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lunes, 4 de enero de 2021

Crítica: YO PIENSO


Pienso, luego existo

“Te traicioné”, dijo ella sin rodeos.

"Te traicioné", dijo él.

Ella le dio otra rápida mirada de asco.

1984 de George Orwell

 

Qué duda cabe de que la X Productora ha apostado, desde su creación hace cinco años, por la difusión de la cultura a través del arte escénico de calidad en nuestro medio. Caroll Chiara, su principal promotora, es la artífice de que esta organización tenga en su haber espectáculos como Vergüenzas: Cajamarca 1953, El día en que cargué a mi madre, Muros, entre otros. Más recientemente se le unió el reconocido actor y dramaturgo Paco Varela, y desde entonces, la prolífica labor de esta casa productora ha sido imparable. Ni siquiera el forzoso e incierto standby del teatro presencial en el 2020 los detuvo. Por el contrario, supo aprovechar la ola de la virtualidad en nuestro medio, y ofreció a su público nada menos que trece (¡trece!) temporadas de teatro virtual transmitido en vivo, bajo el nombre de “Tres x uno”. Cada una de estas temporadas presentó tres microobras que tenían un tema en común.

Como ya hemos dicho líneas arriba, la labor de la X Productora ha sido imparable, incluso en los momentos más aciagos del año. Quizás el que les tocó vivir ad portas del estreno de su undécima temporada, en el mes de noviembre, fue el más aciago de todos. Nos referimos, claro, a la crisis política que desplazó a un segundo plano a la mismísima crisis sanitaria. Como se recuerda, gran parte de los colectivos teatrales y casas productoras suspendieron su labor, en sintonía con la honda preocupación que esta nueva crisis nos demandaba como sociedad. La X Productora, cómo no, también pospuso el estreno de su nueva temporada. Sin embargo, una de las microobras que la componía tenía un mensaje que merecía ser escuchado, incluso en esos momentos. O, más bien, precisamente en ellos. Así, decidieron grabarla, ofrecerla de manera gratuita en la plataforma de YouTube aquí, y hacer patria desde su tribuna. Nos referimos a Yo pienso, obra escrita y dirigida por Paco Varela, y que contó con las actuaciones de Camila Mac Lennan y Caroll Chiara.

El texto de Varela nos sitúa en un futuro distópico, a 33 años de nuestro presente, en el que la humanidad ha sido despojada de la libertad de opinión por el Sistema, un sistema (valga la redundancia) de gobierno que ha reemplazado al de los Estados, probando ser mucho más eficiente que estos. Una comunicadora social ha sido detenida y somos testigos de su interrogatorio y tortura, que buscan una declaración de culpabilidad por el crimen de disentir de los métodos que el Sistema emplea para gobernar. Una clara referencia al crimental o thoughtcrime, neologismo acuñado por George Orwell en su celebérrima novela 1984, que también versa sobre un futuro distópico de características semejantes, y que advierte a la humanidad sobre los peligros de regímenes totalitarios, como el de la Unión Soviética en plena Guerra Fría.

De lejos, lo más resaltante de este montaje es el componente actoral. Mac Lennan y Chiara ofrecen un trabajo tan real como perturbador. Mac Lennan interpreta a Roxana Flores (o “Camarada Flor”, como la llama la agente del Sistema), la comunicadora social que ha sido torturada durante 24 horas, en búsqueda de una confesión. La interpretación de esta mujer atormentada y al borde de la desesperación, sosteniéndose de su convicción como de un clavo, quizás el último vestigio de su dignidad, es sobrecogedora. La de Mac Lennan es una interpretación sin reservas, expuesta como una herida quemante. Juega en pared con Chiara que, en contraste, interpreta con una frialdad sin fisuras (hasta cierto momento) a la Capitana Beatriz Ferro, la agente del Sistema encargada de conducir el cruel interrogatorio. Durante gran parte de la pieza no sabemos si su personaje es real o es una simulación, una proyección virtual, creada por el indolente Sistema. Es casi un placer escuchar las didácticas explicaciones que este personaje ofrece, elaboradas con exquisitez. Y es una sorpresa descubrir que, a lo mejor, sí se trata de un ser humano. O no. A lo ¿mejor?, es un truco, una artimaña más del Sistema, jugando al policía bueno y al policía malo, buscando vulnerar la voluntad de Flores.

