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miércoles, 14 de junio de 2023

Crítica: PARRICIDIO


¡Matar al colonizador!

La puesta en escena irrumpe ante nuestros ojos, dos actores se manifiestan en el espacio, no se hace uso de los tradicionales llamados, la obra empieza de manera intempestiva. Cristina Colón (Tracy Alcántara) debe sustentar su tesis para graduarse como psicóloga y ha decidido que Chiqui (Raúl Castagneto), su novio, la acompañe. Hay una gran naturalidad en ambos intérpretes, tienen su acción dramática muy clara y dosifican su energía adecuadamente, posibilitando la acción de la palabra.

Los intérpretes dominan el texto y el ritmo es constante, mantienen al espectador atento ante lo que sucede. La voz de ambos es clara y potente, nos trasportan al universo construido por Alejandra Núñez. La figura del colonizador (Cristóbal Colón) es importante para el desarrollo de la trama, pues Cristina ha descubierto que tiene una conexión con él: es su padre. Entonces empieza la metáfora de cómo podemos deconstruir el patriarcado si no asesinamos al padre y cómo podemos descolonizar sin matar al padre.

Al referirme a asesinar o matar trasciendo el mero hecho de quitarle la vida a alguien, pese a que la obra se llama Parricidio. Considero que está cargada de metáforas que aparecen desde la figura de dominación. El hecho sería cómo acechar algo que se ha normalizado y que parece una estructura dura de corroer. El pensamiento colonial está presente en todos nosotros de manera implícita, al igual que la normalización de la violencia, el machismo, entre otros. Tenemos un dominador invisible que se corporiza en hábitos y pensamientos que se inmiscuyen dentro de nuestro comportamiento, el hecho está en cómo asesinamos esa trasparencia que coacta nuestro comportamiento. En la obra aparece la metáfora de asesinar al padre, reflejado en distintas esferas de la interacción personal y colectiva, como puede ser el novio, Cristóbal Colón, historias que no se han contado, la violencia silenciada, el romanticismo que todo lo tapa, una sustentación de tesis para demostrar que mereces un grado académico, etc.

Todos estos mecanismos encierran la metaforización de la violencia, el colonialismo y el patriarcado. Todo desplegado a una simbolización del control y la manipulación en la que estamos inmersos y la lucha constante que se poetiza en el asesinato y la liberación de pasiones.

Durante el trascurso de la obra se utiliza un proyector para concentrarnos dentro de la exposición de Cristina y constantemente los actores se dirigen hacia el público para hacerlos cómplices de lo que está pasando, como si se le hablara a la conciencia o a ese voyeur que siempre está mirando y se deleita con lo que no puede hacer o se regocija en su doble moral que le permite encajar en la sociedad. En un momento, el proyector se malogró, no alcancé a discernir si era una artimaña de la producción o si en verdad se había malogrado; sin embargo, fue una situación bien manejada, porque iba acorde con los pequeños cortes que realizaban los actores, dando a entender una desconexión con la ficción que permitía que la historia traspase la barrera de lo irreal y se introduzca dentro del cotidiano de los espectadores, del mundo real absorbido por la ficción como ejercicio de razonamiento, para descubrir que no se habla de cosas distantes al cuerpo presente.

Tracy Alcántara manejó muy bien la tensión del personaje, una actriz con un buen performance para mantenernos al tanto de los hechos; el momento del asesinato es muy bueno, porque hay un tiempo creciente que lleva a la consecución de ese acto. Constantemente la actriz va aumentando su histeria, la mirada se le desencaja, el cuerpo pasivo encierra conflictos internos muy fuertes, gran trabajo en este sentido para demostrar la despersonalización del personaje y llegar al momento del crimen. La puerta suena y Cristina va a ver quién es, podría ser Chiqui que se fue hace unos minutos por haber sido despreciado en su intento romántico de conciliar las cosas, dejando de lado las preocupaciones de Cristina. Pero al salir, se escucha un grito y la sala se pausa por un momento, ingresa Cristina arrastrada como un animal y bañada en sangre. El momento se ha consumado, ha asesinado al colonizador, al machista, al patriarca, algo sucede en su cuerpo, quiere gritar, quiere seguir, retomar su sustentación, decir lo que tiene planeado decir, un momento de escisión repercute en el espacio, un asesinato metafórico de todo lo que aprisiona.

Raúl Castagneto se desenvuelve adecuadamente junto a Tracy, tiene presencia y el ritmo de sus textos son propicios para ir generando la intriga, es un actor despierto y con muchas capacidades. La forma en que acompasa los textos y la acción de Tracy permite que todo cuaje y se vuelva un contenido compacto. El manejo de los momentos incidentales es bastante interesante, porque cierto o falso en ningún instante se pierde el foco de interés. Se construyen metáforas muy potentes mediante la relación de ambos, por ejemplo, el uso de canciones para tranquilizar a su novia, o el hecho de que en plena sustentación realice una propuesta de matrimonio justo cuando las cosas no marchaban bien, justo en el momento en que Cristina quiere decir algo importante. El romántico y paciente novio puede representar muchos aspectos de este espectro manipulador y controlador que se encierra dentro de los mecanismos de interacción que se han mencionado. La sombra que está ahí, que suaviza en apariencia las cosas, pero ese suavizar envuelve un monstro aterrador que encadena la conciencia en una plegaria de inercia constante.

En fin, Alejandra Núñez presenta una pieza interesante, divertida de ver y con momentos inesperados muy peculiares. La obra se construye dentro de un plano creciente de emociones y sensaciones. La elección de los actores ha sido adecuada y con una estética coherente se consigue un buen trabajo, que no se mantiene en una sola dirección, asume quiebres, subidas y bajadas que logran tener una potencia visual y sensitiva.

Moisés Aurazo

14 de junio de 2023

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