Una obra que deja deudas
La selva de Miranda,
obra de coproducción internacional de Perú y España, basada en La Tempestad de Shakespeare, plantea
retos a nivel visual y sonoro, pero que cae en un desbalance entre lo que se
pretende contar y lo que cala en el espectador.
Visualmente es un producto de gran atractivo, de desarrollo de
símbolos y de creación de una atmósfera de ensoñación, magia y misticismo. Esta
atmósfera mística, este trabajo de cierta solemnidad esotérica, baña el
escenario y determina, en gran parte, el trabajo actoral, como si estuvieran
envueltos en una gran capa. Esto, lamentablemente, entra en perjuicio de los
momentos en los cuales se busca dar cierta ligereza, cierto componente de
comedia. Las acciones pierden peso, pierden ritmo, bajo esta atmósfera
construida.
Aun así, hay un buen entendimiento del texto, una búsqueda de
la intencionalidad y de la escucha. Habría que observar con otro detenimiento a
Alfonso Dibós: se le veía desconectado de lo que sucedía. Con una construcción
de sus personajes desde la profundidad, pero que cala en su imaginario y no
aparece en lo exterior, atrapado por momentos en cierta unilateralidad de sus
personajes. Hizo falta más juego y plasticidad, respecto a la propuesta actoral
de sus compañeros (que luchaban también con lo mismo, pero en menor medida).
Ciertamente, un montaje con este nivel de performance y espectáculo escénico,
exige mucho a los actores a nivel técnico, de precisión. Y a pesar de que no se
les ve pendientes de qué tienen que mover, en qué momento deben de entrar, u
otras distracciones, había un acercamiento a los objetos falto de curiosidad,
un conflicto dibujado, ausencia de conflicto real. Eso llevó a que fuera
difícil que se elabore en conjunto la acción o las distintas acciones de la
escena.
Una obra que, entre escena y escena, se tiene que ver con
mucha paciencia; se llega a tornar tediosa, se estira demasiado. Otra cosa que
queda pendiente en la obra: el tema de la selva. Más allá del tema estético, de
utilizar el ambiente, ciertos léxicos, y plantear la selva como el lugar de la
obra, ¿tiene otra implicancia en el discurso? Podríamos establecer otro sitio,
sin mayor dificultad y, en ese sentido, plantear ese espacio no alcanza a tener
el peso que podría tener. Se utiliza como el espacio lúdico, mágico y creativo,
donde los hechizos convergen, pero queda en lo circunstancial, vacío.
Al final, La selva de
Miranda es una obra que logra alcanzar un nivel visual exquisito, con una
atmósfera que baña y conduce de una manera particular los hechos, pero que termina
excediendo y sobrepasando la propuesta escénica, limita el trabajo actoral en
relación a su entendimiento colectivo y la construcción de la acción en la
escena. Termina dejando deudas en relación a los temas que busca contar, y las
circunstancias que busca establecer. Muchas dudas, pero a nivel de montaje, no
a nivel reflexivo.
Omar Peralta
18 de diciembre de 2023
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