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miércoles, 22 de noviembre de 2017

Crítica: DOS PERDIDOS EN UNA NOCHE SUCIA

Dos perdidos y la voz de una realidad

La Casa Recurso abre las puertas a los espectadores. Un escenario no convencional: una esquina de la sala, dos personajes en una banca, aparentemente cada uno en su propia actividad. Así se da inicio a Dos perdidos en una noche sucia, del dramaturgo Plinio Marcos en una versión de Daniel Amaru, bajo la dirección de Rodrigo Chávez. La obra comparte la historia de Paco (Gianfranco Cruzado) y Toño (Alaín Salinas), dos muchachos de escasos recursos que trabajan falsificando focos por un salario casi nulo y que esperan tener una vida mejor. Poco a poco vemos cómo los personajes van siendo víctimas de sus circunstancias, llevándolos a tomar medidas ajenas a ellos mismos.

Desde la entrada a la sala, y la manera en la que estaba colocado el espacio de representación, sentí que estaba viendo una situación vetada; quiero decir, una situación oprimida, escondida. Las dimensiones del espacio de los actores, que no llegaba ni a los 4 metros cuadrados, el vestuario y la escenografía básica fueron suficiente para transmitirnos una historia envuelta en la violencia normalizada y escuchar a dos personajes que fueron una voz de la desigualdad que existe en nuestro país. El espacio reducido de la obra fue un punto a favor de la representación, los dos actores tuvieron un manejo corporal y vocal adecuado, sin llegar a saturar al público a pesar de la cercanía; al contrario, la propuesta espacial aportó a que la conexión con el público sea inmediata.  En cuanto a los personajes, ambos estaban construidos de tal manera que con meros gestos físicos ya nos daban la información de su contexto: desde su postura al caminar hasta la forma de coger los focos que falsificaban. Por otro lado, en el caso de Paco, interpretado por Gianfranco Cruzado, al comenzar la obra noté al personaje un poco flojo, a veces la propuesta de cómo hablaba el personaje desaparecía, lo que al principio me sacaba, parecía que era el actor hablando. Luego de un rato esta inestabilidad desapareció y el personaje creció.  Debo decir que la obra me quedó muy corta, pues no sentí que la esta haya permitido el desarrollo de los personajes completamente.

El aspecto más importante de tener una obra como esta en escena es cómo apela  a una situación vigente: la violencia normalizada, la desigualdad de oportunidades y la indiferencia con la que convivimos. Esta obra representa una oportunidad de cuestionarnos sobre cómo los males sociales pueden crecer si no hacemos nada al respecto, una invitación a dejar la indiferencia de lado. Tenemos a dos personajes que representan a todo un sector de la población que es víctima de empleos informales dentro de un país donde las oportunidades las gana el mejor postor. Lo que reconozco de esta obra es el hecho de que nos muestra dos formas diferentes de lidiar con el mismo contexto: por un lado, Toño tiene en un inicio la buena intención de conseguir un mejor empleo; por otro lado, Paco es un joven conformista que usa la violencia como estrategia de supervivencia. Los dos caen en actos delictivos por necesidad; sin embargo – sin querer justificarlos-, Toño no quiere dañar a nadie más allá de robarles dinero o zapatos, mientras que Paco encuentra el robo como una forma de normalizar un nivel de violencia innecesario para sus planes iniciales. Es así como ahora vemos que algunos son capaces de matar incluso por un celular. Comencemos por aceptar que esta realidad nos compete a todos y que, para solucionarlo, hay que empezar reconociendo el problema como propio del país, sin excluirse de la responsabilidad. Yo le pregunto, ¿qué piensa usted hacer al respecto?

Stefany Olivos
22 de noviembre de 2017

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