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jueves, 21 de julio de 2022

Crítica: LA ENFERMEDAD DE LA JUVENTUD


A romper moldes

Existen dilemas en nuestra vida cotidiana de tal índole que parecen universales. Pues en el tiempo, la temprana adultez les llega a todos por igual. Con ello, sus relevantes complicaciones de un modo u otro considerables en el actuar. Por ejemplo, la percepción poco vislumbrada del amor, la capacidad de manipular, la autodestrucción, la depresión, entre muchas cosas que dan la impresión de formar parte de un melodrama adolescente; y sin embargo, puede ser el día a día de la lucha de un joven de los años 20 como de la época actual. La premisa propuesta es lo que manifiesta La enfermedad de la juventud de Ferdinand Brueckner, dirigida por Carlos Delgado Morris, con las interpretaciones de Carlos Cáceres, Camila Vinatea, Jorge Guerra Wiesse, Matilde León, Stefano Tosso, Steffany Hundskopf y Valquiria Huerta.

Dentro de la acción está un grupo de jóvenes estudiantes de la primera mitad del siglo XX vivenciando las complicadas relaciones humanas y a lo que ello conlleva. Vemos cómo una pareja de amigas se ve envuelta en un intenso, pero prohibido amorío para llenar una falta relevante de autoestima; mientras otra pareja inicia su romance a través de una traición; y por otro lado, a la más siniestra complicidad de un hombre perverso con una criada, a quien engatusa para prostituirse. Un amague de decisiones de personas inconscientes de las consecuencias son lo que hace atractivo e interesante el montaje. Su atrevimiento por mostrar de forma cruda y realista dichas situaciones tan reconocibles es el punto más sólido, en términos generales.

Los intérpretes, por su parte, logran buenos momentos en sus respectivos papeles. Hay buena escucha entre actores; son precisos en los movimientos (en la mayoría del tiempo) y en la construcción de imágenes dentro de las escenas. Cabe destacar algunos duetos que desarrollan con mayor versatilidad y cierta belleza la crueldad de las circunstancias, entre ellas encontramos a Tosso y a Huerta, por sus cambios tan naturales del cariño sincero a la manipulación; además, están Vinatea y León, las amigas y amantes que pueden desprender fácilmente dulzura y desprecio. No obstante, estas últimas también, debido al nivel de su carácter, caían en emociones o griteríos no bien manejados en lo álgido de sus intervenciones; mientras menos hacían, más funcional era su trabajo.

La dirección supo alinear bien a cada actor sin quitarle peso y estatus a otro. Los cuadros que creaban los cuerpos tenían buena concordancia con la estética del espacio bien amoblado. Aunque no quedaba muy claro el lenguaje que manejaban porque su histrionismo a veces era demasiado en comparación con las situaciones supuestamente realistas. Aun así, el conjunto de cambios de escena, de luces, de música y corporalidades nos mostraban inteligentemente la idea de la obra: la juventud es descontrolada.

Solo queda reflexionar sobre la necesidad de ver creaciones similares, con tintes grises y menos romantizados en la cartelera.

Christopher Cruzado

21 de julio de 2022

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