Durante la premiación de Oficio Crítico 2018, cuando Nicolás
Fantinato leía los nombres de los nominados a mejor actor de reparto en Drama,
uno de ellos llamó la atención del auditorio por su segundo apellido. “Se
escribe Frkovich, pero se puede pronunciar como “Fercovich” o “Frokovich”, sé
que tres consonantes juntas es complicado”, aclara Gerardo García Frkovich,
ganador del premio del jurado por su sólida participación como el padre de la
protagonista en El diario de Ana Frank, espectáculo presentado en el Auditorio
Mario Vargas Llosa de la Biblioteca Nacional, bajo la dirección de Joaquín
Vargas.
Del cine al teatro
“Mis comienzos fueron bien azarosos”, explica Gerardo. “Porque
la verdad yo estudié Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Lima y me
especialicé en Cine, Televisión y Video”. Confiesa que su gran pasión fue, es y
será hacer cine. “Salí en el 2004 y me di cuenta que hacer cine, en ese
entonces, no era fácil y hasta ahora no lo es”. Esta fue la razón para que
Gerardo decidiera ingresar al taller de formación actoral de Roberto Ángeles,
con la intención de poder dirigir correctamente a sus actores o al menos,
aprender alguna técnica para hacerlo. “Lo interesante fue que me gustó bastante;
si bien conocía el mundo del teatro, no lo había visto como una opción”.
Gerardo no tuvo taller de teatro en su colegio y reconoce
que tampoco lo frecuentaba. “Lo descubrí bastante tarde”, comenta. “Me presenté
al taller de Ángeles con poco dominio en mi monólogo, pero lo poco que tenía
fue contundente”. Gerardo conoce a sí el mundo del teatro y su gran potencial
como herramienta de sensibilización. “Descubrí este universo, entendí el
alcance que tiene el teatro hacia el público y que además es superlativo en
relación al cine”. Y es que resulta evidente que una obra de teatro puede
llegar a sensibilizar más que una película. “El teatro es más trascedente, el
público se conmueve realmente, eso me parece maravilloso”.
Experiencias sobre las tablas
Su participación en varios montajes de interés como El
mercader de Venecia (2005), Antígona (2006) y Los charcos sucios de la ciudad
(2006) prepararon a Gerardo para su mayor reto actoral, que fue Copenhague
(2009), pieza escrita por Michael Frayn estrenada en el Teatro La Plaza, en la
que actuó junto a dos excelentes actores como Bertha Pancorvo y Alfonso
Santistevan. “Fue un punto de quiebre en todo sentido”, afirma Gerardo. “El
texto es lo más difícil que he hecho en mi vida, llevamos clases de Historia Universal,
sobre la Segunda Guerra Mundial, y de Física Cuántica, los diálogos eran
impresionantes”. Copenhague ganó los prestigiosos Premios Tony 2000 a la mejor
obra, dirección y actriz. “Puedes preguntarle a cualquiera de nosotros: fue uno
de los proyectos que más nos ha gustado haber participado, solo tres sillas,
tres personajes, una obra muy bien escrita”.
La amistad entre Gerardo y el director David Carrillo se dio
gracias a su participación en El celular de un hombre muerto (2010) de Sara
Ruhl. “Siempre he admirado el trabajo de David y de (Giovanni) Ciccia en Plan
9”, asegura. “Ellos siempre están buscando actores no tan conocidos para
alternar con rostros más conocidos, para los personajes que puedan calzar en
sus montajes; la pasé maravilloso”. Posteriormente, Gerardo integraría el
elenco de la primera reposición de uno de los mayores logros de Carrillo, como
actor, dramaturgo y director, que fue Lo que nos faltaba (2016), curiosamente
en temporada y en nueva versión en la actualidad. “Justamente, David me
recomienda para interpretar a Otto Frank en El diario de Ana Frank; yo tengo 39
años y el personaje es mayor, y también fue raro que mis hijas en la obra
(Laura Adrianzén y Patricia Barreto) sean casi contemporáneas, pero son las convenciones
del teatro”.
Reflexiones y proyectos
La versatilidad de Gerardo le ha permitido participar en
sólidos montajes, entre dramas y comedias, inclusive en personajes orientados a
la comedia, pero en obras dramáticas. “Por ejemplo, en Todos eran mis hijos
(2014), yo era el comic relief de la obra, para contrapuntear el drama que
ocurría en escena”, menciona. “Pienso que sí hay una aproximación diferente al
hacer drama o comedia; esta última te permite buscar un poco más sin romper lo
establecido, tienes que estar con el radar prendido”. Agrega que un buen actor
de teatro debe tener dominio escénico, pero como consecuencia de conocerse a sí
mismo. “Creo que es lo básico que no te sorprenda nada de ti mismo al pararte
en el escenario, tienes que saber tus virtudes y defectos”, asegura. “También
es importante la constancia, porque este es un trabajo a veces ingrato; y
dentro de los montajes también, porque gran parte del secreto del trabajo tiene
que ver con la repetición y el ensayo”. El ser idealista es también una
cualidad que para Gerardo debería tener todo actor. “Tener un ideal propio del porqué
haces teatro; algunos lo hacen para ser famosos o hacer plata, pero yo creo que
puedes poner un granito de arena, no cambiar las cosas, pero sí decirle al
público: Oye, esto está mal”.
Por otro lado, Gerardo asevera que un buen director de
teatro debe “confiar en su grupo, es decir, reducir el riesgo confiando en que el
trabajo que va a hacer cada uno será el mejor, no priorizando en amistades”. De
igual forma, los ensayos deben ser un campo para la creatividad de todos. “No
me gusta el director que me dice párate aquí y allá, puede servir para ciertas
partes, pero debe dejar al actor que cree su personaje”. Gerardo afirma también
que un director debe ver mucho teatro, danza, claun, impro, ya sea aquí o
afuera si puede viajar. “Que el director sea también actor tiene pros y contra,
porque conozco directores que no son actores y he trabajado excelente con
ellos, pero cuando yo dirijo trato de sacarme el chip del actor y no pararme en
el escenario y mostrar cómo se hace”. Sin embargo, Gerardo, que es profesor de
teatro, indica que a veces sus alumnos sí necesitan un modelo. “Pienso que en
contra, te gana la necesidad de actuar para que el actor lo copie; y a favor,
que existe un entendimiento mayor del trabajo del actor”.
Como ya sea mencionó líneas arriba, Gerardo trabaja como
docente de teatro en el colegio Humboldt desde hace 13 años, así como en dos
universidades. ¿Qué habría pasado si Gerardo hubiera tenido un taller de
teatro en su colegio? ¿Algo habría cambiado? “Todo pasa por algo”, reflexiona.
“Sé que es trillado, creo que si me metía desde muy pequeño, quizás tendría mas
plata, pero no estaría tan abocado al teatro, sino de repente a la televisión;
creo me habría llegado la oportunidad a una edad no muy madura, de algún
amanera agradezco eso”. Gerardo tiene varios proyectos por concretar y no se
desanima ante las adversidades. “Hace dos años escribí, dirigí y produje una
obra y me fue mal”, comenta. “Pero hay que ser constantes, estuve llevando una
maestría, pero ya acabó, así que me encuentro disponible para las propuestas
que lleguen; además, tengo algunos textos propios, porque escribo también”,
finaliza.
Sergio Velarde
14 de febrero de 2019
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