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miércoles, 29 de julio de 2020

Crítica: RECONECTANDO

Reconstruyendo vínculos

La Asociación Cultural Kapchiy estrenó una breve temporada titulada Reconectando, proyecto virtual compuesto por cuatro obras cortas escritas e interpretadas, en algunos casos, por los propios miembros de la Asociación, conformada por Renato Piaggio, Valentina Zelada, Javier Deza y Rebeca Pérez.

En la antesala, un incógnito personaje da la bienvenida al público y presenta cada una de las obras, que son trasmitidas en vivo a través de la plataforma Zoom.

¿Y si lo intentamos?

Escrita por Piaggio y dirigida por Deza, nos trae la historia de una madre y un hijo que, distanciados tanto física como emocionalmente por varios meses, se “reúnen” por videollamada, para enfrentar sus miedos y secretos. Con las honestas y conmovedoras interpretaciones de Cecilia Tosso y el mismo Piaggio, esta conversación entre madre e hijo se adapta al contexto que vivimos y sin mayores pretensiones en los detalles técnicos, los actores/personajes, desde sus espacios personales y frente a sus cámaras en planos simultáneos, se descubren el uno al otro de una nueva manera, tal cual ocurriría si trasladamos esta experiencia a lo cotidiano. El único detalle que podría mencionar es el tema del audio lejano al inicio de la presentación en el personaje de Piaggio; no obstante, fue superado en la medida que el actor se acercó más al lugar donde estaba la cámara.

Función interrumpida

De la dramaturgia de Paris Pesantes y bajo la dirección de Piaggio, se presenta la historia de dos payasos visiblemente desesperanzados y envueltos en una suerte de ‘bomba de tiempo’ que pronto va a estallar en contra de ambos. Cabe señalar que esta es la única presentación en la que los dos actores se encuentran en el mismo espacio y considero que, en bien de obra, fue una decisión correcta, pues las interacciones y el juego escénico que se propone no podrían haberse logrado de la misma forma si los personajes estaban en lugares distintos. Tienen a cargo dichas interpretaciones Valentina Zelada y Deza, quienes perfectamente caracterizados les dan vida a estos “atormentados” personajes correctamente y con sobrada energía, quizá mucha por momentos, lo cual aunado a un problema nuevamente de sonido, dificultó escuchar algunos diálogos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que estaban siendo grabados, entonces el tema de la distancia también puede ser una de las razones de este inconveniente. Lo antes dicho no desmerece la buena dupla que hicieron los actores, creando con verdad la atmósfera casi onírica que se veía en pantalla.

Tres

Nuevamente un texto de Piaggio bajo la dirección de Deza. Para esta tercera entrega se eligió una hilarante comedia, que nos trae a un joven desesperado y obsesionado con el número tres (Diego Pérez Chirinos) y a su bromista terapeuta (Nicolás Fantinato), quien intenta calmarlo en medio de una consulta. Con suma fluidez y comodidad, los actores desarrollan sus roles evidenciándose la química entre ellos, además del manejo correcto del ritmo de la obra. Sin duda, la parte audiovisual se manejó con bastante dinamismo, con los movimientos y manejo de la cámara en el caso del personaje de Pérez. Los ambientes utilizados, como el espacio diseñado para ser el consultorio del terapeuta y el dormitorio en el caso del paciente, también fueron elementos funcionales que aportaron al desarrollo de la obra.

El discurso

Con la narrativa de Pesantes y dirigida por Piaggio, esta historia nos presenta a un alcalde y su asesor, ultimando los detalles antes de salir a dar un discurso. En medio de este episodio, se revelan algunos detalles del vínculo que los une. En las interpretaciones, Carl Espinal y Sebastián Stimman muestran complicidad y hacen un buen ejercicio de escucha, manejando sus roles con aplomo. Además, el uso de la cámara con el plano de cerca a los rostros, permitiendo observar la gestualidad, fue un detalle acertado, que permitía al público conectar con la propuesta y mantener la expectativa.

Reconectando fue una experiencia con distintos matices como la comedia, el drama y el amor apasionado; con historias cotidianas que reflejaron el esfuerzo de los involucrados en el proyecto. La capacidad de seguir creando es infinita.

Maria Cristina Mory Cárdenas

29 de julio de 2020

Crítica: MONOGAMIA


Crucial elección de textos

Al haberse cambiado drásticamente las reglas del juego en plena pandemia, entonces se hace indispensable para los artistas escénicos el crear nuevas estrategias para seguir contando sus historias, ahora para la pantalla. Definitivamente no es lo mismo crear un espectáculo para ser representado en un escenario tradicional que uno para ser transmitido a través de una plataforma virtual. Y no se trata que una tribuna sea mejor que la otra, ya que ambas tienen pros y contras por ser canales de comunicación muy distintos, así algunos insistan en creer lo contrario. La forzada adaptación a las funciones en línea, para aquellos que decidan seguir en la brega, traerá un nuevo cúmulo de decisiones que estos “nóveles” creadores virtuales deberán asumir con responsabilidad, siendo acaso una de las primordiales la elección del texto a trabajar. Por eso, llama la atención el enorme riesgo asumido por el equipo de la obra Monogamia, a cargo del director Beto Miranda y la producción de Nubart.

Fácil es comprobar que una gran parte de los espectáculos transmitidos por la red en los últimos meses han sido historias de reconocibles estilos y fórmulas, ejecutadas con mayor o menor fortuna, que muy bien podrían funcionar en microteatro con menos de una hora de duración cada una. Versiones abreviadas, como la propuesta audiovisual de Final de partida de Samuel Beckett o fragmentos de obras de largo aliento, como el monólogo inicial de El hombre del subsuelo de Fiódor Dostoyevski, también han sido parte de la temporada virtual de este primer semestre. Por eso, resulta curioso el estreno de Monogamia, en transmisión en vivo por YouTube, con ¡una hora y quince minutos de duración, con intermedio! Escrita por el dramaturgo y psiquiatra chileno Marco Antonio dela Parra en el 2000, Monogamia es una dilatada conversación en un club entre dos hermanos muy distintos en apariencia, pero que comparten demasiadas cosas entre sí. Carente por completo de acciones, todo el peso de la historia recae en la interpretación de dos actores que puedan sostener este diálogo acerca de la vida en pareja y de la infidelidad, ambientada hace veinte años.

Miranda ya había demostrado ingenio en su labor como director al abordar un texto tan atípico con Extraños (2016) de Daniel Dillon. Sin embargo, en Monogamia solo se limita a cambiar el contexto original por una videollamada y ajustar correctamente las actuaciones de Juan de los Santos y Carlos Zubiate. Acaso la elección de un extenso texto discursivo pudo haber sido o no la adecuada; no obstante, Miranda consigue despojar a los actores de ese estilo teatral presente en los primeros minutos, para poco a poco ir ganando fluidez en las interpretaciones. Los secretos y las revelaciones entre los hermanos van apareciendo progresivamente y se va creando tensión y sorpresa, evitando en general caer en la monotonía. Miranda tiene las aptitudes para jugar y experimentar más con los textos que le toque trabajar y es seguro que solo será solo cuestión de tiempo para que aquel aparezca.

