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martes, 11 de marzo de 2014

Crítica: JAPÓN

Curioso, estilizado y distante drama

Acaso las altísimas expectativas jueguen en contra del último trabajo de la dupla Víctor Falcón – Carlos Tolentino, llamado Japón, en el ICPNA de Miraflores. El primero, un destacado dramaturgo que nos regaló la delirante La Cisura de Silvio (2006); y el segundo, un notable director que hizo lo propio con Azul resplandor (2005), uno de los mejores textos de Eduardo Adrianzén. Japón es un montaje que prefiere alejarse del realismo escénico (como lo manifiesta su director), para intentar llegar al espectador a través de imágenes y metáforas teatrales; una elección arriesgada y estimable, pero que no logra que el montaje sea redondo, como la presencia de sus artífices prometía.

Así como La Cisura de Silvio nos contaba la historia de una mujer con la enfermedad de Pick; en Japón todo gira alrededor de una mujer en estado de coma, y cómo su disfuncional familia se derrumba a su alrededor, a pocos días de celebrarse la navidad. Siguiendo la misma línea que otras obras, como por ejemplo Un verso pasajero de Gonzalo Rodríguez Risco, cada familiar revela en la clínica poco a poco sus oscuros secretos y frustraciones, algunos de ellos rozando la tragedia más pura. El estilizado surrealismo que impregna el montaje, sorprendentemente, no permite solidarizarnos con los personajes, interpretados por un buen elenco. A destacar el trabajo de la magistral Attilia Boschetti (que brilló con luz propia en Azul resplandor) y de la sólida Cheli Gonzales, como la perturbada nieta.

A todo esto, ¿por qué el montaje se llama Japón? Pues para el dramaturgo significa la analogía del archipiélago, en el que cada miembro de la familia es una isla, inmersa en su propia soledad. Y para el director, representa un lugar muy lejano, donde radica el fantasma de la muerte, presente durante todo el montaje. Existen muchas simbologías (la mujer en patines, las maderas blancas, los origamis, los kimonos) que tienen diferentes grados de percepción y comprensión para el público. En conclusión, Japón es un bello y curioso montaje, con algunas imágenes conmovedoras, pero que de la misma forma como percibimos aquel lejano país oriental, su puesta en escena alejada de la realidad también llega a distanciarse en cierta medida del espectador. Por ejemplo, la perenne palabra escrita en japonés en el escenario no significa “Japón”, sino “Cambio”; un dato que no está al alcance de todos, como tampoco lo está la comprensión y el disfrute total del espectáculo.

Sergio Velarde
11 de marzo de 2014 

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