Viaje perverso
Hay recuerdos que nos atormentan como si
fueran fantasmas que vienen desde tiempos cuando fuimos infelices. Muy difícil
es superar ese dolor, pues al querer recuperarnos solo volvemos a tocar una
herida que, en lugar de sanar, se hace más grande y nos consume, ya que hemos
decidido escoger el sufrimiento permanente. Sin embargo, al parecer es mucho
más difícil retratar esta problemática en el teatro. Así queda demostrado en La casona, una creación colectiva dirigida
por Víctor Bustillos, la cual intenta probar una forma menos convencional de
contar una historia, pero su ejecución deja bastante que desear.
Uno de sus mayores desaciertos está en la
dramaturgia. Entiende de forma muy superficial el tema que toca y no tiene un
conflicto sólido que nos mantenga interesados en saber más de sus personajes. Para
empezar, seguimos a la pareja conformada por Ricardo (Cesar Salvatore) y Laura
(Alexandra Garcés), donde el primero sorprende a su novia visitando una antigua
casa ubicada en Urubamba donde ella vivió su infancia y adolescencia Entonces,
Laura vuelve a vivenciar recuerdos de sucesos violentos ocasionados por el
abuso de su alcohólico padre (Juan Carlos Mendoza). El drama se centra en que
no puede contarle a Ricardo la razón de por qué odia la casa y que quiere irse
de ahí lo más rápido posible, pero no puede darse todavía por motivos bastante
simplones que alargan la acción innecesariamente. No ahonda en cuestionamientos
sobre la violencia doméstica o la necesidad de recuperarse de los traumas
emocionales, tan solo pareciera que ver a los personajes interactuar es una
excusa para presenciar escenas de abuso físico y escuchar a los actores tener
diálogos olvidables.
Por otro lado, también se pueden rescatar
detalles que funcionan dentro del espectáculo. Entre ellos, encontramos la
creación de una atmósfera muy lograda. Presentimos el misticismo y a la vez,
las penas de la quebrada familia de Laura mediante música andina mixeada con sintetizadores e iluminación
fría y opaca, que por momentos daba atisbos de terror al tener la presencia
maligna del padre. Sumado a la intención de alentar al público a adentrarse en
este espacio íntimo, invitándolos a moverse e interactuar con el lugar, donde
vemos objetos simbólicos que representan con precisión un pasado que
posiblemente tuvo una fugaz felicidad, pero que al final fue sucumbida por el
sufrimiento. Sin embargo, las interpretaciones poco comprometidas desbaratan lo
anteriormente construido. Los actores intentan, de forma fallida, adentrarse en
las circunstancias problemáticas, pero no consiguen conmoverse. Están aburridos
en el escenario y no saben cómo hacer más participativo al público.
Si bien fue una idea con cierto riesgo
creativo, la propuesta quedó muy por debajo de las expectativas. Una pena
desaprovechar un lindo espacio como es la Casona Grau en Barranco. Merece tener
proyectos atrevidos, pero mejor hechos, definitivamente.
Christopher
Cruzado
9 de enero de 2023
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