Es necesario resaltar los méritos del trabajo actoral para, a partir de él, observar algunos aspectos de la historia que se nos cuenta y que nos llaman la atención. La dramaturgia dedica gran parte del texto a poner en autos al espectador sobre el universo en el que estos personajes existen. Esto no sería un problema si en ello también se entendiera qué está sucediendo con los personajes, y cómo se van transformando conforme se va desarrollando la acción. Sin embargo, algo no parece estar bien con Roxana Flores, el personaje de Mac Lennan. Durante la mayor parte del tiempo, ella se comporta como si no viviera su día a día en la realidad de la obra. Más bien, da la impresión de haberse ido a dormir en el 2020 y haber despertado en el 2054 sin saberlo. La forma en la que habla y argumenta es propia de alguien que vive en nuestro tiempo y no en esta distopía. Así, describe como “ilegal” su detención y acusa como “faltante” la libertad de opinión. Uno se pregunta en dónde vive esta mujer que, siendo comunicadora social, no sabe que la libertad de opinión desapareció treinta años atrás,  que está penado por ley opinar en contra del gobierno y que, por tanto, su detención, aunque inmoral, es LEGAL. Precisamente por eso, este futuro es distópico. Hay momentos en los que sí parece saber (o recordar) en qué contexto vive y su categórico “yo pienso” es convicción y denuncia. Así, su personaje transita entre la perplejidad legal, la reafirmación de su derecho y la agonía de su dolor. Sin embargo, no exhibe dudas o reconsideraciones. Nada parece quebrar su férrea convicción. Nada. Apenas si hay un reflejo de levísima duda cuando solicita dirigirse al resto de la humanidad. Pero esta duda no es sino un truco. Estamos, pues, ante un personaje que se retuerce de dolor, pero que permanece inmutable, que no cambia. Quien sí describe un arco, una transformación en esta historia, es el personaje de Chiara. Es el agente opresor quien termina siendo evangelizado ante la convicción del oprimido. Por supuesto, esta fórmula podría ser perfectamente válida, pero para ello haría falta que conociéramos más sobre el camino que Roxana Flores ha recorrido y que la han llevado a defender, incluso a costa de su vida, la libertad de opinión, la suya y la de la humanidad entera. Al no contar con este elemento en la dramaturgia, recaería en manos de la dirección la tarea de describir el viaje de sus personajes a través de su visión de la obra, precisamente para que podamos identificarnos con ellos. Pero esto tampoco sucede aquí. Somos capaces de identificar nuestra miseria con la de la Capitana Ferro, que se alinea ante la cámara, pero que disiente por lo bajo y que teme por su vida a pesar de ser un agente del Sistema. ¿Pero cómo hacerlo ante una Roxana Flores que nunca flaquea, que no se permite dudar, que no parece tentarse jamás con capitular para dejar de sufrir? La vida de los santos es edificante cuando sabemos que no siempre estuvieron en un altar, sino que caminaron en este mundo y lo padecieron, como cualquiera de nosotros.

En general, consideramos que Yo pienso cumple bien con la entrañable función de recordarnos la existencia de algo valiosísimo que la humanidad se ha ganado a pulso y que, hoy por hoy, la define: su voz. La libertad de comunicar al otro lo que se gesta en su fuero interno, precisamente para acercar al otro y hacerlo su semejante en la comprensión. En tiempos como este, en donde la distopía del futuro nos alcanza en un mundo de trivialidad, bullicio y posverdad que sepulta la voz de la inteligencia humana, cabe recordar cuán fácil es traicionar esa voz. No solo a la del otro, a ese que miramos con asco, sino a la de aquel que nos mira, sin reconocernos, del otro lado del espejo.

David Huamán

4 de enero de 2021

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