Sergio Velarde
28 de julio de 2020

domingo, 26 de julio de 2020

Crítica: FINAL DE PARTIDA


Desconcierto lúdico en la red

Qué duda cabe ya que esta interminable pandemia ha puesto en verdaderos aprietos a toda la comunidad teatral. Dejando atrás las estériles reflexiones acerca de que si lo que estamos viendo por plataformas virtuales desde la “comodidad de nuestro sofá” sea teatro o no, sí es cierto que dichas propuestas pueden (y deben) convertirse en algo más que una videollamada con historia detrás, atreviéndose a experimentar y sobre todo, a jugar. Acaso una de las apuestas más atípicas y desconcertantes vistas recientemente haya sido el proyecto de la emblemática Asociación de Artistas Aficionados, que con más de ocho décadas de continua labor no se rinde y sigue adelante ahora en redes, a pesar del traspiés inicial de su primer estreno en línea, en el que la virtualidad les jugó una mala pasada. Final de partida, una de las obras más representativas del genio del absurdo Samuel Beckett, sorprendió a propios y extraños en su segundo debut, con un estilo inclasificable que les abre la puerta a demasiadas interpretaciones. ¿Pero acaso no es de eso de lo que se trata el Arte?

Por lo menos, la apuesta del hábil director Omar Del Águila sí que es coherente: Esperando a Godot (2017) fue uno de los puntos más altos que consiguió en su labor de dirección, así que apostar por otra obra del autor irlandés resulta entendible. Agregando que podía sacarse el clavo de trabajar nuevamente con esa imbatible y consumada pareja de actores que son Ximena Arroyo y Manuel Calderón, ambos nuevamente en personajes masculinos. El producto final sí que fue inesperado, tratándose sobre todo de una (supuesta) lectura interpretada y abreviada, pero en total concordancia con el estilo del autor del experimentalismo. Carente por completo de acción, Final de partida es un “juego escénico virtual experimental” que pone a prueba a los espectadores con llamativos personajes que interactúan unos con otros desde espacios físicos diferentes, gracias a la magia del video y a la lectura de las acotaciones del libreto. Hamm (Calderón) y Clov (Arroyo) conviven en una excéntrica y redundante relación de amo y sirviente, respectivamente; ambos se necesitan el uno al otro, aunque no se toleren: el primero, ciego y postrado en una silla de ruedas; y el otro, dándole la réplica y en constante movimiento. Compartiendo el mismo espacio, los padres de Hamm (Yasmin Loayza y Karlos López Rentería), en tachos de basura, sin piernas y en permanente estado de insomnio, recuerdan eventos de su pasado.

Más allá de las interminables interpretaciones que puedan desprenderse del texto de Beckett, quizás lo más llamativo de la propuesta de Del Águila sea la manera en la que es presentado este espectáculo, ya que definitivamente no parece una lectura interpretada. Salvo en determinados momentos en los que se ve a Arroyo aparentemente concentrada en la lectura, el resultado final se acerca más a una estética de video-clip de guerrilla (en el sentido más “marketero”), de ser un proyecto grabado y no en vivo, con una trepidante y singular edición cinematográfica (a cargo de Ricardo Robles) y con unos competentes actores con letra aprendida (o casi) y con un estilo de actuación con una fuerte carga teatral. Indescifrable, hipnótico y desconcertante, este Final de partida es un enorme riesgo extrateatral de la AAA que se agradece (¿Arte y riesgo no deberían ser indivisibles?) y que continúa dignamente la cruzada de aquel puñado de artistas escénicos en constante búsqueda de nuevas formas de expresión y de lúdica experimentación, de las que ciertamente carecen otros proyectos en línea. Ya el mismo Beckett lo dijo, en su momento, sobre su propia obra: “... será mero juego. Nada menos. De enigmas y soluciones, ni una palabra. Para cosas tan serias están las universidades, las iglesias, los cafés, etc.” Que siga el lúdico desconcierto.

Sergio Velarde
26 de julio de 2020

miércoles, 22 de julio de 2020

Crítica: ODISEA 2020 – TERCERA TEMPORADA


Experiencias y puntos de vista

A cuatro meses y unos días del inicio de esta cuarentena forzada pero necesaria, gran parte de la comunidad teatral se ha volcado, con mayor o menor suerte, al aprendizaje y experimentación de la técnica audiovisual como consecuencia directa del cierre de los teatros, ya sea por una pragmática necesidad de expresión o por la muy lícita y comprensible necesidad de facturar. Sea como sea el caso, en todos los campos la sociedad ha tenido que adaptarse al mundo virtual. Sin embargo, es oportuno recalcar que si bien varios artistas insisten en definir erradamente a sus actuales propuestas como “teatrales”, sí que se consiguen valiosas experiencias de interpretación, alejadas casi por completo del hecho teatral y abrazando muchas de las posibilidades y puntos de vista que ofrece la virtualidad. Acaso en los tres primeros microespectáculos de la tercera temporada de Odisea 2020 de la incansable Nella Samoa Álvarez se puedan apreciar dichas experiencias y puntos de vista.

En Quemad a la bruja de Enrique Nué asistimos a un interesante ejercicio de “teatralidad” televisada, en el que nos damos cuenta (por fin) de lo anacrónico que resulta seguir defendiendo a las “artes escénicas” en las trasmisiones por YouTube. La historia nos lleva a los tiempos de la Inquisición, en donde se le acusa a una mujer de hechicería. A propósito o no, resulta imposible tomar en serio la ambientación, con las cámaras registrando la supuesta locación virreinal en plenos exteriores de una edificación en plena urbe, teniendo en el horizonte las luces de postes, vehículos y edificios, poniendo a prueba la convención al espectador. Incluso pudo verse la sombra de uno de los trípodes que sostenía una de las cámaras. Los buenos actores Shantall Vera y Fito Bustamante hicieron su mejor esfuerzo para convencernos de su drama, mientras cruzaban “teatralmente en escena” para hablarse a través de las cámaras, permaneciendo ellos espalda con espalda. Como ejercicio teatral grabado resulta valioso; como sutil guiño para los acérrimos defensores del “teatro virtual”, pues mucho mejor.

En todo caso, sí que les fue mejor a las hermanas Trucíos, Claudia y Daniela, en Metamorfosis de Astrid Villavicencio. Con dos cámaras instaladas estratégicamente en su departamento (una, en una esquina superior de la habitación y la otra, detrás de un espejo), la escabrosa historia de estas hermanas, también en la ficción, conmovió y resultó muy verosímil, convirtiendo a los espectadores en invasores fisgones, auscultando de manera malsana la privacidad de las mujeres, las cuales ignoraban la existencia de los dispositivos de grabación. Lamentablemente, no corrió la misma suerte Mefistófeles de Álvaro Pajares, que intentó resolver una crisis marital en medio de la celebración de un rito satánico y con las cámaras visibles para los personajes. La comedia, siempre tan difícil de concretarse en vivo o grabada, se tornó forzada por varios momentos, pero en general se salvó por los pelos, gracias a la energía que le inyectaron los simpáticos Gabriela Jordán y Jorge Armas.

No deja de ser apreciable la tenacidad y constancia de Samoa Producciones por generar variados espectáculos en línea, disculpando por supuesto el hecho de presentarlos como “reinvención de la experiencia teatral” o “teatro cinematográfico online”. Lo cierto es que cada uno de sus proyectos cuenta con una personalidad propia y además, le permite al espectador acercarse desde distintos puntos de vista a experiencias virtuales de toda índole. El trabajo de Álvarez en las temporadas de Odisea 2020 resulta pertinente: la continua práctica y experimentación en línea serán los disparadores de nuevas maneras de narrar historias, las que nos acompañarán los próximos meses de esta (aparentemente interminable) cuarentena.

