual, es confrontada por uno de los asistentes, su hermano, un fanático religioso, que increpa a la maestra sobre su actual estilo de vida y le trae noticias de casa.

Como ya se ha dicho, el texto de Pesantes ha sido adaptado para interpretarse en una plataforma virtual. Es decir, la convención no es la de dos personajes que están frente a frente, interactuando en el mismo espacio. Más bien, estos se comunican a través de una videoconferencia. El punto de vista del espectador es el de uno de los asistentes al taller virtual de yoga, sorpresivamente interrumpido por esta discusión familiar. En una experiencia presencial, una situación incómoda prolongada como esta es medianamente creíble. Si el intruso se rehúsa a irse por las buenas y continúa incordiando en voz alta, el impase podría durar un buen rato. Sin embargo, esta misma situación pierde credibilidad si la trasladamos al entorno virtual. Si alguien no se comporta adecuadamente en una videoconferencia, el anfitrión puede sacar de la sesión al promotor del desorden. Muchas plataformas tienen habilitada esta función. Esto no es lo que sucede en esta versión de Sermones: después de la sorpresa inicial, y los primeros puyazos (ida y vuelta), la situación se prolongó tanto, que era inevitable no preguntarse por qué la instructora seguía permitiendo semejante intromisión. Fuera de que la misma dramaturgia propone que la constante increpación del hermano anteceda por una buena cantidad de minutos a una noticia que, por su relevancia, tendría que haber sido lo primero en ser anunciado. Sin embargo, no estamos aquí para dar nuestro parecer sobre lo que suponemos tendría que haber sucedido, sino sobre la propuesta del montaje. Siendo así, lo que vimos nos sugiere a dos personajes que gustan de tener público involuntario cuando sacan viejos trapos sucios al aire después de años de no verse, y estirar el conflicto todo lo que se pueda. Más crudamente, les gusta mecharse buen rato y en público, pudiendo evitarlo. Y a este público incidental -los alumnos que desde el inicio se ven conectados al taller de yoga y que permanecen allí hasta el desenlace- les vacila quedarse para ver la mecha ajena (qué rico es el chisme). Para la segunda mitad de la obra, y ya cuando se han trenzado lo suficiente, los personajes deciden que es momento de hablar de lo serio: las noticias de casa.  A partir de aquí, el conflicto va dejando de ser la gresca estridente del inicio, y se torna una discusión más sobria, honesta y creíble entre estos dos adultos. Nos quedamos con esta segunda parte, que fluye con naturalidad hasta el desenlace.

En cuanto al aspecto técnico, celebramos la pulcritud del montaje. La plataforma Te Vi y la banda ancha jugaron a favor del espectáculo y, salvo una pequeñísima interrupción del lado de Nidia Bermejo, la transmisión se llevó a cabo sin problemas. Esto se agradece especialmente en esta era virtual, en la que la permanente amenaza de desconexión siempre ronda. Y, cuando sucede, no se sabe de dónde viene o cuánto va a durar. Que la obra fluya sin incidentes permite al espectador volcarse en lo más importante: la historia que se cuenta. Además, parece que los actores han trabajado para minimizar el desfase que suele haber en diálogo. El manejo de los espacios y su simbología es interesante. El contraste entre el cubículo oscuro y reducido en el que se constriñe el hermano (¿es la cabina de un baño?) y la inmensa sala con espejos frontales en la que se desplaza grácil la maestra de yoga, nos habla del grado de libertad que esta propuesta le atribuye a sus personajes.

El trabajo actoral, en general, se mueve a partir de estereotipos, lo cual, en principio, sería perfectamente válido, de no ser porque su ejecución se torna monótona. En especial, durante la primera parte de la obra. Y sobre todo con el personaje que interpreta Manu Rodriguez. Su persistencia en la diatriba inflamada, los ojos abiertos hasta más no poder, la boca entreabierta, la articulación exagerada y la cercanía a la cámara llega a saturar y hasta a aburrir. El fanático religioso que nos plantea no es uno en particular, sino cualquiera que nos podamos imaginar en una versión caricaturizada. Contradictoriamente, es el personaje que dibuja el arco más grande e importante en esta historia. Aunque en menor medida, la maestra de yoga que Nidia Bermejo interpreta también se acerca peligrosamente a la exageración del estereotipo. Su excesiva particularización al pronunciar las palabras y estirar las vocales una y otra vez ralentiza el texto y llega a hostigarnos por momentos. A pesar de esto, y por el oficio que tiene la misma actriz, sí es posible distinguir rasgos de verosimilitud en la construcción de su personaje. A partir de que la historia llega a la revelación de la noticia inesperada, la estridencia en la dupla cede paulatinamente, y la verdad de la escena empieza a aflorar, haciéndose más interesante y disfrutable. Es como si el goce estético de la obra se produjera por contraste. Como si se nos invitara a apreciar el buen sabor de un plato muy bien preparado, después de obligarnos a comer una entrada exageradamente condimentada.


