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martes, 23 de enero de 2018

Crítica: LA PIEDRA OSCURA

Conmovedora parábola contra la represión

Sangre como flores (2011) fue un correcto biopic en forma de homenaje a la agitada vida de un poeta y dramaturgo español de importancia capital, como lo es Federico García Lorca, antes de morir asesinado por motivos políticos bajo la represión de Franco en 1936. Escrita por Eduardo Adrianzén y dirigida por Alberto Isola, el montaje tuvo en su elenco a Franklin Dávalos como Federico y a Mario Ballón como Rafael Rodríguez Rapún, amigo íntimo del poeta. Pues bien, no puede resultar una casualidad que siete años después Escena Contemporánea decida estrenar una suerte de “secuela” (salvando las distancias), contando nuevamente con Isola como director y con los actores antes mencionados, pero invirtiendo sus respectivos papeles. Es así que La piedra oscura, premiado texto del español Alberto Conejero, nos presenta a Rodríguez Rapún (Dávalos), herido y prisionero en una habitación de un hospital militar durante la Guerra Civil, mientras aparece la figura del recientemente difunto Federico (Ballón).

Presentada en el Teatro de Lucía, el montaje acierta en múltiples niveles: no solo conmueve con la dolorosa confrontación y el futuro entendimiento entre Rafael y un joven soldado llamado Sebastián (Emanuel Soriano), encargado de custodiarlo hasta su fusilamiento, sino que también funciona como una efectiva alegoría contra la violencia, la represión y la injusticia. Además, afloran de manera muy pertinente otros tópicos como los valores familiares, el arte como herramienta de libertad, la homosexualidad y su consabida intolerancia. El inexorable final mantiene en vilo al espectador, pues Rafael esconde un secreto relacionado con el difunto escritor y solo Sebastián podrá ayudarlo a encontrar su redención. Además, la presencia física y ocasional de Federico en el escenario (lograda propuesta de Isola, ya que en el texto Lorca es solo una voz o unas palabras en una carta) resulta muy oportuna, pues contribuye a matizar la angustia producto de la situación.

La sobria escenografía, acompañada por un efectivo juego de luces y sonido, le permite a Isola trasladarnos sin problemas hasta la España en plena Guerra Civil. Los acentos trabajados por los actores tampoco desentonan; es más, tanto Dávalos como Soriano están intachables y convincentes. Ballón también aporta presencia y dignidad a su personaje. Producto de una rigurosa investigación por parte de Conejero, La piedra oscura (que recibe el nombre de uno de los documentos perdidos de Lorca) le deja espacio a la poesía en medio de este dramático diálogo que deja entrever lo absurdo de vivir en medio de un conflicto armado. Una pieza que, al igual que Sangre como flores, rescata el espíritu lorquiano de manera necesaria, enfrentando frontalmente a la represión y a la intolerancia. De visión obligatoria.  

Sergio Velarde
23 de enero de 2018

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