Sergio Velarde
22 de julio de 2020

Crítica: BOOM, UNA COMEDIA EXPLOSIVA


Una bomba de risas

Los cambios que traído la cuarentena también ha redefinido hasta la manera de cómo contamos historias y de dónde nos inspiramos para ellas. Los montajes traen reflexiones sobre la gran capacidad creativa que tienen nuestros artistas, productores y directores, aun en circunstancias tan adversas. David Vilcapoma, director y creador, mencionó en una entrevista que su dramaturgia surgió a partir de una anécdota con sus alumnos. Boom, una comedia explosiva no es una adaptación y fue totalmente creada en el contexto de este “zoom-momento teatral”.

El montaje fue cuarentaicinco minutos de risas ininterrumpidas. Una bizarra cantante, Victoria de la True (Tati Alcántara) recibe un misterioso paquete con un mensaje a su celular: “Hola, soy una bomba”. El agente Granadino Mechacorta (Micky Moreno), a través del teléfono, tiene que dar una serie de instrucciones a Victoria con el fin de que la bomba no explote. Lo más resaltante del trabajo de los actores fue la gran energía que les ponen a sus personajes, son fieles a ellos y se nota las horas de ensayo y coordinación para poder lograrlos. Quisiera hacer una mención especial para Moreno, quien el año pasado puede verlo en el montaje Los cerdos no miran al cielo y cuyo protagónico claramente ha mejorado en esta actuación. El maquillaje, los colores y las onomatopeyas son precisas y sobre todo divertidas. Alcántara destacó por demostrar, mediante sus miradas a la cámara, los diferentes grados de empatía emocional de su personaje.

Hacia el final del montaje, además de pasar un momento divertido, uno analiza lo atractivo que es la idea que el conflicto tenga que ser resuelto a través de una videollamada, así como contextualizarnos al momento que atravesamos. Un recurso brechtiano muy bien usado. Solo emito una recomendación a Teatro del Fuego, la productora: reconsideren el uso de la plataforma Joinnus Live, pues hubo ciertos momentos en que la señal caía, pero estos fueron muy breves. Puede que el futuro público no necesariamente tenga una buena conexión a internet y quede frustrado de no poder disfrutar toda la obra.

Enrique Pacheco
22 de julio de 2020

Crónica: PLAZA TOMADA


Yo tengo un sueño

En la marcha sobre Washington, donde el legendario Martin Luther King marcó un sueño, casi sesenta años después aún no es una realidad: el fin del racismo. Sin embargo, existen ciertos aspectos muchas veces invisibilizados de este fenómeno y que con la ayuda de las ciencias sociales, como la economía o la antropología, podemos comprender mejor: las implicaciones estructurales el racismo. En la edición de Plaza Tomada (Des)aprendiendo sobre el racismo se tuvo como invitadas a Ana Lucía Mosquera y Rocio Muñoz, académicas afroperuanas en las ciencias de la comunicación y el derecho respectivamente, teniendo como moderador al activista Orlando Sosa.

El racismo estructural es, como indica Muñoz, un sistema que normaliza determinadas prácticas racistas relacionadas con los estereotipos e imaginarios. El racismo en el mundo es brutal y cruel, pero no podemos dejar de mirar, por ejemplo, que según el último censo la población afrodescendiente se encuentra 11 puntos por debajo del resto de la población en temas de acceso a la educación. Esto significa que el contexto de racismo no solo se traduce en desprecio hacia un origen, sino en acceso a un derecho humano tan fundamental como es la educación, que luego repercute en el trabajo y profundiza la pobreza. ¿Acaso no puede existir algo más injusto?

Las representaciones sociales tienen que ver con el proceso, relacionados con valores atribuidos a un grupo de personas. Como indica Mosquera, en el contexto peruano estas representaciones han sido pervertidas especialmente por los medios de comunicación, en el sentido que ha reforzado valores y “costumbres” a la población afrodescendiente, por ejemplo, asociándola exclusivamente a la cocina. Y sobre todo, en los programas humorísticos donde la representación roza con la humillación.

Otro aspecto relacionado a lo estructural que menciona Muñoz, es la representación de lo bello en una mujer. Por ejemplo, el cabello rizado por encima del lacio, entre otros. Esto tiene muchas implicancias en las psicologías de muchas niñas afrodescendientes. Además, teniendo en cuenta que las precarias políticas públicas respecto a la lucha contra el racismo, no reconocen a los sujetos (ejemplo, la niña discriminada) como sujetos racializados y el Estado no los reconoce como poblaciones iguales. Esto es una superestructura que a veces es pasada por alto.

Coincido con Muñoz y Mosquera cuando reflexionan sobre lo contradictorio que es la coexistencia pacífica, al estilo de la Guerra Fría de los sesentas, entre un discurso nacionalista-chovinista que resalta la integración y lo valioso de todas las “sangres” con una realidad-estructura que sostiene y reproduce la discriminación, la dominación y la segregación hasta en lo económico, como el racismo subrepticio, pero muy latente en Perú. No solo contra los afrodescendientes, sino contras muchas otras comunidades, como los indígenas o entre los mismos mestizos. Sin duda, son aspectos a considerar en estos días próximos al 28 de julio. ¿Qué tan libre y justos somos como sociedad peruana?

Enrique Pacheco
22 de julio de 2020

martes, 21 de julio de 2020

Crítica: ENCIERRO: EPISODIOS DE CUARENTENA


Ni teatro, ni corto… una exploración para decir y observarnos

Viajemos por tan solo unos segundos al inicio de la cuarentena, cuando nadie podía salir de casa. La primera, segunda o tercera semana, tal vez, nuestro cuerpo y alma podía resistir a ese encierro. Pero después, en el término del primer mes, la ansiedad, el miedo y la lucha contra nuestros demonios eran un vaivén en nuestra cabeza e invadían nuestro cuerpo contaminando nuestra alma. Así, surgió ENCIERRO: Episodios de cuarentena. Este proyecto fue producido por la compañía de teatro La Partera, conformada por Joel Calderón, Omar Peralta, Daniela Trucíos, Álvaro Pajares y Déborah Baquerizo, actores y actrices egresados de la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático (ENSAD) y la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Además, dicho proyecto se trasmitió vía online a través de la plataforma YouTube.

En estos tiempos de pandemia, se ha generado el debate sobre si un proyecto escénico es teatro o no. Sin importar eso, La Partera produjo este trabajo escénico tratando de combinar y experimentar en el lenguaje audiovisual y teatral. En ese sentido, mediante dichos lenguajes, cada artista-personaje nos comparte un monólogo sobre cómo el aislamiento obligatorio está afectando su vida cotidiana.

Luego de observar atentamente la obra, nos viene la iterativa pregunta: ¿es teatro? El buen proyecto escénico definitivamente no es teatro. Pues a través de la plataforma YouTube, la compañía nos muestra cada monólogo interpretado por un actor o actriz, presentados de manera secuenciada y que además, ya pasaron por un proceso de edición. Sin embargo, presenta algunos elementos teatrales, como un actor o actriz interpretando un rol o personaje y diciendo un monólogo. Entonces, si no es teatro o “teatro virtual”, ¿es un cortometraje? No, definitivamente, tampoco es un “corto”. Pues en la propuesta hay cinco personajes que cuentan cómo les está afectando el aislamiento obligatorio a cada uno. No nos cuentan una historia con un inicio, nudo y desenlace, sino que cada personaje, que no interactúa con el otro, nos brinda información sobre su experiencia en dicha situación. De igual manera que jugaron con el lenguaje teatral, también exploraron con el lenguaje audiovisual. Cada uno tenía una videocámara, realizaron trabajo de edición y colocaron voz en off. Entonces, si no es ni “corto” o “teatro virtual” ¿qué es? Tal como argumentan los artistas de la compañía, su proyecto es un experimento audiovisual en la que trataron de explorar en ambos lenguajes cuyo resultado fue inmejorable.

