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domingo, 21 de julio de 2024

Crítica: NATASHA


El poder del texto

Natasha, obra escrita y dirigida por Fernando Luque y con las actuaciones de Ana Paula Gálvez y Francesco Bacilio, nos muestra de manera trepidante lo complejo de la lucha del amor y nuestros instintos naturales. Con una avasallante energía escénica, los actores logran capturar y afrontar el reto de un texto que se influye mucho de lo clásico, pero que se llena de otras influencias en la puesta escénica y nos adentra no solo al análisis, sino también a un viaje intenso de impresiones e interpretaciones.

Hay un reto actoral muy claro. Pues nos topamos, de inicio, con un texto que se muestra fuerte en la construcción de lo versado y lo narrativo, y que nos invita a repensar el decir clásico en un contexto de contemporaneidad. Este tipo de textos, que mezclan lo clásico, lo poético y lo cotidiano, invitan a que la propuesta escénica sea igual de cargada y llena de capas; por momentos, inspiraciones de lo absurdo, música, un estado dionisiaco de los actores.

La obra da un preludio que plasma las primeras imágenes en el espacio, lo primeros tonos en los que hablará la obra y que sirve también a los actores para entrar en un estado de conflicto. Los cambios de registro son rápidos, te transportan de un lado a otro, y si bien uno podría pensar que necesita un poco más de espacio para entender lo que te quiere decir el texto, al final no hace falta, ya que los actores los expresan y lo que uno se va llevando son las emociones. Terminamos atrapados en la dinámica que plantea la relación, vivimos con la misma pasión lo que les está aconteciendo, no podemos detenernos tanto tiempo, sino visualizar bien todo lo que los personajes están expresando. Sin duda, esta es una obra que logra capturar a su público.

Una de las cosas que más ha calado es la potencia y la gestualidad con la que los actores abordan el texto. No puede haber otra manera, por lo menos, ellos han descubierto la suya. Uno no termina de procesar todo en el momento, pero lo vemos en ellos. Lo que uno le dice al otro, lo afecta realmente. La realidad de la obra se va resquebrajando poco a poco, y da pase a momentos de absurdo y de juegos estéticos que buscan elevar el sentido de la discusión. Es allí, en esos momentos, en los que uno puede respirar y pensar: ¿qué es lo que está pasando realmente en esa relación, qué límites se cruza, que instintos se vislumbran, que conceptos morales se muestran débiles y otros, por el contrario, hacen falta?

Estos elementos disruptivos llenan la obra, la hacen mucho más que una sola discusión de pareja, hacen de la obra un cuerpo absoluto en el que hay algo que va más allá de nosotros y de las experiencias que se han plasmado. Hay una búsqueda genuina por generar un diálogo con el espectador, no solo exponer un hecho. Muchas más cosas se pueden decir de la obra. Lo principal: está construida a partir de un texto sumamente sólido, y que nos interpela en nuestras ideas del amor.

Omar Peralta

21 de julio de 2024

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