A romper moldes
Existen dilemas en nuestra vida cotidiana
de tal índole que parecen universales. Pues en el tiempo, la temprana adultez
les llega a todos por igual. Con ello, sus relevantes complicaciones de un modo
u otro considerables en el actuar. Por ejemplo, la percepción poco vislumbrada
del amor, la capacidad de manipular, la autodestrucción, la depresión, entre
muchas cosas que dan la impresión de formar parte de un melodrama adolescente;
y sin embargo, puede ser el día a día de la lucha de un joven de los años 20
como de la época actual. La premisa propuesta es lo que manifiesta La enfermedad de la juventud de
Ferdinand Brueckner, dirigida por Carlos Delgado Morris, con las
interpretaciones de Carlos Cáceres, Camila Vinatea, Jorge Guerra Wiesse,
Matilde León, Stefano Tosso, Steffany Hundskopf y Valquiria Huerta.
Dentro de la acción está un grupo de
jóvenes estudiantes de la primera mitad del siglo XX vivenciando las
complicadas relaciones humanas y a lo que ello conlleva. Vemos cómo una pareja
de amigas se ve envuelta en un intenso, pero prohibido amorío para llenar una
falta relevante de autoestima; mientras otra pareja inicia su romance a través
de una traición; y por otro lado, a la más siniestra complicidad de un hombre
perverso con una criada, a quien engatusa para prostituirse. Un amague de
decisiones de personas inconscientes de las consecuencias son lo que hace atractivo
e interesante el montaje. Su atrevimiento por mostrar de forma cruda y realista
dichas situaciones tan reconocibles es el punto más sólido, en términos
generales.
Los intérpretes, por su parte, logran
buenos momentos en sus respectivos papeles. Hay buena escucha entre actores;
son precisos en los movimientos (en la mayoría del tiempo) y en la construcción
de imágenes dentro de las escenas. Cabe destacar algunos duetos que desarrollan
con mayor versatilidad y cierta belleza la crueldad de las circunstancias,
entre ellas encontramos a Tosso y a Huerta, por sus cambios tan naturales del
cariño sincero a la manipulación; además, están Vinatea y León, las amigas y
amantes que pueden desprender fácilmente dulzura y desprecio. No obstante,
estas últimas también, debido al nivel de su carácter, caían en emociones o
griteríos no bien manejados en lo álgido de sus intervenciones; mientras menos
hacían, más funcional era su trabajo.
La dirección supo alinear bien a cada actor
sin quitarle peso y estatus a otro. Los cuadros que creaban los cuerpos tenían
buena concordancia con la estética del espacio bien amoblado. Aunque no quedaba
muy claro el lenguaje que manejaban porque su histrionismo a veces era
demasiado en comparación con las situaciones supuestamente realistas. Aun así,
el conjunto de cambios de escena, de luces, de música y corporalidades nos mostraban
inteligentemente la idea de la obra: la juventud es descontrolada.
Solo queda reflexionar sobre la necesidad
de ver creaciones similares, con tintes grises y menos romantizados en la
cartelera.
Christopher
Cruzado
21 de julio de 2022
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