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martes, 5 de septiembre de 2017

Crítica: EL ARCOÍRIS EN LAS MANOS

El arcoíris de Marita

El pasado 01 de septiembre tuvo lugar en el Centro Cultural España el pre-estreno de El arcoíris en las manos, del dramaturgo Daniel Fernández  bajo la dirección de Dusan Fung. Esta es la historia de Marita, una mujer transgénero, a quien podemos conocer desde la perspectiva de cuatro personajes cercanos a ella. Esta obra constituye una nueva propuesta dentro de los escenarios limeños que cuenta con los elementos necesarios para sorprender gratamente al público.

Los espectadores entran a la sala al mismo tiempo  que los personajes se dirigen a sus asientos dentro del escenario, pareciera que la concentración de los actores se compenetra con la del público. Así comienza El arcoíris en las manos, una obra que nos lleva a un viaje de reflexiones acerca de personas como Marita -o Mario-, una persona que sueña y lucha por logros personajes, y cómo se ve afectada por una sociedad poco “tolerante” como la limeña. Ojo, la obra no solo ataca el lado de la discriminación a nivel social a la comunidad LGTBIQ: la obra también nos muestra el modo de pensar de generaciones anteriores a la de Marita, dentro de la misma comunidad, con una perspectiva que está acostumbrada a vivir escondida y reprimida socialmente. Por otro lado, podemos ver la falta de aceptación de la madre de Marita, quien usa los prejuicios y ofensas más arcaicos que podemos imaginar. Esta variedad de perspectivas, representadas en cada uno de los personajes, son fuentes valiosas de verdades que socialmente se suelen esconder: la situación tan en desventaja que la comunidad LGTBIQ tiene en nuestra sociedad. Es interesante cómo la obra cumple un rol informativo respecto a ese tema, sin necesidad de tomar una postura tajante. A lo largo de la historia hay pequeños monólogos en los que vemos a los personajes en una situación de plena sinceridad, donde el público juega el papel de juez de paz dentro del conflicto. 

Tenemos desde el inicio un escenario que no cambia durante toda la obra dividido en dos espacios: el cuarto de Marita y un espacio que funcionalmente se va convirtiendo en diferentes ambientes. La obra contó con un manejo escenográfico práctico, donde la música, un cambio de luz y la representación actoral bastaban para indicarnos los cambios espacio-temporales de manera efectiva. El montaje contó con actores cuya representación estuvo a la altura, sin llegar a mostrarnos personajes que caigan en prejuicios o clichés. En escena vi personajes verdaderos, llenos de particularidades y contradicciones que me captaron desde el primer momento. Los actores nunca salieron de escena: se observaban entre ellos, incluso interactuaban, lo que daba una sensación de que los personajes eran observados – juzgados-  todo el tiempo, sin derecho a privacidad. En más de una ocasión, los personajes hablaban hacia el público, indicación que colaboró con la construcción de una atmósfera cómoda, sincera. Sin darme cuenta, escuchar y ver a los personajes hablando hacia nosotros me hacía sentir incluida a sus mundos internos, creando una relación de complicidad empática.

Estamos en tiempos en los que cada vez aparecen más voces luchando por una sociedad con las mismas oportunidades para todos. Esta obra es una de esas voces. Depende de nosotros, espectadores, estar dispuestos a escucharlas: estar dispuestos a tener un arcoíris en las manos.

Stefany Olivos
5 de setiembre de 2017

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