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miércoles, 5 de febrero de 2020

Crítica: CULTURA ILEGAL


¡Mírame, existo!

Es interesante que, hacia el final de la presentación, durante los comentarios del público con los actores y producción, Andrea Vásquez se refirió y aclaró que Cultura Ilegal es un proyecto y no solo un montaje. Lo visto me hizo recordar las sesiones del taller de Dramaturgia con Alonso Alegría, quien a este tipo de presentaciones las califica como teatro abstracto y simplemente indicaba: Autores (así se refería a los participantes del taller), eso es otra cosa, acá hacemos teatro que cuenta historias. En ese orden de ideas, el proyecto de Andrea me plantea muchos retos para comentarla, pues cada espectador puede interpretarlo de distinta manera; sin embargo, sí puedo comentar algunos aspectos de espectáculo (proyecto) que relativamente son más objetivos.

En primer lugar, Cultura Ilegal es una de los muchos montajes (o proyectos) de los estudiantes de Artes Escénicas de la PUCP en el marco su festival anual, Saliendo de la Caja. El público fue numeroso y un aspecto muy positivo fue no solo la amabilidad de los anfitriones, sino que se tomaban el tiempo de encuestar a los asistentes para preguntar sobres las preferencias teatrales y otros aspectos por mejorar del marketing. ¡Esto es magnífico! Empezar a conocer al público es una manera de conectarse con nosotros los que estamos al otro lado de la cuarta pared. Luego de que la estudiante me hiciera la encuesta se me ocurrió un pensamiento: ¿Las compañías teatrales están haciendo el teatro que esperamos ver, saben nuestros gustos? De hecho, éxitos de otros tipos (exagero un poco) de producciones audiovisuales como las plataformas de streaming ha basado su éxito en el uso de los datos de los espectadores para poder realizar mejores producciones, como en el caso de Netflix (1), pero esto es solo un comentario.

No existe una historia, pero los cuatro actores María Ramos, Jordans Marchand, Ángelo Ramírez, Jerson Samir y Naomi Calderón entra en el escenario mostrando movimientos sincrónicos, casi como si se tratara de un musical, pero uno del subconsciente. Sus cuerpos narran la historia de seres urbanos en búsqueda de conexión con el otro. De todas las interpretaciones, la de María Guadalupe fue la que más me conmovió, pues en sus escenas eran claros los sentimientos de congoja y tristeza, principalmente por sus gestos faciales y la mirada hacia el vacío. Esa mirada y sus gestos trasmitían una emoción de desesperanza dentro de una vida urbana.

La música escogida fue del género urbano-acústico con ciertos parecidos a un hip hop clásico de Bronx (barrio en Nueva York) de los años setenta, al estilo del rapero Afrika Bambaataa, pero algunas mezclas que también se cruzaban con el jazz de Louis Amstrong. Sin lugar a dudas fue un aspecto muy importante y, en mi opinión, lo más potente. Mucho más que el ritmo de los movimientos, que por momentos no fueron del todo impactantes, pero sí se notaba que el proyecto demandó una serie de arduos ensayos previos. Fueron muy atractivos artísticamente los movimientos de Jordans Marchand, pues y como él lo comentó hacia el final del espectáculo, se inspiró en movimientos de bailes afrodescendiente-peruano, especialmente el zapateo; fue interesante cómo incorporó estos movimientos de la historia que narraba con su cuerpo. El movimiento es un aspecto importante de lo visto, pero tampoco genera una sensación de estar viendo algo único, pero sí se aprecia algo muy bien ensayado, con disciplina y esfuerzo.

(1) Netflix y las estadísticas. https://bombanoise.com/2019/01/11/netflix-estadisticas-contenido-decisiones-multimillonarias/

Enrique Pacheco
2 de febrero de 2020

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