¿Qué pasa si negamos nuestros deseos?
Para el filósofo Arthur Schopenhauer, el mundo es un lugar
doloroso y desagradable en donde vivimos en una constante lucha por la
supervivencia y el éxito, haciendo que la vida humana esté marcada por la
frustración y la insatisfacción. Por ello, la única vía de escapar de este
ciclo de sufrimiento es mediante la negación de nuestros deseos y necesidades.
Aquí puede radicar la fuente de nuestra infelicidad: solo renunciando a
nuestros deseos podemos alcanzar la paz y la serenidad.
Precisamente, en este mundo doloroso y desagradable arrastrado
por el deseo, transita el protagonista de esta puesta en escena, Yevgueni
Irténiev, quien no puede resistirse a la tentación de una joven campesina, con
quien acuerda tener encuentros sexuales clandestinos y con la que se irá involucrando
más allá de lo que él pretendía. Este vínculo para él no trae nada bueno por la
vida que se plantea, ya que acaba de llegar a una hacienda, herencia de su
padre, con el objeto de producirla y así pagar las deudas también heredadas,
así como de contraer nupcias con su prometida.
La obra nos presenta clara y progresivamente, bajo la
dirección de Mateo Chiarella y Lucho Tuesta, cómo este personaje va encerrándose en sus
propios deseos, en sus propios pensamientos, porque quizá no haya nada más
fuerte que ser preso de nuestras propias reflexiones e impulsos, todo rodeado
de una atmósfera de misterio a la vez que bucólica.
Uno de los personajes elabora jaulas para las aves que viven
en libertad en el bosque, aduciendo que estarán más seguras con él; acaso una metáfora
acerca de cómo estar sometidos a nuestros deseos, encerrando aquello que vive
libre en nosotros, que es nuestra capacidad de elegir. Por su parte, la esposa
de Yevgueni expresa que la causa de su felicidad es la felicidad de su esposo,
asimismo vemos a cada personaje intentando controlar algo, sin saber que
aquello que es control desde su deseo, finalmente los terminará controlando a
ellos mismos.
El escenario de un teatro circular como el de la sala Ricardo
Blume de Aranwa da la sensación de estar en el mismo bosque, una enredadera de
ramas arriba del escenario parece ser el inicio de una gran jaula mental o algo
aún por definirse; así como los elementos del escenario, como sillas y mesas
armadas con diferentes partes de otros muebles que se transforman en otras
cosas, como quizá le ocurre al protagonista por dentro, asediado por sus
propias pasiones e impulsos que lo llevan a cada vez deformarse más.
Por último, el cuestionamiento sobre dónde está el Diablo. Y
es que está presente en cada detalle, cada vez que nuestros deseos nos
gobiernan, que cedemos a la tentación, que tenemos la ilusión que lo de afuera
tiene control de nosotros. Pero somos nosotros que, llevados por nuestras
propias creencias, juicios y culpas, experimentamos que cielo e infierno están
dentro de nosotros.
Muy buen trabajo del elenco, conformado por Sebastián
Stimman, Andrea Luna, Milena Alva, Lilian Nieto, Ricardo Velásquez y Valentina
Saba; todos muy parejos, conectando bien entre ellos y sus respectivos tiempos.
Yevgueni llegó a ese lugar con una misión clara, a cambiar su
mundo, pero como bien dice el buen Tolstoi: “Todos
piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo.”
Manuel Trujillo
8 de mayo de 2023
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