“Los artistas (…) nos comparten desde su intimidad cómo el aislamiento obligatorio los ha enfrentado a sus propios demonios” es el logline del proyecto. Esta breve reseña nos invita a conocer un poco la historia de cada personaje. Pero, ¿en verdad los actores y actrices (artistas que interpretan la obra) son los personajes del proyecto? Pues no. Es cierto que no crearon un personaje, fueron ellos mismos en escena. Así, interiorizaron los textos creados por la misma compañía de teatro. En otras palabras, fueron ellos mismos, pero adoptando otros roles, un rol ficcional. Por otro lado, como punto de partida, este buen logline invita al espectador a ver el contenido de obra. Pero no solo eso. Sino que también conecta con el otro a través de la empatía: ¿quién no ha tenido una crisis de ansiedad durante ese tiempo?, ¿quién no se ha aburrido de mostrar solo lo “bonito” de su vida?, ¿quién no ha pensado en la muerte?, ¿a quién no le da miedo, ahora, salir a pasear al perro?, ¿quién no ha tenido que reinventarse de alguna u otra manera? Además, así como tuvieron un gran comienzo con el logline, cada frase en los monólogos describía aquello que se sentía en esos momentos de angustia y ansiedad. En resumen, conectaron con el público a través del texto.

En general, las interpretaciones fueron inmejorables. Los actores y las actrices le brindaron el valor necesario a cada palabra dicha. A pesar de que el logline también influyó para conectar con el público, la verdad que trasmitían los intérpretes mantuvo esa conexión con el espectador hasta el final del proyecto escénico.

ENCIERRO: Episodios de cuarentena es como un espejo que nos muestra que aquellos problemas que tenemos también lo tienen él, ella, ellos, ellas o tú.

Elio Rodríguez
21 de julio de 2020

lunes, 20 de julio de 2020

Crítica: ODISEA 2020 – TEMPORADA 2


Neurosis

Durante la segunda temporada de su proyecto “Odisea 2020”, Samoa Producciones nos presentó cuatro obras de teatro montadas sobre una plataforma virtual, siempre dirigidas por Nella Samoa Álvarez. Dos de ellas, Thais y 1.0.0.P, motivan estas líneas.

Thais

Este interesante texto de Henry Sotomayor García fue ganador del Primer Concurso de Dramaturgia organizado por la ENSAD en el 2010 y nos presenta a Thais y José, una pareja en franco proceso de irse al infierno, o de ya estar en él. La obra transcurre en la habitación de ambos, a las tres de la mañana. Thais parece estar sufriendo de una galopante depresión posparto después de haber dado a luz a su hija, Gabriela, y José parece hacer todo lo que está en sus manos para sobrellevar la situación y vincular, por fin, a la madre con la niña…y con él mismo. Sin embargo, la dramaturgia nos va revelando que esta es la punta del iceberg de una relación que viene muy mal desde hace buen tiempo. Tres años antes, cuando las cosas ya no parecían estar funcionando en la pareja, el padre de Thais muere atropellado durante un paseo. Habiendo sido testigo del accidente, pero incapaz de recordar la placa del vehículo que se dio a la fuga, Thais se atormenta hasta el presente, y llena compulsivamente hojas, ventanas y paredes con letras y números de la placa presuntamente oculta en su memoria. Para ella, la existencia de José o de su hija es periférica. Solo importa recordar para hacer justicia. Es una Ofelia posmoderna que a diario se sumerge en el lago de la culpa y arrastra en ello a su esposo, un Hamlet incidental, el causante de su desgracia. Por su parte, José es un mal perdedor. No puede dejar ir. Le teme al rechazo, al abandono y a la soledad. Compite con el padre de Thais (aún después de muerto), por el amor de esta, y se enterca que construir un puente inútil que salve un abismo cada vez más grande, y que él mismo horada. Como no podía ser de otra forma, la llegada de Gabriela a sus vidas lo empeora todo. Tiene como madre a una mujer que no ha dejado de ser hija, y como padre a un hombre al que la vida en pareja le hace agua y que lo empeora todo con su obstinación. Tres años y tres personas a las tres de la mañana, hundiéndose en una historia desesperante o en un ejemplo de manual de patologías psiquiátricas.

El riesgo técnico que esta puesta virtual asume es importante y, en el caso de la función a la que asistimos, parece que dio los frutos esperados. A través de YouTube, pudimos observar este espectáculo desde tres cámaras en la habitación. Una de ellas se ubicaba en la perspectiva de la bebé (Gabriela), y era móvil. El trabajo desde estudio en la conmutación de una cámara a otra fue interesante, y nos permitió seguir la historia de forma natural y sin interrupciones. La preparación del espacio fue, en términos generales, adecuada. Llama la atención la pared plagada de números y líneas, fiel a la sugerencia del dramaturgo en su texto. Como suele suceder en este tipo de montajes, el mérito de la escenografía corresponde a los actores que habitan en el espacio. Si bien, y como hemos dicho, el espacio era adecuado, por momentos resultaba limitante para la acción. Concretamente, nos referimos al momento en el que José saca una baraja de cartas y se dispone a armar un castillo de naipes…en una esquina de la cama. Podría asumirse que el complejo perfil del personaje lo lleva a armar una estructura frágil sobre una superficie totalmente inadecuada para ello (lo cual constituiría una interesante metáfora de su vida marital). Sin embargo, el actor parece forzado a recurrir a este precario espacio, porque no dispone de otro mejor o más visible.

Astrid Villavicencio interpreta a una Thais visiblemente perturbada, que se debate entre la evocación delirante, mirando al vacío, y la increpación enérgica a un José que, al parecer, es la fuente de todos los males. Aunque apela al estereotipo de una persona mentalmente perturbada (algo que, de por sí, no es fácil de interpretar), Villavicencio logra establecer con aceptable credibilidad la compleja relación de dependencia que mantiene su personaje y José, según la propuesta que la dirección nos ofrece. El trabajo de Gian Paul Miranda nos presenta a un José medianamente sensato al inicio, comprensivo y paciente con Thais, pero que se va derrumbando conforme la historia avanza, y que patea el tablero hacia el final. Si bien es así como, en líneas generales, el texto de Sotomayor plantea a sus personajes, es necesario anotar que el autor sugiere un conflicto en el que ambos luchan de manera incesante por conseguir su objetivo, absolutamente convencidos de tener la razón y de que la suya es una causa justa. Si se hubiera planteado así, esta historia habría sido mucho más interesante, envolviendo en su conflicto al espectador, que no perdería detalle para dar con la “verdad” e, incluso, tomar partido. En contraste, las decisiones de actuación y dirección que se han tomado en este montaje le “mastican” el conflicto al espectador, e inclinan la balanza rápidamente. En particular, nos referimos al comportamiento de José a lo largo de la obra. Ante la insistente increpación de Thais, Jose capitula una y otra vez con una actitud vacilante y esquiva. La acción en sus respuestas es feble, casi una excusa que confirma la veracidad de las acusaciones. Su comportamiento ante el llanto de Gabriela es incomprensible. No entendemos por qué demora tanto en cargarla o en concluir que llorar de hambre. Tuvimos que recurrir al texto de la obra para descubrir que su intención al no cargarla era forzar a la madre para que ella lo hiciera y tuviera así contacto con su hija. Pero no es esto lo que se desprende de esta propuesta. Más bien, da la impresión de que José reclama la intervención de Thais porque él mismo no sabe qué hacer con la bebé.