Jedi

Al igual que la obra anterior, Jedi, de Daniel Fernández, fue presentada en la temporada “Por orgullo (recargado)” de Microteatro, en el 2018. Esta versión de la obra, también dirigida por el dramaturgo, contó con la interpretación de Natalia Salas y Ricardo Combi. Nos cuenta la historia del conflicto entre Lady/Jedi, un varón que ha nacido en un cuerpo de mujer, y su padre, que se resiste a aceptar esta categórica afirmación. Por cierto, siendo “Ellas” el título de esta temporada, y tratando sobre las vicisitudes que enfrentan las mujeres, nos preguntamos si Lady/Jedi estaría de acuerdo en que su historia fuese incluida entre las que se cuentan.

Aunque adaptada para el espacio virtual, este montaje conserva la convención del espacio compartido por los dos personajes, dialogando y mirándose como si realmente estuvieran juntos. La interfaz provista por Te Vi para este propósito fue de gran utilidad, al disponer las sesiones de ambos actores de forma contigua. Con un fondo blanco y a una distancia similar de la cámara, parecían estar mirándose el uno al otro. Sólo miraban a la cámara para romper la cuarta pared y compartir las reflexiones de sus personajes con la audiencia. Ello contribuyó a la pulcritud del montaje, que prácticamente no tuvo inconvenientes de tipo técnico con la banda ancha. Sería conveniente, sí, que la producción buscara mejorar la calidad del micrófono que usa Ricardo Combi. El audio de su sesión contrastaba con el de Natalia Salas, que era muy superior.

En cuanto a lo actoral, Salas y Combi encaran el reto con corrección. Ambos conocen su oficio lo suficiente como para desenvolverse ante una cámara con la realidad necesaria y, sobre todo, sin caer en una excesiva teatralidad. Agradecemos de todo corazón que así haya sido. El personaje que Salas ha construido es creíble en tanto se reconoce el conflicto de la búsqueda permanente y del dolor ante la incomprensión. Incluso ante la propia incomprensión de lo que está sucediéndole. En esta búsqueda (la de Salas y la de Lady/Jedi) se perciben atisbos del estereotipo del machito wannabe, pero es difícil distinguir si se trata de Salas o de su personaje en el ensayo-error de su propia afirmación. Por su parte, Combi nos ofrece un padre que es un pan de Dios. Todo dulzura con su Lady, incluso en los momentos de enfrentamiento y conflicto entre ambos. Hasta da pena verlo renegar. Con un personaje así, la oposición que ofrece es menos la del padre severo y opresivo y más la del papá al que se le va a romper el corazón. No sabemos cuán consciente haya sido la dirección en ello, pero esto cura a la obra del estereotipo del progenitor agresivo e intolerante ante el cambio que no ve venir. Quizás, por ello también, extrañamos en la construcción de Salas un tantín más de conmoción, de alma estrujada, de guerra interna al adivinar el tsunami emocional que samaqueará al padre. Fuera del trabajo actoral en referencia a la construcción de personajes, consideramos pertinente hablar del uso que se le da al sable jedi de juguete en la obra. Al igual que muchas armas, los sables o espadas son considerados símbolos fálicos. Como explica Marco Aurelio Denegri, “sabido es que las representaciones fálicas resguardan de daños y peligros y evitan las desgracias”. Esta es, justamente, la función que el sable cumple en esta obra: se le usa cuando se le augura a Lady/Jedi todo aquello a lo que se enfrentará. Como propuesta en el papel es muy interesante. Sin embargo, todo esto se diluye cuando vemos un sable de juguete de apariencia risible. Es obvio que no se puede usar un sable jedi de verdad, pero la opción que este montaje propone no parece ser la más adecuada.

Nos queda claro que estas dos historias abordan más de una temática, y que algunas de ellas son transversales. Desde nuestra modesta perspectiva, estas historias también nos hablan del amor. Del amor incondicional. De un amor consciente y activo que vence las barreras del propio prejuicio y se sobrepone a las heridas antiguas para intentar el reencuentro pleno, sin condiciones, entre dos personas. Este es el tipo de historia de amor que nos inspira y alienta a amar a ese “otro” que, siéndonos extraño, es el que está próximo a nosotros y nos necesita aún más cerca.

David Huamán

22 de agosto de 2020

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