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miércoles, 26 de junio de 2024

Crítica: CUANDO EL DÍA VIENE MUDO


El chico que estaba enamorado de su mejor amigo

Una obra que empieza con libros sueltos en el espacio, alguien duerme mientras el otro danza alrededor, la atmósfera acusa algo, un romance latente, o quizá un sentimiento no correspondido que puede desarrollarse de formas inesperadas; sin embargo, son solo presentimientos. Cuando el artista empieza a dialogar con el público emitiendo sus parlamentos, pareciera que hay una cierta timidez que no tiene que ver con el personaje sino que es una cuestión de confianza, pero aun así empezamos a vislumbrar el universo soñador de este individuo, el otro compañero aparece y el texto está un poco estático, no hay soltura y tampoco organicidad, pese a ello mientras el tiempo va pasando la historia se nos hace agradable por alguna razón, la relación que ellos tienen es interesante de seguir observando.

Los primeros impulsos que se empiezan a sentir con mayor frecuencia, se experimentan cuando se sale de lo cotidiano para introducirse en momentos de ensueño, el despliegue energético de los personajes se torna más interesante. Cuando empiezan a recitar a Vallejo y juegan con la mesa, hay un entrenamiento corporal en cuanto al control de peso y el rodamiento, algo pequeño pero que aun así crece en el escenario.

Desde este momento, la pulsación del corazón es más frecuente, la atención va creciendo y el interés se torna presente; es así que se llega al momento de la confesión, del amor no correspondido o del amor oculto entre estereotipos que no se pueden romper. Los actores van creciendo, la sensación de la pasión se va incrustando en la piel, sentimos más interés por lo que puede suceder.

De esta manera llega la instancia de los cuerpos desnudos, funcionó como liberación para el actor del sentimiento guardado, porque desde aquí empezó a decir con más naturalidad sus parlamentos, y llegó a calar con sus palabras dentro de nuestra sensibilidad. La oscuridad me parece que envuelve armoniosamente la estética del cuerpo, es una elección muy acertada por parte del director, porque el cuerpo desnudo llega a ser un erotismo visual, manejado de forma sutil y elegante. Cuando el segundo actor se desnuda, el amigo que no se atrevía a dejarse llevar por sus emociones, pero que a la vez estaba dispuesto a permitirse amar a su mejor amigo, no desde la cadencia de la amistad sino desde la delicadeza del romance, de la misma manera que el desnudo anterior, aunque un poco más extenso, la oscuridad denotaba una tranquilidad y una visión estética singular, el ambiente se convertía en un cuadro trazado con pinturas eróticas. A mi parecer, el segundo desnudo fue más tranquilo; el primero se sintió algo nervioso e impaciente, pero el segundo tuvo calma, fulguró por el espacio con delicadeza y terminó de convencernos a todos de la belleza del cuerpo humano cuando se expone con claridad y sinceridad, más allá de puntos estéticos hegemónicos, sino desde una sinceridad artística.

La obra es atractiva, los intérpretes fueron creciendo en la medida que soltaban sus temores; considero que puede haber un mejor manejo del texto, que se puede ir trabajando. Los momentos fantásticos fueron los mejores, porque los actores emitían otra energía, otro punto de vista para acercar al mundo de la obra. Los desnudos me parecieron muy bien manejados, pese al nerviosismo de uno de los intérpretes, el chico que estaba enamorado de su mejor amigo.

Moisés Aurazo

26 de junio de 2024

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