Finalmente, el avance sexual que tiene con Thais mientras trata de calmarla y convencerla para que vuelva a dormir es, por decir lo menos, el epítome del autoboicot. En conclusión, todo indica que la perspectiva de este montaje es que Thais es una mujer cautiva y trastornada, José es su perverso carcelero con derechos sexuales sobre ella, y su relación es un claro ejemplo del síndrome de Estocolmo. Una tragedia servida en vaso corto, licuada para una rápida ingestión y sin pensarla mucho.

1.0.0.P.

Nuevamente un texto de Álvaro Pajares se presentó en “Odisea 2020”. 1.0.0.P (se lee “loop”, que significa “bucle” en inglés) es un drama psicológico que reproduce de manera tan compleja como lúdica la experiencia tortuosa de la culpa. Cuatro personajes (quizás más) dando vueltas en la mente atormentada de María José, desfilan en una suerte de talk show retorcido. Ellos brindan un testimonio a partir del cual el espectador deberá votar a favor de la inocencia o culpabilidad de la acusada, que también es la presentadora del show, la misma María José.

Lo primero que hay que decir es que llama la atención el riesgo al que este montaje se enfrenta. La actriz Majo Bueno tuvo la responsabilidad no solo de interpretar a cuatro personajes (quizás más), sino de trasladarse a distintos ambientes, cambiarse de ropa según el personaje que interpreta e, incluso, adaptar la cámara según el momento de los más de 40 minutos que duró la obra. El punto flaco de un planteamiento como este es el tiempo muerto entre una transición y otra. Algunos de estos lapsos se llenaron con un anuncio en off o con la votación del público. La presentación a la que asistimos sufrió un impasse en la conectividad que nos hizo perder un pequeño fragmento de la obra. Sin embargo, ello no fue impedimento para seguir la ilación de la historia. Con todo, fue un gran reto el que la actriz decidió asumir y, desde aquí, celebramos que así haya sido.

La dirección plantea de manera adecuada la historia que, de por sí, no es de tan inmediata comprensión. Al principio, y sin información previa, el espectador no entiende del todo qué es este show, qué significa que los acusados/participantes se vayan o no al infierno o por qué la presentadora está siendo sometida a este juicio. La consecución de momentos en escenarios distintos, alternando a la presentadora con los testigos y con una versión de ella misma en crisis, nos van revelando que la razón por la que todos los personajes son interpretados por una misma persona es porque todos son un eco de la realidad reflejada en la mente de esta mujer atormentada por la culpa. Como en los sueños, son una representación de otros, pero también son una faceta de quien sueña. Así, el lenguaje visual asiste al espectador en la comprensión de un texto que a veces es directo, y en otras es más bien críptico.

Majo Bueno, ya lo hemos dicho, ha asumido una responsabilidad inmensa, casi temeraria, al convertirse en la mujer-orquesta de este espectáculo. Sin embargo, el riesgo de hacer malabares con tantos objetos en el aire y al mismo tiempo, es que uno de estos objetos se nos escape de las manos. En este caso, lo que nos parece escapó del control de la actriz fue el aspecto actoral. El código con el que Bueno desarrolla a sus personajes se acerca más a lo teatral en tanto pareciera que actuara sobre un escenario y para una platea llena de filas, y no en un espacio reducido y a muy poca distancia de una cámara. Su presentadora, que de por sí ofrece una construcción exagerada exprofeso, se regodea en la complicidad con el público y para ello acerca el rostro a la cámara con tal reiteración que, en lugar de contribuir a la definición de su personaje, nos distrae de él. En contraste, su trabajo es efectivo e interesante cuando interpreta a los testigos, precisamente porque no recurre al movimiento exagerado o al acercamiento repetitivo. Las variantes de la mujer tras las rejas ofrecen una gran emotividad, aunque a veces en desmedro del trabajo con el texto que, precisamente por su complejidad, debería ser interpretado con más sustrato en la acción y no apelando únicamente a la velocidad desesperada. 

El momento de mayor desconcierto fue el final. En una entrevista, Majo Bueno comenta que por momentos le entran ganas de samaquear la cámara debido a la carga emocional de su personaje. Ese nivel de energía emotiva es bueno cuando intensifica la acción y la hace efectiva, pero juega en contra cuando, como en este caso, empuja al ejecutante al descontrol. Y aquí parecía ya no haber límites. El acercamiento reiterado a la cámara, el trabajo de la voz y la actitud corporal eran de una estridencia tal que nuestra reacción instintiva fue la de alejarnos de la pantalla. De la misma forma en la que una pieza musical no adquiere más cualidades de las que tiene subiéndole el volumen, así el trabajo actoral no necesariamente se vuelve más real o conmovedor al desbordarse la emocionalidad del actor. Lo que aquí observamos no es de entera responsabilidad de la actriz, sino también de la directora del montaje. Los actores no se ven cuando actúan (salvo que se graben). Para eso está la dirección que, desde fuera, construye una historia con ellos, tamizando su energía y guiando sus acciones para que estas sumen al resultado final.

En conjunto, 1.0.0.P es una obra interesante, arriesgada y perfectible, que podría lograr aún mejores resultados de los que ya ha obtenido.

David Huamán
20 de julio de 2020

domingo, 19 de julio de 2020

Crítica: ¡A VER, UN APLAUSO!


La distancia como obstáculo en la creación del intérprete

Un aspecto particular del texto de una obra de teatro es la adaptabilidad a un contexto y público específico en un tiempo determinado. En ese sentido, una obra escrita en 1989 podría ser adaptada a un contexto del año 2020. Este es el caso de la obra ¡A ver, un aplauso!, escrita por el dramaturgo Cesar de María y producida por RECUENTO Producciones. Además, esta creación artística cuenta con las interpretaciones de Carla Arriola, Joaquín Escobar, Víctor Dávila y Santiago Suarez, bajo la dirección de Jonathan Trucios. Asimismo, la obra se transmitió vía online y en directo a través de la plataforma Zoom.

¡A ver, un aplauso! es la historia de dos payasos callejeros llamados Tripaloca y Tartaloro, quienes se presentan en un parque de Lima. En una ocasión, los alguaciles de la muerte llegan para llevarse a Tripaloca tras ya varios avisos realizados. Por tal motivo, los artistas callejeros buscan engañar a estos alguaciles, también vestidos de payasos, para que no se lleven a Tripaloca a causa de la tuberculosis. En ese sentido, Tartaloro busca la gran excusa de que su amigo está escribiendo un libro acerca de su propia vida, motivo por el cual aún no es momento para llevárselo y que debería seguir viviendo. También, para lograr contar la vida de Tripaloca, los payasitos tratan de amenizar los pasajes de la vida de este, teatralizándola.

