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lunes, 4 de septiembre de 2017

Crítica: LA HIJA DE MARCIAL

El pasado que aparece

El teatro de la Universidad del Pacífico, es testigo de la ópera prima del director y guionista Héctor Gálvez, quien conjuntamente con Maricarmen Gutiérrez, ha montado esta obra, que trata un tema tan recurrente en nuestra historia como doloroso: Los desaparecidos en el Perú. Si bien, ya se ha tratado en otras puestas, el enfoque y estilo audaz de esta obra –que fue una de las ganadoras del concurso de dramaturgia “Sala de Parto 2015”- es digno de ver y aplaudir.

La Hija de Marcial, está basada en una historia real, que cuenta cómo Juana –destacada interpretación de Kelly Esquerre-, es informada que el cuerpo hallado en el patio de un colegio de su pueblo, pertenece a su padre, desparecido en durante el conflicto interno y al que ella nunca conoció. Ahí empezará una odisea para esta joven, quien en su afán por enterrar a su padre para que su alma descanse; verá interrumpida su misión por la engorrosa burocracia del sistema, por las autoridades de su pueblo y, peor aún por la propia comunidad.

Diferentes elementos hacen de esta obra una propuesta diferente, para empezar, una escenografía básica, pero al mismo tiempo, muy atinada –compuesta por una fachada de colegio, una excavación donde yacían los restos, efectos proyectados por un monitor, etc.- permitiéndole al espectador situarse en el momento.

Cabe precisar, que se trata de una obra para adultos, por lo que, la desnudez de los personajes (las viudas), interpretadas con total profesionalismo por los actores Beto Benites y Julián Vargas, fue una escena inesperada; sin embargo, bien justificada, cuidada por el juego de luces y la postura –casi coreográfica- de los actores. Particularmente, el sentido que encuentro para presentar a estos personajes desnudos, es que en su rol de viudas, representaban a esas personas indefensas, las que se quedaron, las que no tuvieron otra opción más que resignarse a vivir de un recuerdo y, probablemente no tendrían la misma suerte de Juana, que vio aparecer los restos de su padre sin haberlo buscado; por eso en su aparición le piden a la joven que agradezca esta oportunidad y muestre más afecto por la memoria de su padre. Aunque, la interpretación –en este caso de la obra- es un ejercicio tan personal, que cada quien podrá darle una lectura distinta.

La lucha de Juana será un desafío, pues lo paradójico de la puesta, es que en el trayecto, ese cuerpo pasa de ser una víctima del terrorismo al verdugo que propicio la maldad e injusticia de aquellos años; lo cual dará un giro a todo lo que la protagonista había creído hasta ese momento. Entrará en un conflicto entre seguir con su vida o continuar esperando y cumplir con su cometido. Allí, tendrá mucho que ver su novio –interpretado por Gerald Espinoza- un personaje que encarna el prejuicio y egoísmo en que cae el ser humano cuando se ve preso de situaciones difíciles.

Con un final que retumba para recordarnos que el “juicio social” pesa tanto, que no nos permite reconciliarnos como sociedad. Sin duda, olvidar lo que sucedió no es una opción, hechos tan injustos y terribles no deben olvidarse, precisamente para que no vuelvan a ocurrir. Pero, sí es importante que personas como Juana, que también han sido víctimas de los errores ajenos, no vivan perseguidas por ese estigma y puedan cerrar el pasado de una forma digna.

Maria Cristina Mory Cárdenas
4 de setiembre de 2017

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