Alas de nuestras madres
La edad de la ciruela es un clásico ineludible para conocer el trabajo de Arístides Vargas y una mirada tierna, a la vez que melancólica, de la mujer latinoamericana y su relación con el tiempo. No es de extrañarse que Ana Julia Marko, directora que con este dirige cuatro montajes de final de carrera consecutivos para la FARES-PUCP, lo haya elegido para la promoción de Teatro de este año. Es una fortuna contar con el texto, pues dota a la creación de este elenco de una complejidad y gracia que se siente propia de ellos (y principalmente, ellas) así como de la memoria colectiva que, como peruanos y latinos, desarrollamos sobre las mujeres de nuestras familias.
La obra, como es común con los montajes estudiantiles en promociones grandes, cuenta con una dinámica coral y escena espejo que permiten dar a cada estudiante un momento de protagonismo. Esta dinámica coral es una que Marko suele realizar, pero se realiza aquí con la convicción artística de que representa la masa de la familia numerosa y no solo una decisión pedagógica. Las historias en nuestras familias, de tías que sueñan con amores que perdieron, abuelas que se hartan de todo y hermanas pequeñas que discuten y hacen travesuras, se repiten entre casa y casa. Se siente esta esencia colectiva en la construcción de las escenas y las corporalidades, logran superar la rigidez y prestarse a no solo la imitación, sino el entendimiento de la costumbre.
Las actuaciones de los estudiantes, en general, logran explayarse dentro de esta dinámica propuesta. Como coro cumplen y funcionan, no hay momento estático o sin contraescena (gran logro considerando que están todo el tiempo en escena). La magnitud de cada personaje individual, a su vez, hace que puedan utilizar todo su lenguaje teatral y físico en códigos grandes, fuertes y juguetones. Los momentos más íntimos y sentimentales quizás se apagan un poco, pero se sostienen a partir de la música y elementos visuales muy bien diseñados. Destacan sobre todo las participaciones de Celeste Torres, Fiorella Mejía, Camila Castillo, Marilyn Chumbimune y María José Guzmán.
El montaje, en general, utiliza sus elementos visuales como punto de partida para el ritual colectivo. Las plantas, los colores en la ropa, los retazos del texto puestos en cursiva y sobre todo, las fotos de las familiares reales del elenco sirven para acompañar al público en ese viaje a la historia personal. Hay muchísimos momentos simbólicos, y no todos golpean con la misma fuerza, pero todos se sienten como un posible final para la obra. El nivel de producción para cada momento se agradece, con el final, la carta y la parada del tiempo como momentos resaltantes que evocan memoria y dan a la casa de las hermanas una sensación de realismo mágico, un lugar tocado por el abuso, pero también por el constante deseo de libertad.
La edad de la ciruela es un montaje que aprovecha sus recursos para darles a sus alumnos, así como a su público, una bella sensación de cierre. Sentir la progresión de momento a momento (siendo que trata con una obra no lineal) dará el golpe necesario para que, al final, sintamos la crudeza del paso del tiempo, y aun así recordemos a las mujeres de nuestra familia con brutal admiración.
José Miguel Herrera
24 de febrero de 2025
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