En el teatro o cualquier producción audiovisual, cada elemento u objeto teatral forma parte de la composición total de la obra. En la creación dirigida por el joven director Trucios, los intérpretes se enfocaban con una videocámara desde puntos distintos. Asimismo, los personajes también se encontraban en diferentes lugares y cada uno tenía un fondo de color distinto. Dados estos datos objetivos de la experiencia, la cual pertenece a un todo, se entendía que los personajes sabían que no estaban en un mismo lugar. También eran conscientes de que estaban siendo grabados por una videocámara y rompían la cuarta pared. Sin embargo, los intérpretes no construyeron la atmósfera para que se dé toda la situación. En ese sentido, no se entendía si ellos interactuaban con un espectador que se encontraba en la calle o en su casa. Además, si no estaban en el mismo lugar por el fondo de color que tenía cada uno de ellos, se tornaba inverosímil que la muerte simplemente observara a Tripaloca desde un punto y no vaya en su búsqueda, si su objetivo era llevárselo.

Por otro lado, la obra textual del dramaturgo se presta para jugar y explorar en cada situación. En este caso, la distancia entre los actores no les permitió conectarse vivencialmente para la creación de juegos escénicos. Así, gran parte de la obra se tornó monótona durante la mayor parte del tiempo diegético. En resumen, el trabajo de los intérpretes es una forma de trascender combinando lenguajes audiovisuales y teatrales. Sin embargo, también es importante la interacción física entre los personajes para generar la atmósfera que la obra requiere.

Elio Rodríguez
19 de julio de 2020

martes, 14 de julio de 2020

Crítica: AUSENTE


El silencio de mi soledad

¿Es teatro?, ¿no es teatro?, ¿es teatro virtual? Son algunas de las preguntas que nos seguimos haciendo, cuando vemos que está pronto a estrenarse una nueva propuesta a través de las distintas plataformas virtuales. Y es que el confinamiento y aislamiento social, producto de la pandemia, ha hecho que muchos dramaturgos sientan la necesidad de seguir contando sus historias. En esta oportunidad, Break presentó Ausente, un monólogo que mezcla de manera interesante el lenguaje teatral y audiovisual, logrando que funcione a la perfección.

Escrita y dirigida por el dramaturgo y director peruano Ernesto Barraza Eléspuru, con la actuación de Katerina D´onofrio. Una historia que logra identificarnos en muchos momentos, siendo el tema principal la soledad, haciéndonos reflexionar qué tanto podemos llegar a necesitar estar con alguien cuando ya no podemos. Precisamente, porque estamos obligados a permanecer aislados, confrontándonos con la necesidad de conectarnos con los otros. Un texto muy bien contado que va jugando constantemente con el paso del tiempo entre el presente y el pasado, pero todo sucede en un mismo espacio. Definitivamente logró engancharnos desde el primer momento.

D´Onofrio hizo una excelente actuación, una construcción de personaje trabajado detalle a detalle, apropiándose completamente del texto, encarnando con honestidad la vida de una mujer que siempre se sintió cómoda, viviendo en el silencio de su soledad. Pero esta dará un vuelco cuando comienza a escuchar una voz que viene del departamento de abajo. Fue conmovedor ver cómo poco a poco, este personaje empieza a establecer una relación con esa misteriosa voz y es que tal vez, no está bien decirlo, pero lo bueno que trajo este encierro, es que nos volvió más conscientes de las personas que habitan a nuestro alrededor, cosa que antes de esto, el correr del día a día, el trabajo u de otras actividades, hacía que ni siquiera nos percatemos de quiénes son nuestros vecinos o simplemente que no nos provoque entablar relación alguna con ellos, tal como le sucedía al personaje en Ausente.

Se usaron correctamente distintos ambientes del departamento de la actriz, la misma que no solo destacó por su actuación, sino por el buen manejo que tuvo con la cámara, pues al hacerlo logró los encuadres precisos en cada lugar. Además de utilizar la utilería adecuada, dando la impresión de que cada elemento fue colocado especialmente para ambientarlos de acuerdo con la personalidad del personaje (una mujer sola e independiente).

Asimismo, fue sugestivo ver cómo la actriz se va perdiendo de la cámara, realizando un baile estéticamente correcto, al ritmo de la canción Ausencia de Cesária Évora, una mezcla entre lo sensual y seductor, transmitiendo con ello el querer eliminar todos esos sentimientos encontrados y guardados entre dolor, impotencia y nostalgia que parecía tener. Además, utilizaron un recurso totalmente acertado al colocar la cámara en el ángulo exacto, observándola a través de un espejo, logrando así que el público no pierda detalle alguno de esa pequeña danza. Sin duda, es mérito resaltar la buena dirección que estuvo presente en cada momento de esta espectacular microobra que fue transmitida a través de la plataforma de Joinnus. Dando como resultado final un trabajo completo y muy bien elaborado; lleno de detalles y totalmente satisfactorio.

Milagros Guevara
14 de julio de 2020

Crítica: ESPERANDO EL LUNES


Somos reflejos

En primer lugar, quiero felicitar a todo el equipo de producción de Express Teatro Colectivo, por el gran esfuerzo que le han dado al evento. Este complejo y difícil contexto que estamos viviendo no es justificación para no ofrecer productos de calidad. La puesta de Esperando el lunes es una obra del repertorio del Celcit (Argentina) y el autor es Carlos María Alsina. La dirección es de Nany Flores y se trata más que de un montaje clásico, de una lectura dramática. Aunque se debe mecionar que es un reestreno, pues estuvo en temporada el Teatro Ricardo Blume hace un año aproximadamente. 

La puesta es una serie de escenas en las que los protagonistas enfrentan discusiones muy fuertes sobre la existencia. El personaje del viejo lo interpreta Américo Zúñiga y el joven, Manuel Baca Solsol. Al enterarme que es una obra ya publicada, no resistí la tentación de leerla mientras miraba el montaje en mi celular: la lectura en la computadora y el montaje, en el celular, al mismo tiempo, para poder saber qué tan fiel le es a la obra original y el resultado dio muchos frutos. Fue de destacar la interpretación de Zúñiga, pues le dio muchos peruanismos y naturalidad a su personaje del viejo orate. No fue una intepretación literal y eso fue lo más resaltante. El personaje del joven fue un poco más lineal y Baca Solsol mantuvo la misma energía en los diferentes estados de ánimo de su personaje, que era mucho más sucinto y pragmático que el de Zúñiga.

La propuesta es brutalmente interesante, pues es necesario al menos verla y leerla dos veces para entenderla. Los diálogos son confusos, a primera vista, entre un orate que se hace pasar muchas veces por varios personajes y un joven psicólogo que está a la espera de algo. Todo es simbólico, pues ambos son el reflejo del otro en otro tiempo. Es de felicitar al director por esta elección, pues para obras que implican una concentración extra al espectador, son sencillamente geniales.

El formato Zoom implica muchos cambios. Los actores no descuidaron la calidad del vestuario. Sus gestos faciales son claves para que sus dialogos sean convincentes y lo alcanzaron, sobre todo Zúñiga. Creo que un punto que habría ayudado mucho sería una mejor ambientación musical, especialmente en los momentos de mayor tensión, como en la última escena. A veces, el silencio para obras tan complejas como esta, genera una sensación de insatisfacción.

Luego de la lectura dramática, se nos permitió un breve diálogo con los actores y directora. Zúñiga señaló que un punto clave para poder lograr que este montaje salga con tanta naturalidad es la confianza y años de trabajo en equipo que tiene con Baca Solsol. Además, Zúñiga narra que el personaje implicó una construcción singular. Les deseamos muchos éxitos.

