¿Puede el perdón salvarnos?
Es para mí la pregunta que me saltaba a cada
momento: el perdón tan necesario, tan liberador, y ese tránsito precisamente es
lo que sucede con los dos personajes, padre e hija, integrantes de una
organización paramilitar; con historias que parecen ser irreconciliables. Mucha
ira, mucho dolor, mucho resentimiento de parte de la hija, con emociones
totalmente reprimidas, todo el tiempo comprimiendo el cuerpo, los gestos, su
organismo no puede expresar más todo el dolor acumulado, y detrás de eso
siempre hay miedo. Ese miedo propio de no saber si se puede perder más en la
vida, que luego puede transformar a cualquier ser humano en una bomba de tiempo,
porque nunca ha aprendido a soltar sus emociones, ni atenderlas; además, solo
conoce la vida de la organización la cual ya mutila cualquier sensibilidad. Una
mujer que se ha hecho con una gran herida de abandono y rechazo.
Un padre adusto, frío, distante, programado a
realizar misiones con objetivos humanos, que tiene una última misión muy
personal: hacer un acto de amor por su hija, producto también de un amor en el
ambiente más hostil en el que la vida pueda dar inicio. El nacimiento de su
hija es como se desarrolla la Flor de Loto, el simbolismo surge porque la flor
germina en el agua barrosa. El barro representa la ignorancia de las personas,
los obstáculos, los apegos y deseos terrenales a enfrentar. La planta de loto
crece en el agua con esfuerzo, busca alcanzar el aire y la luz solar para poder
florecer. Quizá este aire y luz es el que buscan estos dos personajes perdidos,
pero al perdonar, al soltar, los dos se salvan mutuamente.
La pieza se desarrolla en un escenario
minimalista que representa un piso abandonado de un edificio, se sostiene más
sobre las actuaciones que quizá por momentos se sentían demasiado intensas, la
música de fondo inicial tapaba por momentos los diálogos, detalles menores que
no opacaron el desarrollo de la puesta en escena.
Manuel Trujillo
13 de abril de 2022
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