Dos obras completamente distintas en un
mismo espacio
Microteatro es un punto de reunión donde se
presentan obras que pueden ser muy diferentes entre sí. Ingresas a una sala y
sales con una sensación. Luego, ingresas a otra y terminas con una emoción totalmente
distinta. El formato permite este movimiento. La idea de contar una historia en
quince minutos puede resultar totalmente abrumadora para dramaturgos o actores.
Construir un mundo alternativo en segundos y que el público realmente lo crea
es una tarea complicada y es entonces cuando encuentras públicos que reaccionan
muy diferente a cada una de las obras. En esta crítica hablaremos de dos obras
que se presentan en esta temporada de MicroImpro.
Historias bizarras de 2 lunáticos en 15
minutos. Eduardo Pinillos y Verony Centeno se presentan en el escenario. Desde
un inicio, el jefe de escena nos hace ingresar al cuarto y plantea una estancia
en un manicomio. De pronto, los actores salen con una música de tensión y se
introducen como dos locos que nos contarán una historia improvisada a partir de
sueños. Hasta aquí, todo bien, todo dentro del código. El juego de luces que
realizan en la historia es interesante, el sonido acompaña bien a la obra y
todo es manejado desde la Tablet de la directora, Piera del Campo, y el jefe de
escena que se encuentran al lado de los espectadores. El sueño que improvisarán
es el siguiente: una mujer sueña con que su hermano la asesina. De pronto, los
actores desarrollan una historia en la que una chica (Verony) y su hermano
(Eduardo) representan un cuadro familiar donde el hermano pasa sus días tomando
ron y robándoles el dinero a sus padres; sin embargo, es muy cercano a su
hermana y ambos se comprenden y se entienden mutuamente. La historia parece que
desarrolla el vínculo entre los hermanos y la culpa que siente ella al
abandonar la universidad y ser la decepción de su familia. Todo parecía cursar
normal y atrapar al espectador; sin embargo, sucedió algo que es peligroso cada
vez que alguien intenta contar una historia. Forzar el drama y hacer
pornomiseria. De un momento a otro, sin ningún aviso previo en la trama o la
historia, mientras ambos hermanos hablan, el personaje de Eduardo Pinillos se
posa detrás de su hermana y comienza a violarla. De un momento a otro, también,
descubrimos que ella no se puede ir de la casa debido a que su hermano la tiene
secuestrada en una relación de poder, violencia y abuso. Lo último que vemos es
a ella llorando debido a que (al parecer) siempre es abusada por su hermano.
Entiendo totalmente que en esta dinámica intenten presionar y buscar las
relaciones entre los personajes, la razón del sueño y el plot twist del drama.
Sin embargo, no es para nada necesario forzar una violación para que el
espectador comience a sentir algo. Puedo decir, con toda seguridad, debido a
que volteé a ver a los demás integrantes de la sala y escuché los comentarios
después de la obra, que este acto causó una separación y un cuestionamiento
sobre lo que estaban viendo en el escenario. No es necesario mostrar una violación
bajo la manga para que el público sienta empatía o, en el peor de los casos,
llore. Sobre todo en estos momentos donde lo que necesitamos es que el abuso
sexual sea menos visto parte de un show y más como algo que debemos entender
dentro de la sociedad como violencia sistematizada. Claramente, después del
juego de violación, nadie aplaudió.
Después de esta experiencia, vino Mariana
Palau con Las desventuras de María Camaleón. Una obra fresca, graciosa y que
tiene mucho dinamismo con el público. María Camaleón (Palau) se posa frente a
nosotros y nos cuenta que es una cantautora con mediano (o poco) éxito. Antes
de entrar, todos escribimos en trozos de papel qué nos gustaría que nos cuente
María Camaleón sobre su vida. Ella toma un papel y comienza a improvisar a
partir de lo que indica. Con soltura y mucho ingenio, Mariana hace reír al
público y da una imagen muy refrescante acerca de lo que es ser artista en este
nuevo mundo de las redes sociales. Cada vez que siente que la historia se va
medianamente por las ramas, Mariana vuelve a tomar las riendas y el público
simpatiza mucho con su manera elocuente de contar su historia y burlarse
siempre de ella misma. Al final de la obra, María Camaleón canta una canción
sobre la historia que acaba de improvisar y nos demuestra sus dotes de artista.
Dirigida por Sergio Paris, esta es una obra que vale la pena asistir y
recomendar.
María Fernanda Gonzales
3 de febrero de 2020
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