Enrique Pacheco
14 de julio de 2020

Crónica: PLAZA TOMADA


Miente, miente que un fake queda

La desinformación siempre ha sido una herramienta de guerra y en estos tiempos de sobreinformación, es un gran reto distinguir la realidad de la ficción, la verdad de la mentira, la manipulación de la afirmación. Plaza Tomada aborda en esta oportunidad, esta temática de la mano de dos miembros de los –casi inexistentes- medios independientes del Perú: Romina Mella de IDL-Reporteros y David Hidalgo de Ojo Público.

La conversación giró en torno a cómo una inocente noticia sobre una supuesta cura, en realidad, tiene no solo un trasfondo de desinformación, sino implicancias políticas. Si partimos de la idea, como comenta el moderador, el filósofo y dramaturgo Sebastián Edowwes, de que nuestro acceso a la realidad está condicionado por el acceso a la información. Entonces ¿a quién creerle? No es un tema menor, pues la información va a marcar nuestras interpretaciones sobre tal o cual suceso. Por ejemplo, con la actual crisis política vivida desde la disolución del Congreso, las redes sociales como Twitter o Facebook son verdaderos campos de batalla de ideas, ataques, insultos y por supuesto, desinformación.

En ese contexto, el trabajo periodístico cumple una labor similar a la del árbitro en un partido de fútbol. Mella señala que es responsabilidad de la profesión verificar los disparates de los políticos; un ejemplo de ello es el proyecto de Ojo Biónico, idea de su organización. El objetivo es verificar la veracidad los señalamientos, ataques o noticias que suelen compartir los principales actores políticos del país por redes sociales. Hidalgo señala que uno de los principales enemigos es la pseudociencia y los argumentos falaces, sobre todo en un contexto de pandemia.

La búsqueda de la verdad es un gran desafío actualmente en el quehacer del periodista peruano. Tanto Mella como Hidalgo comentan cómo la crisis actual ha llegado a las salas de redacción de los principales medios de comunicación del país. Adicionalmente, desde hace años que estos medios no apuestan por el periodismo de investigación, dejando esta tarea a los medios digitales, lo cual tiene limitaciones. Ojo Público e IDL Reporteros podrán tener la intención de investigar y contratastar un fake news, pero una persona vulnerable con un plan de datos limitado, un internet malo o poca costumbre en el uso de redes sociales posiblemente termine creyendo la mentira. Por ejemplo, Mello cuenta cómo el subregistro de muertos por Covid, una investigación brillante, descascaró la verdadera dimensión de la crisis sanitaria. Sin embargo, muchos sectores tomaron las cifras, las manipularon y editaron las infografías, en favor de sus intenciones políticas.

Son superestructuras mayores que buscan la desinformación de la gente. Hablar de información es también hablar de democracia: un valor aún por construir en nuestro pais. Vargas Llosa lo advertía en su famoso ensayo: “Vivimos en una verdadera civilización del espectáculo”* y hay que ser cautos en elegir la información. Necesitamos hacer de nuestro pensamiento crítico nuestro oficio crítico.

Finalmente, Hidalgo nos invita a estar atentos a la próxima publicación que lanzará Ojo Público. El libro se llamará Infodemia: información en tiempos de pandemia, con la editorial Penguin Random House, con el que buscará organizar la explicación de la desinformación sobre la epidemia, en relación a una serie de casos específicos.

Enrique Pacheco
14 de julio de 2020

* Entrevista. Mario Vargas Llosa sobre su ensayo. La sociedad del espectáculo.               https://www.youtube.com/watch?v=P7C79Rcaavg

domingo, 12 de julio de 2020

Crítica: COCINA CON ZINA


Una receta ficcional y real

La “nueva normalidad” ha ocasionado que la mayoría de personas cambie de forma repentina su estilo de vida. Un claro ejemplo de ello son las clases virtuales que imparten los profesores de cualquier universidad, instituto, colegio o taller. Así, tomando como punto de partida esta consecuencia del COVID-19, Liminal teatro presenta Cocina con Zina. Este es un espectáculo interpretado por Araceli Campos (Perú) y Eva Palottini (Argentina), bajo la dirección y dramaturgia de César Ulloa Cuéllar.

Cocina con Zina es una obra que se transmitió en vivo a través de la plataforma virtual Zoom, espacio digital por la que se emiten la mayoría de cursos actualmente. El horario indicado para la trasmisión de la obra fue las veinte horas del día cinco de julio. Sin embargo, el primer contacto con el público no ocurrió en el horario preestablecido, sino mucho antes. Pues, la primera interacción con el futuro espectador surge cuando, una hora antes, la producción les envía una indicación -en PDF- vía correo electrónico. En este documento no solo están escritas las indicaciones de la obra, sino también algunos ingredientes y utensilios caseros que debe tener el espectador para su clase online de cocina con la profesora Zina.

El primer contacto atemporal de la obra con el público suscita en el segundo una cierta incertidumbre. ¿El público qué rol cumplirá? ¿El de espectador de la obra o un alumno de la profesora Zina? En ese sentido, en el desarrollo de la obra, la acción principal del personaje es compartir sus secretos culinarios a sus novicios alumnos. Entonces, el personaje le brinda ya un rol específico de alumno al público. Además, desde el primero encuentro virtual y temporal con el espectador, la actriz rompe la cuarta pared. En otras palabras, habla directamente con su público tratando de instruirle en la preparación de su receta.

En la obra existen dos contactos atemporales con el espectador: el segundo es el agradecimiento y la preparación de la receta en un documento -en PDF- enviado a través del correo electrónico. Entonces, aquí se observa que el espectador cumple dos roles. En primer lugar, el público mirado como público en sí, el complemento del intérprete para que exista la comunicación. En segundo lugar, el público observado como alumno de la profesora de cocina dentro de la ficción.

Por otro lado, el personaje Zina es como la tía cocinera que nos quiere brindar su gran secreto de cocina. Todos sus movimientos e inflexiones de la voz pertenecen a alguien que ama la cocina y le gusta enseñar su recetario. Además, interactuaba con sus alumnos a través del chat de dicha plataforma. Cada pregunta que ella hacía, estos le respondían y cada respuesta era como un estímulo para que ella diga algo. Sin embargo, no todos los espectadores cumplieron el rol de alumno. Pero sí tuvieron algo para beber -otra indicación del PDF- en la transmisión del espectáculo.

Cocina con Zina es una obra que coloca al espectador en una antesala y, probablemente, lo convierte en un alumno ficcional. Además, el espectador no solo atestigua una experiencia, sino también es parte de ello, participando y aprendiendo una gran receta culinaria extraída del plano ficcional que puede prepararlo en el plano real.

Elio Rodríguez
12 de julio de 2020

sábado, 11 de julio de 2020

Crítica: RECONCILIACIÓN


El convivio y la comunicación efectiva en épocas de Covid 19

El contexto del Covid 19 sigue generando oportunidades de adaptación en distintos aspectos.  Es así como la nueva normalidad, donde la distancia rige la mayoría de actividades, está dando lugar a productos artísticos bajo la necesidad de hablar y reflexionar sobre lo que estamos viviendo. Uno de  los recientes estrenos virtuales fue Reconciliación, obra de Carlos Arata, bajo la dirección de Nata Niño de Guzmán. Esta representación propuso la conversación entre dos hermanas, interpretadas por Vera Castaño e Isabell Chappell, cuya relación se ha visto afectada bajo el contexto de la pandemia. La obra, que se transmitió a través de la plataforma Zoom, se plantea en un inicio como una aparente videollamada típica entre las hermanas dado el distanciamiento obligatorio. En el transcurso de la conversación, poco a poco se van conociendo datos específicos sobre la relación entre ambos personajes.

