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domingo, 18 de agosto de 2024

Crítica: UN PRIMER SUSPIRO A 4 VOCES


Por gente como tú

¿Se puede criticar una obra que trate sobre artistas lidiando, de manera interna o externa, con la crítica? Me hacía esa pregunta varias veces mientras veía Un primer suspiro a 4 voces, segundo montaje de A Ver Ke’ Sale Colectivo y una propuesta artística que mezcla música en vivo, canto, baile y actuación para mostrar el corazón de sus artistas.

Se trata, pues, de construcciones hechas a partir de las experiencias y sentires de los artistas en escena, en tres cuadros individuales cuyo orden se decide en ese momento. La mayor ventaja que tiene la obra es no ocultar nada. Desde el inicio está el telón abierto, pero no solo para ver a los actores calentar, sino también bromeando y relajándose. Su vestuario estilizado no busca esconder al intérprete en ropa negra debajo. No existe una cuarta pared, ni está el músico escondido.

Esta sinceridad crea, en turno, una suerte de autoficción testimonial sobre lo dicho por los actores. ¿Nos están diciendo un texto de sus personajes? ¿O es su sentir crudo y real? Muchas veces vemos al actor más como un medio por el que el creador expresa su sentir. Pero si es aquí el dramaturgo quien ayuda al actor o la actriz a mostrar sus conflictos, ¿no podemos argumentar que los intérpretes han tomado también los medios de creación? Y si queremos que los creadores se muestren a nosotros como humanos parecidos a nosotros, ¿no deberíamos ver su error y duda humanas como parte de la belleza de lo que crean?

Desde esa línea, Un primer suspiro… logra sus objetivos con creces. Combina sus elementos artísticos para transmitir belleza a la vez que humanidad. Sus momentos cantados, aunque se sientan a veces algo desconectados del resto de sus secuencias, muestran belleza no solo en su buena técnica, sino en su emoción y dolor detrás. La música de Marcelo Tarazona no es solo acompañamiento, sino una voz crucial que da sentido y peso a muchos momentos. Y los tres intérpretes logran dar cuerpo a los bloqueos, las heridas y el síndrome del impostor que tantos hemos sentido.

La labor del crítico es también esencial para cambiar nuestro paradigma sobre los artistas, muchas veces idealizados en figuras perfectas y sin dolores (como le sucede a bailarinas, maestros de ceremonias o princesas). El crítico, más que un juez separando lo bien hecho y lo malo, reflexiona sobre lo que creamos y hacia dónde se dirige. Somos nosotros mismos, muchas veces, nuestros críticos más crueles. No creo ser el único crítico que ha dudado muchas veces si tiene algo valioso que decir. Pero quizás desde la validación de estos sentimientos, podemos crear una industria artística y teatral menos solitaria.

José Miguel Herrera

18 de agosto de 2024

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