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miércoles, 16 de julio de 2025

Colaboración regional: CUANDO SUENAN LOS JIWAYROS (2025)


El susurro que cruzará fronteras

En 2018 escribí sobre Cuando suenan los Jiwayros con el asombro fresco de quien descubre algo que no se apaga con el aplauso final. Hoy, siete años después, vuelvo a escribir sobre ella, no desde el asombro, sino desde la certeza: esta obra no fue una chispa fugaz. Fue fuego paciente.

Lo que nació como una obra de susurro en un espacio íntimo, perfumada de hierbas, tejida con música ayacuchana y silencio dramático, ha crecido con la fuerza de las raíces que no se ven, pero sostienen. En aquel entonces dijimos que Jiwayros era una pieza que respiraba, que no gritaba, pero dolía. Que recordaba. Que con una vela, un canto y una presencia nos conducía a mirar nuestras propias heridas. Hoy lo reafirmo: Cuando suenan los Jiwayros no ha dejado de hacer su labor de sanación. No ha dejado de evolucionar. No ha dejado de doler. Y por eso, no ha dejado de ser necesaria.

Y lo más hermoso es que su constancia ha sido reconocida. Esta obra, autogestionada desde el corazón de los Andes, ha sido seleccionada para representar al Perú en el Festival Medellín en Escena 2025, uno de los encuentros teatrales más importantes de América Latina. De entre 441 obras del mundo, solo cinco han sido elegidas. Y ahí, entre ellas, está una obra hecha desde Cusco, con memoria, con comunidad, con herida, con flor.

Esto no es solo una buena noticia. Es un acto político. En un país donde la memoria es constantemente ninguneada por el poder, donde hablar del conflicto armado resulta incómodo y muchas veces es castigado con el olvido institucional, Jiwayros no solo recuerda: lleva ese recuerdo al escenario internacional. Va a decir desde Colombia que en Perú hubo dolor, pero también hay teatro. Hay dignidad escénica. Hay María Dolores con su herida en la pierna, pero también con su danza viva. Hay silencio, pero también hay testimonio.

Tania Castro, directora y dramaturga, ha sabido acompañar este proceso como quien cultiva una planta sagrada. Pero no lo ha hecho sola. Cuando suenan los Jiwayros ha sido cocreada junto a Raisa Saavedra, Nina Chaska Zelada, Luz Maribel Sánchez, Rubén Soto, Jorge Choquehuillca y la recordada Chalena Vásquez en la selección y preparación musical. Cada uno ha aportado no solo talento, sino identidad y sensibilidad. Roxana Povea y Leonardo Arana en el diseño de vestuario, Oswaldo Povea en la preparación de máscara y No Tan Carolina en el diseño de luces han contribuido a construir una estética profundamente enraizada en lo andino, donde lo simbólico y lo sensorial se entrelazan con el rito y el recuerdo.

Años de investigación, ensayo, escucha y confrontación ética con la historia sostienen este proceso. Jiwayros es hija de María, María y hermana de María del Mar, obra que aún espera su tiempo escénico. Este linaje teatral no es fruto de un taller exprés ni de una temporada improvisada, sino de una convicción profunda: el teatro es también un acto de memoria colectiva.

Revisando el elenco actual, seguimos encontrando esa precisión en los cuerpos, ese respeto por el detalle: el tacto de una tela, la fragilidad de una flor, la contundencia de una mirada. Esa teatralidad esencial que se sostiene en la honestidad de los intérpretes. Esa atmósfera de respiración compartida que nos involucra no como espectadores, sino como testigos.

Y sin embargo, pese a la calidad y al reconocimiento internacional, no hay apoyo oficial para este viaje. No hay fondos públicos. No hay línea aérea solidaria. Por eso se han organizado funciones solidarias este 25 y 26 de julio en CASA DARTE, para recaudar los fondos necesarios que permitan costear los pasajes internacionales. Porque si bien el teatro puede darnos alas simbólicas, los aviones aún cobran en dólares.

Apoyar esta obra no es solo ayudar a un grupo a viajar. Es asumir que hay creaciones que nos representan mejor que cualquier discurso oficial. Es decirle al mundo que desde el sur andino también se produce arte con memoria, con ética, con belleza. Es ponerle alas al teatro peruano.

Hoy más que nunca, Cuando suenan los Jiwayros necesita de nosotros. Porque no basta con tener una buena obra. Hace falta comunidad para que esa obra llegue lejos. Hace falta compromiso para que no se repita la historia de tantas creaciones brillantes que quedaron varadas por falta de recursos. Hoy no podemos permitir que el olvido vuelva a ganar.

Porque si algo nos enseñó esta obra desde 2018 es que la memoria no es un lujo. Es una urgencia. Y el teatro, cuando es verdadero, puede hacerla respirar en cada función.

Miguel Gutti Brugman

Cusco, 16 de julio de 2025

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