La construcción de los personajes de esta obra tuvo un gran nivel de detalle. En el caso del personaje interpretado por Castaño, logró que tanto la corporalidad como la caracterización fueran precisas y trabajadas a fondo. La manipulación de objetos como el cigarro que usa en la representación fue ejecutada de un modo particular y propio de personaje –el espectador no podría imaginarse al mismo personaje fumando de otra manera-.  La caracterización utilizada por este personaje, con ropa de entrecasa y sin ningún tipo de modas de por medio,  acompañado con el gran trabajo minucioso de manejo de objetos y apropiación del texto, dio como resultado a un ser completo e interesante de ver a través de la pantalla. Por otro lado, el personaje interpretado por Chappell representó una personalidad opuesta a la de su hermana. Este personaje también logró un gran nivel de detalle en su construcción. La corporalidad del personaje denotó a una persona sin vicios, relajada, propio de una profesora de yoga. Cada movimiento percibido por el espectador  daba información precisa.  Un gran aporte dentro de su caracterización fue la escenografía que veíamos alrededor de ella: las telas de colores, velas y mandalas que el espectador pudo observar fueron un detalle indispensable para darle redondez al personaje. Definitivamente cada detalle de esta obra fue pensado minuciosamente, dando como resultado una llena de información y estímulos interesantes para el espectador.

Esta puesta, como ya se dijo, nos propone estar presenciando una videollamada. Esto significó que cada actriz utilizara una cámara y un espacio visual limitado por esta. Fue interesante una ligera diferencia que se percibió entre ambas hermanas: mientras que el personaje de Castaño veía hacia la cámara desde una posición más arriba de esta, el de Chappell miraba a la cámara de una manera frontal y algo lejana. Rescato esta diferencia en la interacción con las cámaras, porque es interesante cómo la obra ha planteado una manera particular de interacción con los dispositivos por parte de ambas actrices.

Una discusión entre hermanos o familiares es cosa del día a día. Sin embargo, en esta cuarentena, más de uno hemos experimentado un punto de quiebre en las relaciones con la gente con la que convivimos. La cuarentena no solo es sinónimo de encierro, sino también representa una época en la que inevitablemente nos vamos a cuestionar sobre todo lo que antes se consideraba normal. Esta susceptibilidad propia del contexto puede traer como consecuencia el re-pensar nuestras relaciones interpersonales. ¿Hasta qué punto es sano para mí convivir con aquel familiar? ¿Hasta qué punto la relación podría mejorar si se decide tomar distancia? ¿Podemos reconciliarnos con personas que han podido ser nocivas alguna vez para con nosotros? Son algunas de las preguntas que esta obra puede plantear. Reconciliación nos muestra una relación entre dos hermanas con unos altibajos complejos, bajo la invitación de que el espectador pueda sopesar las diferencias entre familiares a través de la comunicación. 

Reconciliación, una obra muy necesaria y vigente ahora mismo, no significa cambiar la forma de ser de alguien que no es tan parecido a nosotros: en este caso, podría significar el tener apertura para la comunicación efectiva entre personas con diferencias.

Stefany Olivos
11 de julio de 2020 

viernes, 10 de julio de 2020

Crítica: ODISEA 2020-TERCERA TEMPORADA


Humanos al límite

Este último fin de semana culminó la tercera temporada de Odisea 2020, proyecto creado y dirigido por Nella Samoa Álvarez, quien propone un formato de Teatro cinematográfico online, emitido a través de la plataforma YouTube. Dicho formato está inspirado en el trabajo de Stanley Kubrick 2001: Odisea en el espacio. Así, se plantea la unión de dos lenguajes y códigos distintos: el teatro y el cine. Cabe mencionar que la antesala de ambas presentaciones fue bastante amena con canciones de introducción que captaban de inmediato la atención, y mensajes en la pantalla de la plataforma, dando pistas de los temas a tratar.

PRIMERO A LAS 10   

Escrita por Álvaro Pajares e interpretada por Brayan Pinto, esta suerte de microthriller psicológico presenta a un joven periodista que ha conseguido la conducción del noticiero Primero a las 10, en el que da a conocer las desapariciones de algunas mujeres. Sin embargo, algo siniestro ocurre con él cuando está fuera del aire y en la soledad de su hogar, se queja y cuestiona su trabajo; además de hacer una catarsis de los prejuicios a su alrededor y preguntarse hasta dónde sería capaz de llegar por conseguir una noticia trascendental que acapare toda la atención del público. 

Ahora bien, el actor maneja y conoce muy bien a su personaje, combinando la agilidad del uso de la cámara con movimientos corporales propios del teatro físico o el calentamiento previo a una función en vivo o ensayo teatral. La dualidad en la personalidad de este chico, logra diferenciarse con claridad, haciendo partícipe al espectador de sus cambios de estado: de la euforia y ansiedad, a la aparente serenidad, por ejemplo. El uso de una cámara que seguía al actor en determinados momentos y otra que él utilizaba fueron bien aprovechadas para crear una atmósfera de suspenso, entre realidad y ficción, que contrastaba con el fondo de pantalla a veces a colores y otras en blanco y negro.

Se utilizaron casi todos los ambientes de la casa del actor y los elementos de la misma, siendo el cuarto de baño el lugar recurrente al que volvía siempre el personaje, no solo para tratar de frenar sus impulsos sino también para acelerarlos. El doble discurso y una mente distorsionada son los componentes más visibles de este personaje que al final se quiebra y deja al descubierto la insania de sus actos, pues él se convierte en el protagonista de una macabra noticia que lo señala como asesino.

Primero a las 10 bien podría semejarse a un corto en vivo, por el dinámico manejo de la parte audiovisual, encontrando sutiles matices teatrales en la creación e interpretación del personaje, un muchacho visceral y crudo, que puede ser producto de una ficción pero no deja de acercarse a lo que vemos en la realidad.

LA PUERTA

“Los amores intensos no siempre resultan” podría ser una frase que resuma a La Puerta, escrita por Mirko Miano e interpretada por Pedro Ibañez y Alberto Vidarte, quienes dan vida a una pareja, que en teoría no lo es, porque uno de ellos está casado y se niega a aceptar el amor que siente por el otro, reduciendo lo que pasa entre ellos al plano puramente sexual.

Todo sucede en una habitación, cuyo fondo de pantalla rojo ya nos revela un detalle que bien podría representar esta conflictiva relación de ‘pasión, amor y odio’, en donde los reclamos, insultos y recriminaciones no se hacen esperar. El juego de la doble pantalla en ciertos momentos, refleja a cada uno con sus propios argumentos y debilidades; pero cuando el plano era uno solo, volvía la pulsión entre ambos.

Las representaciones de Ibañez y Vidarte fueron muy acertadas y creíbles, pues la tensión sexual y la ira, presentes casi todo el tiempo, sí supieron manejarlas al punto de no parecer exageradas sino reacciones naturales y ciertas, quizá porque los personajes se lastiman el uno al otro, se usan; luego lo aceptan, y de ello se alimenta su relación. Sin duda, un reflejo también de la realidad, que encuentra en la negación y la autodestrucción de esta pareja, una justificación para su inexplicable complicidad.

Odisea 2020-Tercera temporada resultó una agradable experiencia que en estas dos propuestas nos presentó a seres humanos al límite, quienes presos de sus pasiones elijen un camino equivocado.

Maria Cristina Mory Cárdenas
10 de julio de 2020