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domingo, 21 de julio de 2024

Crítica: HIJOS DE LA GUERRA


Magnificando la gestualidad del cuerpo

Hijos de la guerra es un montaje inmersivo, donde el uso de tecnologías audiovisuales transforma la experiencia teatral en un experimento video-teatral, en donde las posibilidades escénicas se multiplican y se exaltan ciertos elementos discursivos y narrativos sobre la guerra.

Una propuesta interesante que parte de la invasión de lo bélico en el núcleo relacional de una pareja, que busca mantener su relación, pero donde la guerra se ha infiltrado en sus pensamientos y posturas morales. La guerra se inserta, en una primera instancia, en la vida privada de la gente. Punto de partida para desarrollar las consecuencias atroces de la avasallante máquina de guerra. Con un inicio que juega con imágenes, composición coreográfica y un juego de sombras, vemos cómo la guerra se infiltra en lo íntimo, pero se convierte en algo macro, de escalas mundiales.

Algo que llama mucho la atención es cómo los escenarios se van tiñendo de crudeza, llegando a mostrar casos de tortura y alejando un poco la historia de la trama principal. Es interesante plantearse también el rol que juegan los medios de comunicación en este aspecto. Según lo muestran en el montaje, queda en un término medio entre la mirada irónica y lo verdaderamente informativo. ¿Será esto un juego planteado para criticar u observar las falencias de los medios de comunicación occidentales respecto a los conflictos bélicos? Sin duda, tenemos una visión sesgada de las cosas que pasan en la guerra. Todo se registra de un lado, pero ese mismo lado se intenta revelar contra sí mismo.

Esta investigación logra ahondar y llevar el juego audiovisual a un nivel protagónico de la escena, para crear focos de atención en el espectador y magnitud en la gestualidad de los actores. Esto es algo muy interesante de ver, pues genera una nueva narrativa. No se trata solo de presentar imágenes, se trata de enlazar la historia con lo estético y lo multimedia. No se trata de una exposición, se trata de la creación de un lenguaje escénico que cause efectos en el público.

Ahora, regresando al desempeño actoral, podemos ver que en los protagonistas hay un esfuerzo grande por entrar en las circunstancias de la obra, le cuesta un poco más al personaje de Stanley, quien logra entrar en mayor compromiso corporal cuando se desarrollan las escenas más físicas y los diálogos con su pareja se vuelven más amenazantes y emocionales; en un inicio se muestra solo en forma, como un juego externo del personaje, elevado a través de la cámara, pero no completamente presente. Por otro lado, Viviana Távara encontraba mayor anclaje en su personaje gracias a su conflicto. En general, el resto de los actores logra encajar y mostrar una unidad consecuente a los hechos expuestos. Logran darle el cuerpo necesario a la obra para que no sea solo en base a la relación de Stanley y Alice.

En ese sentido, valdría la pena considerar también que la obra se va abriendo a tocar temas mucho más crudos y específicos sobre la guerra, y que, en cierta medida, se presta como para ahondar en esa dirección: los temas de tortura, crímenes contra la humanidad, se convierten en algo que llama mucho más la atención al conflicto moral/marital que mantienen los personajes principales. Luego ambas ideas se unen, pero no se suelta esta sensación de que la obra pudo profundizar mucho más en este otro tema inmerso en el tema general de la guerra.

Omar Peralta

21 de julio de 2024

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