La
palabra del payaso
El camino pedregoso del artista, aquel que
no ostenta más que su gracia, su necesidad de crear y compartir, a pesar de la
indiferencia o el rechazo. ¡A ver, un
aplauso! representa la muerte de un payaso de plaza y a su vez, el recuento
de una vida que empieza a escribirse ante nosotros.
La esencia de la puesta en escena reside en
el payaso, el inicio hace hincapié en un estilo, las estrategias del clown para
atraer y conmover se presentan con riendas sueltas. Pareciera que estamos
encaminados a una deconstrucción del texto, invitados a un espectáculo silente
donde los payasos nos relatarán sus vidas a través de música y gestos, ante un
trabajo de atmósfera y sensaciones notable, con humor sencillo y efectivo.
Luego, descubrimos que el estilo es tan solo un añadido al respetuoso
seguimiento del texto de De María y no un protagonista del espectáculo. Aquí es
donde los intérpretes se desencuentran y la obra pierde sorpresa e interés.
En general, la dirección de Verony Centeno
muestra señales de buen gusto para la composición y el manejo del espacio, el
silencio, la luz y el tiempo, con los que es capaz de elaborar momentos
sublimes, tal como la despedida de Tripaloca y Jelvi, su chica rin; una escena
sin apresuramientos que por pura composición construye la idea del adiós. Tras
un encuentro íntimo de luz cenital y desnudamientos, la mujer sale por un
portal gigante, azulado y en ese caminar se despide del hombre, de la obra y de
nosotros. Una imagen con un abanico de significados, el punto álgido de la
obra.
Por otro lado, el uso del diálogo es un
punto débil para un montaje que se aferra a él como eje de la historia. Los
actores/payasos, acostumbrados a otras formas de expresión, sufren el texto y
nos alejan de la ficción. Muchos gritos, pocos matices y mala dicción es lo que
vuelve gran parte de la puesta un lugar de difícil acceso, que recobra su
aliento cuando los intérpretes retornan a su comodidad.
La aparición de Debra Salinas le otorga a
una obra para entonces lejana y caótica un momento de pausa. A partir de la
interacción con la actriz, la historia adquiere mayor sentido, pues muchos
relatos habían quedado ininteligibles. Pareciera que su sobriedad contagiara a
su colegas y juntos encontraran un tono narrativo adecuado para transmitir las
circunstancias ficcionales. De aquí se desprenden los mejores parlamentos de la
puesta.
El diseño de luces de Cristiano Jara y la
dirección de arte de Melissa Jimenez merecen una mención por su arduo trabajo
en detalles y la dificultad del estilo. La luz se encuentra siempre al servicio
de las atmósferas que desea alcanzar, se siente la organicidad en cada cambio
de color y circunstancia bajo una dirección que exige mucho dinamismo. Asimismo,
el arte al darle movimiento y ritmo a los vestuarios, que desde la falda de
Jelvi para el momento de la salsa o la camisa de aire desgarbado para
Tripaloca, hace el esfuerzo de dar expresividad y no quedarse en lo meramente
explicativo. Por otro lado, el diseño sonoro es excesivo, por momentos la
puesta se aferra a la música para imponer atmósferas de forma tajante y totalitaria.
¡A
ver, un aplauso! concluye como una serie de
momentos de gracia, unas imágenes potentes aunque aisladas y fragmentos de
textos que sobreviven el caos. Buenas sensaciones que deben proliferarse para
obtener un montaje redondo.
Bryan Urrunaga
27 de noviembre de 2017
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