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jueves, 20 de marzo de 2014

Crítica: LAS CRÍAS TIENEN HAMBRE

La íntima deconstrucción del amor

En una reciente entrevista mencioné la gran calidad que están demostrando actualmente los espectáculos teatrales independientes en nuestra ciudad. Y el reciente estreno de Las crías tienen hambre, catalogada por su autor y director peruano-venezolano Jano Clavier como una comedia agridulce sobre la adultez, no hace otra cosa que confirmar lo anteriormente mencionado: asistimos a un verdadero despegue del teatro independiente que, salvo contadas excepciones, le ofrece al espectador la posibilidad de disfrutar obras de calidad en escenarios no comerciales. Estrenada en el Teatro Mocha Graña, Las crías tienen hambre demuestra que se pueden conseguir excelentes puestas en escena con solo unos inspirados actores, un buen texto y una dirección con mano firme.

El gran tema que aborda la obra es la figura de la Madre. Y las tensas relaciones que existen (a veces) entre madres e hijos, muy convenientemente sugeridas cuando la mamá hámster mata a sus crías, dentro del departamento de Olga (Nani Pease) y Pablo (Tirso Causillas), dos personajes carentes por completo de glamour, y cuyas tosquedad y mundanidad los vuelve, precisamente, seres humanos creíbles. Ella trabaja en una oficina, mientras se recupera de una operación de banda gástrica y vive abrumada por el supuesto suicidio de su padre y la tirante relación con su madre; y él, veinte años menor que ella, es un frustrado artista plástico, obsesionado por su madre (con voz de Grapa Paola), que pasa sus días confeccionando una instalación en forma de piñata con el rostro de su progenitora. Su vida en común parece seguir su curso normal, hasta que parece el asistente de Olga (Piero Negrón) y la tensión entre la pareja explota, en medio de ácidos y punzantes diálogos, matizados con un negrísimo sentido del humor.

Asistimos entonces, en tiempo real, a la íntima deconstrucción de una pareja, desprovista de cualquier concesión al espectador. El lenguaje duro y desinhibido que utilizan Olga y Pedro, no hace otra cosa que darle verdad a sus acciones. A pesar de lo totalmente diferentes que son Olga y Pablo, la química lograda por Pease y Causillas es total. Ambos ya habían destacado en el montaje de Ópalo, La niña fría; ahora confirman que son intérpretes orgánicos de una gran versatilidad. Las escenas subidas de tono, cuando los personajes entran a discutir su sexualidad, son muy cuidadas, servidas por las ingeniosas líneas escritas por Clavier. Este montaje se encuentra en las antípodas de Frankie y Johnny en el Claro de Luna. En suma, podríamos afirmar, sin mucha discreción, que Las crías tienen hambre constituyen uno de los mejores estrenos independientes en lo que va del año. De visión obligatoria.

Sergio Velarde
20 de marzo de 2014

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