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lunes, 26 de junio de 2017

Crítica: HUELLA

Un juego de huellas

Esta semana tuvimos el estreno de “Huella”: ocho improvisadores presentarán sus historias en un espectáculo de improvisación testimonial dirigido por Carol Hernández. Por función, un  improvisador será elegido por el público para ser el protagonista y conoceremos su historia a través de juegos y dinámicas que mezclará su testimonio real con elementos de ficción, un viaje personal por etapas de su vida que todos los improvisadores irán proponiendo en el transcurso de la función. “Huella” es un espectáculo que habla de recuerdos, aquellos que quedan en nosotros inconscientemente a través de la historia del improvisador elegido.

El ambiente lúdico se siente desde inicio a fin, desde la persona que entrega las entradas hasta el final del espectáculo. Al ingresar a la sala se le pregunta a cada espectador sobre quién de todos los improvisadores quiere que protagonice la función del día. La elección es inmediata y tienes como único referente las caricaturas de cada improvisador. Me pareció un buen primer paso para que el público se vaya aclimatando al juego que propone la obra.

El escenario es neutro: todo de negro, vacío. Los improvisadores empiezan a interactuar con el público, preguntando ideas para poder ponerlas en práctica en la improvisación. Cada una de las ideas las van escribiendo en las paredes con tiza, como si estuviesen improvisando la escenografía con frases escritas en las paredes; esto se repite durante toda la obra, llegando a llenar a pared con la esencia de lo contado en la función. El vestuario de los improvisadores contaba con un “logo” personal: caricaturas de ellos mismos impresas en sus polos. Cada uno de estos elementos fueron claves que, sin que el público se dé cuenta, nos iban preparando para un viaje.

El espectáculo cuenta con una clara estructura secuencial que es fácilmente acomodable para cada una de las funciones. Esto permite que, sea quien sea el protagonista, se pueda seguir la estructura con diferente información. La musicalización la hacían ellos mismos para acompañar la historia a través de ritmos, palmoteos y tarareos improvisados. Toda esta improvisación musical era dirigida por uno de ellos, con una serie de códigos pertenecientes a una técnica llamada Soundlooping*; este recurso aportaba mucho a la atmósfera de la obra pues no habría habido mejor recurso, tratándose de un espectáculo de improvisación, que usar música improvisada. Incluso en la manera de incluir la musicalidad en la historia tenía mucho tino, una plasticidad que pareciera previamente concebida.  Existía un nivel de conexión muy fuerte entre todos los improvisadores; se nota un enorme trabajo de investigación tanto personal como grupal, una disposición para reconocerse a sí mismo, darse a conocer y conocer al otro. Este nivel de conexión ha sido el principal motor de esta obra: se notaba que cada improvisador contaba con toda la información real necesaria para poder jugar con ella y crear escenas que, si bien no son iguales a la realidad, tienen elementos de verdad y son estimulantes de ver.

A veces solo hace falta estar dispuesto a jugar. La mayoría de espectáculos teatrales no incluye al espectador como compañero en el viaje escénico. Son ramas como la Impro las que nos permite ser parte de lo que ocurre en escena. Como jugando, “Huella” nos deja una invitación a recordar, a poder ver aquellas huellas que están impregnadas en nosotros hasta ahora, a jugar con la imaginación, a revivir aquellas sensaciones que nos llevaron alguna vez a mil por hora.

*Soundlooping: lenguaje en señas para crear música improvisada en grupo.

Stefany Milagros Olivos
26 de junio de 2017

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