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domingo, 24 de noviembre de 2019

Crítica # 501: BLANCO

Destierro distópico

El joven colectivo Reteatrando Producciones viene representando ya dos montajes escritos por el galardonado dramaturgo venezolano Pablo García Gámez: en ¡Qué noche tan linda! (2018), adaptación de la original llamada simplemente Noche tan linda, un muchacho transexual debe luchar para que lo acepten como es; y en Blanco (2019), se nos presenta una sociedad distópica en la que la estética es el único requisito necesario para pertenecer a ella. Pertinente en nuestra actual sociedad, en la que nuestros hermanos venezolanos deben aprender a convivir a diario con nosotros lejos de su patria, la dramaturgia de García Gámez cobra una particular relevancia. Tal como lo menciona él mismo en una reciente entrevista, sus piezas abarcan varias temáticas, como la memoria, el olvido y especialmente, el desarraigo del ser humano, que se convierte en el “otro” por el simple hecho de estar al margen, en la periferia.

Presentada en la Casa Cultural Amaru de Barranco, un espacio no convencional para espectáculos teatrales, la puesta de Blanco debe enfrentar un primer obstáculo: hacer creíble el contexto surreal que el autor propone. En ese sentido, más allá del buen aprovechamiento del limitado lugar por parte del director Gabriel Rossel, las esforzadas y enérgicas actuaciones de Eduardo Bazán y Alberto Vidarte logran conectar con el púbico de a pocos hasta situarlo en su universo particular. Ellos interpretan a Uno y Otro, adoradores de un dios llamado Totomoch y habitantes de una sociedad en la que está prohibido cualquier atisbo de anti-estética. Aquellos (los “aquellos”) que no cumplan estos requisitos serán desterrados del lugar, sin zapatos, hacia un ardiente desierto. La tensa lucha por el poder y la sumisión entre los personajes mencionados, así como la titánica tarea de mantener la ilusión de este contexto en el espectador, sean acaso las principales virtudes del trabajo en conjunto de Bazán y Vidarte en la primera hora de Blanco.

Hacia el final aparece previsiblemente el tercer personaje, uno de los “aquellos” (Edgard Linares), que es cuando se resuelve de manera sorpresiva el conflicto, simbolizando muy bien el círculo vicioso en el que se encuentra nuestro deseo de jerarquizar y no ser jerarquizado, tan inherente en el ser humano. Rossel, quien ya había dado muestras de talento en La Dieta Eterna (2015), arriesga con este complejo texto de García Gámez, logrando transmitir con una propuesta estética bastante particular (en el aséptico maquillaje y el trabajo físico, especialmente) el válido mensaje del autor. Bien por el colectivo Retratando Producciones, que viene apostando por producciones no convencionales, como Blanco, que encierran contundentes reflexiones hacia una sociedad como la nuestra, con tantas heridas por sanar y tantos complejos por sacudir.

Sergio Velarde
24 de noviembre de 2019

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